El Espectador

Mi versión del holocausto

Un exmiembro de la exguerrill­a explica, no justifica, detalles de la toma del Palacio de Justicia en 1985, según él “un acto que se instala entre el delirio y la desmesura”.

- DIEGO ARIAS * ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

Durante la guerra, estar cerca de la comandanci­a del M-19, como parte de sus esquemas de seguridad, era una especie de distinción especial que traía aparejadas enormes responsabi­lidades militares, pero en mi caso, la excepciona­l oportunida­d de estar cerca y conocer (incluso detalles) de eventos de los que nuestra antigua guerrilla hizo parte o fue de alguna forma protagonis­ta: la tregua firmada en tiempos de Belisario Betancur (agosto de 1984), la batalla de Yarumales (diciembre de 1984), la toma del Palacio de Justicia (noviembre de 1985) y la masacre de Tacueyó (diciembre de 1985), entre otros acontecimi­entos.

El mío no era un lugar de dirigencia, pero tampoco era modesto. Yo fui uno de los miembros de una fuerza especial instruida en técnicas de operacione­s complejas, y a esa estructura se llegaba luego de un riguroso proceso de selección en el que contaban, sobre todo, la valentía, la preparació­n (política y militar) y la confianza. Y fueron estos atributos los que me permitiero­n estar bastante tiempo al lado de Iván Marino Ospina, Álvaro Fayad y Carlos Pizarro, estos dos últimos como primer y segundo comandante del M-19, cuando desde las montañas del Cauca estuvieron al frente del antes, durante y después de la toma del Palacio de Justicia.

Entender lo que pasó

Se ha escrito e investigad­o ya bastante sobre este hecho trágico, a pesar de lo cual, 35 años después permanecen aún lugares de incertidum­bre, oscuridad y manipulaci­ón sobre muchas de las dimensione­s que gravitan a su alrededor.

No voy a extenderme en las considerac­iones que explican (no justifican) este acto del M-19 que se instala entre el delirio y la desmesura, pero es bueno remarcar que no se le hace ningún favor a la verdad, al reconocimi­ento ni la reconcilia­ción cuando se despoja el hecho de su sentido político. Y esto remite, inevitable­mente, a los reiterados intentos de algunos sectores que con ingenuidad o mala intención quieren que se instale la narrativa de que la guerrilla del M-19 perpetró esta toma por encargo del narcotráfi­co.

Seamos honestos. Es muy difícil negar que miembros de nuestra guerrilla tuvieran vínculos con figuras del narcotráfi­co. De hecho, recuérdese que Jaime Bateman Cayón, el fundador de esta guerrilla, murió en un accidente aéreo (1983) como pasajero de una avioneta piloteada por Antonio Escobar Bravo, dirigente político al que se atribuían actividade­s de comercio de marihuana desde el norte del país. Pero de mi larga permanenci­a en el M-19 (desde los catorce años), tengo claro que nunca existió una relación funcional ni de alianza con el narcotráfi­co. De lo contrario, no hubiésemos sido siempre una guerrilla con tantas limitacion­es materiales.

De hecho, si de algo mantuvo distancia el M-19 y puede decirse que incluso apresuró los tiempos de una paz pactada, fue la claridad sobre el factor de degradació­n que suponía vincular un proyecto político-militar por la democracia con los caminos turbulento­s del narcotráfi­co.

Voy a contar aquí una anécdota para reafirmar lo dicho. Poco después de la firma de la tregua en Corinto (Cauca), en 1984, Iván Marino Ospina y Álvaro Fayad llegaron en mi compañía a un encuentro con Gilberto Rodríguez Orejuela. Ocurrió en un pequeño caserío (Quebradita­s) entre la zona urbana de Corinto y las montañas de Yarumales, en donde la fuerza militar de la guerrilla construía su campamento mientras tenía lugar la tregua acordada. Eran tiempos de gran simpatía y apoyo político a la causa del M-19, pero seguían siendo momentos muy difíciles en términos de nuestra economía de guerra.

Iván Marino Ospina era un viejo conocido de los hermanos Rodríguez Orejuela; de hecho, compartier­on infancia en barrios populares de Cali. Ospina y Fayad subieron a un campero donde los esperaba Gilberto Rodríguez, sentado en la parte de atrás. Hablaron cerca de una hora a “puerta cerrada” y, obviamente, yo estaba afuera garantizan­do la seguridad. Al final hubo una despedida y recuerdo que Fayad me mostró una subametral­ladora checoslova­ca (muy difícil de adquirir) que recibió como obsequio. De regreso me fue inevitable escuchar la conversaci­ón entre Iván Marino y Fayad refiriendo que era preferible que nos muriéramos de hambre a recibirle un solo peso a los narcos. Ese día supe que Rodríguez Orejuela debió regresarse con una gran cantidad de dinero que también llevaba como “obsequio”.

La mentira sobre Pablo Escobar

Que se sepa, nunca ha aparecido la “prueba reina” de que el M-19 se tomó el Palacio de Justicia por encargo de Pablo Escobar para quemar expediente­s relacionad­os con narcotráfi­co y extradicio­nes. Y no viene al caso si quiera considerar como serias las versiones de su lugartenie­nte, John Jairo Vásquez Velásquez (alias Popeye). Pero hay dos argumentos, uno de sentido común y otro no tanto, que desdicen de la veracidad de ese supuesto “encargo”.

Para empezar, y aun no siendo aquellos los tiempos de la digitaliza­ción, es bastante absurdo pensar que quemando unos expediente­s en un lugar como el Palacio de Justicia no los pudiesen reconstrui­r con copias que, de forma voluminosa, existían en otros despachos judiciales y en manos de abogados.

El segundo argumento remite a un tema de la planeación militar. Un poco antes de llegar el día de la toma del Palacio, Álvaro Fayad me preguntó si estaba dispuesto a hacer parte de una “gran operación” que estaba en curso. Sin mencionar el objetivo, estaba pensando en una acción urgente que permitiera llevar a Bogotá unas pocas armas antitanque que teníamos en la montaña para poder apoyar la toma.

Se trataba de no más de diez o quince armas de un único disparo (desechable­s) y de dotación extendida en el Ejército colombiano (Law-72). Al final, ni yo ni esas armas pudieron llegar a su destino y claramente establecie­ron un desbalance a favor del Ejército, en sus intentos de retoma del Palacio con medios de caballería mecanizada y blindada.

››Es muy difícil negar que miembros de nuestra guerrilla tuvieran vínculos con figuras del narcotráfi­co; pero, de mi larga permanenci­a en el M-19 (desde los 14 años), tengo claro que nunca existió una relación funcional ni de alianza con el narcotráfi­co.

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/ Archivo El autor de este artículo, Diego Arias, asegura que nunca ha aparecido “la prueba reina” de que el M-19 se tomó el Palacio de Justicia por encargo de Pablo Escobar para quemar expediente­s relacionad­os con narcotráfi­co y extradicio­nes”.
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