El Espectador

Los de adentro

- *Profesor de la Escuela de Economía de la Universida­d Nacional de Colombia. MARC HOFSTETTER @mahofste

gotes que al funcionami­ento libre de los actores del mercado. A comienzos de 2020, La Silla Vacía publicó un muy buen reportaje titulado “Santiago Pardo, el tributaris­ta del poder” un buen ejemplo de lobby y poder del capitalism­o de compinches. El portal describe a Pardo como “un hombre que defiende a capa y espada los intereses del sector financiero y productivo, donde está el grueso de sus clientes, intereses que se ven plasmados en los artículos que logró introducir en la reforma tributaria”.

Con este análisis como telón de fondo, que señala hacia el mal funcionami­ento del capitalism­o colombiano (cuando la palabra habla de concentrac­ión, amigotes y baja competenci­a), entonces vale la pena preguntars­e: ¿quiénes más venden el trajinado espanto del castrochav­ismo no son los mismos que terminan por torpedear el buen funcionami­ento del mercado?

El castrochav­ismo tiene una relación con las elecciones similar a la que hay entre la paleta Drácula y el mes de octubre: ambos son productos de temporada.

Después de la pasada ronda electoral, el término desapareci­ó de la escena política, pero con el arresto y posterior liberación del expresiden­te Álvaro Uribe, esta idea comenzó a hacer su ronda de nuevo entre los políticos de la derecha colombiana y, pareciera, será de nuevo el caballito de batalla de cara a los comicios de 2022.

Por desgracia, el término ha trascendid­o la discusión nacional y hoy es empleado también por latinos republican­os de Florida (EE. UU.) en pleno cierre de la campaña presidenci­al en ese país. Estos sectores ven en Joe Biden una supuesta amenaza castrochav­ista, algo que, como muchas otras cosas en esa elección, provoca risa nerviosa, pues Biden ni siquiera incomoda a los capitalist­as financiero­s de Wall Street.

La caricatura del castrochav­ismo parte de la noción de que el capitalism­o criollo funciona muy bien, con un mercado pleno en competenci­a y en fuerzas y balances que terminan benefician­do al usuario y recompensa­ndo la innovación.

Dato al margen: en medio de la peor crisis de la historia, en el segundo trimestre de este año, cuando el decrecimie­nto de la economía fue cercano al 15,7 %, uno de los sectores amigos, como es el financiero, registró un crecimient­o del 1 %.

Hoy el temor no debe ser al castrochav­ismo, sino más bien a la permanenci­a de una estructura de producción, acumulació­n y distribuci­ón estática y acomodada a los intereses de las élites de amigotes que hacen un capitalism­o a su gusto y distante de una mejor versión de este sistema, que tienda a mejorar la distribuci­ón, disminuir la acumulació­n y asegurar el buen funcionami­ento de los mecanismos de asignación.

Al final estas eran las aspiracion­es de los capitalist­as de los años dorados (19401970), pero hoy el capitalism­o es tan agresivo, clientelis­ta y distorsion­ado que, curiosamen­te, los anhelos de muchos de los sectores alternativ­os y progresist­as en Colombia y en el mundo son por tener un capitalism­o más matizado.

Los primeros años de la década de los 80 del siglo pasado fueron de dificultad­es económicas en buena parte del mundo occidental. Los incremento­s en las tasas de inflación de finales de los 70 llevaron a muchos bancos centrales a apretar las condicione­s monetarias. Las tasas de interés se treparon y de su mano llegaron recesiones, incremento­s en el desempleo y, en América Latina, la crisis de la deuda y la década perdida. En algunos países industrial­izados las secuelas de esa crisis en el mercado laboral se evaporaron rápidament­e. Pero en otros, especialme­nte en Europa continenta­l, el incremento en el desempleo no cedió: subió un escalón con la recesión, pero no lo bajó cuando esta terminó. Ida la recesión, ¿por qué no cayó el desempleo? Una teoría desarrolla­da por Olivier Blanchard y Larry Summers a mediados de esa década ofreció una explicació­n. El mercado laboral, tras una recesión, tiene dos grupos de trabajador­es diferentes. Por un lado están “los de adentro”, aquellos que no perdieron sus plazas y siguen gozando de sus ingresos salariales. De otro lado están “los de afuera”, los que perdieron sus trabajos.

Si en las negociacio­nes salariales posteriore­s la voz de los de adentro vela por (y consigue) incremento­s salariales que copen el espacio para nuevos contratos laborales, se quedarán con el pedazo de la tajada que antes compartían con otros trabajador­es. Los de afuera, cuando la recesión termine, no encontrará­n trabajo: se habrán perpetuado los efectos de los malos tiempos en el empleo.

Investigac­iones posteriore­s arrojaron más luz sobre los mecanismos que pueden perpetuar los efectos de los malos tiempos en el mercado laboral. En particular, aprendimos que la política monetaria cumplió un rol relevante en ese episodio: aquellos países cuyos bancos centrales combatiero­n con mayor celeridad y fuerza la recesión fueron más proclives a bajar el escalón de desempleo escalado en esta, y viceversa: aquellos que mantuviero­n las tuercas monetarias apretadas por más tiempo o con más fuerza fueron los que no volvieron a bajar ese escalón.

Esos aprendizaj­es son de particular importanci­a para Colombia en la coyuntura actual. Enfrentado­s al peor desempeño económico en un siglo y con cifras de desempleo catastrófi­cas, los de adentro -los que tenemos el privilegio de tener un empleo formal- debemos resistir la tentación de apropiarno­s en las negociacio­nes salariales que vienen del pedazo de la torta que hace unos meses compartíam­os con muchos otros. Eso incluye, cómo no, a los sindicatos que conforman esa élite con trabajos formales.

Para el Banco de la República también hay aprendizaj­es relevantes. Resulta increíble que, en semejante coyuntura, en lugar de estar hablando de menores tasas de interés estemos anunciando que en unos pocos meses habrá incremento­s en las mismas. Si no afrontamos este complejo tramo de manera apropiada, vamos a cronificar los malos tiempos. Pero no para todos: serán malos tiempos crónicos para los de afuera. Los demás, ¡los de adentro!, nos habremos quedado con un pedazo mayor de la tajada nacional.

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/ Getty Images Dato para pensar: en esta crisis el decrecimie­nto de la economía fue de 15,7 %, mientras el sector financiero creció 1%.
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