Los de adentro
gotes que al funcionamiento libre de los actores del mercado. A comienzos de 2020, La Silla Vacía publicó un muy buen reportaje titulado “Santiago Pardo, el tributarista del poder” un buen ejemplo de lobby y poder del capitalismo de compinches. El portal describe a Pardo como “un hombre que defiende a capa y espada los intereses del sector financiero y productivo, donde está el grueso de sus clientes, intereses que se ven plasmados en los artículos que logró introducir en la reforma tributaria”.
Con este análisis como telón de fondo, que señala hacia el mal funcionamiento del capitalismo colombiano (cuando la palabra habla de concentración, amigotes y baja competencia), entonces vale la pena preguntarse: ¿quiénes más venden el trajinado espanto del castrochavismo no son los mismos que terminan por torpedear el buen funcionamiento del mercado?
El castrochavismo tiene una relación con las elecciones similar a la que hay entre la paleta Drácula y el mes de octubre: ambos son productos de temporada.
Después de la pasada ronda electoral, el término desapareció de la escena política, pero con el arresto y posterior liberación del expresidente Álvaro Uribe, esta idea comenzó a hacer su ronda de nuevo entre los políticos de la derecha colombiana y, pareciera, será de nuevo el caballito de batalla de cara a los comicios de 2022.
Por desgracia, el término ha trascendido la discusión nacional y hoy es empleado también por latinos republicanos de Florida (EE. UU.) en pleno cierre de la campaña presidencial en ese país. Estos sectores ven en Joe Biden una supuesta amenaza castrochavista, algo que, como muchas otras cosas en esa elección, provoca risa nerviosa, pues Biden ni siquiera incomoda a los capitalistas financieros de Wall Street.
La caricatura del castrochavismo parte de la noción de que el capitalismo criollo funciona muy bien, con un mercado pleno en competencia y en fuerzas y balances que terminan beneficiando al usuario y recompensando la innovación.
Dato al margen: en medio de la peor crisis de la historia, en el segundo trimestre de este año, cuando el decrecimiento de la economía fue cercano al 15,7 %, uno de los sectores amigos, como es el financiero, registró un crecimiento del 1 %.
Hoy el temor no debe ser al castrochavismo, sino más bien a la permanencia de una estructura de producción, acumulación y distribución estática y acomodada a los intereses de las élites de amigotes que hacen un capitalismo a su gusto y distante de una mejor versión de este sistema, que tienda a mejorar la distribución, disminuir la acumulación y asegurar el buen funcionamiento de los mecanismos de asignación.
Al final estas eran las aspiraciones de los capitalistas de los años dorados (19401970), pero hoy el capitalismo es tan agresivo, clientelista y distorsionado que, curiosamente, los anhelos de muchos de los sectores alternativos y progresistas en Colombia y en el mundo son por tener un capitalismo más matizado.
Los primeros años de la década de los 80 del siglo pasado fueron de dificultades económicas en buena parte del mundo occidental. Los incrementos en las tasas de inflación de finales de los 70 llevaron a muchos bancos centrales a apretar las condiciones monetarias. Las tasas de interés se treparon y de su mano llegaron recesiones, incrementos en el desempleo y, en América Latina, la crisis de la deuda y la década perdida. En algunos países industrializados las secuelas de esa crisis en el mercado laboral se evaporaron rápidamente. Pero en otros, especialmente en Europa continental, el incremento en el desempleo no cedió: subió un escalón con la recesión, pero no lo bajó cuando esta terminó. Ida la recesión, ¿por qué no cayó el desempleo? Una teoría desarrollada por Olivier Blanchard y Larry Summers a mediados de esa década ofreció una explicación. El mercado laboral, tras una recesión, tiene dos grupos de trabajadores diferentes. Por un lado están “los de adentro”, aquellos que no perdieron sus plazas y siguen gozando de sus ingresos salariales. De otro lado están “los de afuera”, los que perdieron sus trabajos.
Si en las negociaciones salariales posteriores la voz de los de adentro vela por (y consigue) incrementos salariales que copen el espacio para nuevos contratos laborales, se quedarán con el pedazo de la tajada que antes compartían con otros trabajadores. Los de afuera, cuando la recesión termine, no encontrarán trabajo: se habrán perpetuado los efectos de los malos tiempos en el empleo.
Investigaciones posteriores arrojaron más luz sobre los mecanismos que pueden perpetuar los efectos de los malos tiempos en el mercado laboral. En particular, aprendimos que la política monetaria cumplió un rol relevante en ese episodio: aquellos países cuyos bancos centrales combatieron con mayor celeridad y fuerza la recesión fueron más proclives a bajar el escalón de desempleo escalado en esta, y viceversa: aquellos que mantuvieron las tuercas monetarias apretadas por más tiempo o con más fuerza fueron los que no volvieron a bajar ese escalón.
Esos aprendizajes son de particular importancia para Colombia en la coyuntura actual. Enfrentados al peor desempeño económico en un siglo y con cifras de desempleo catastróficas, los de adentro -los que tenemos el privilegio de tener un empleo formal- debemos resistir la tentación de apropiarnos en las negociaciones salariales que vienen del pedazo de la torta que hace unos meses compartíamos con muchos otros. Eso incluye, cómo no, a los sindicatos que conforman esa élite con trabajos formales.
Para el Banco de la República también hay aprendizajes relevantes. Resulta increíble que, en semejante coyuntura, en lugar de estar hablando de menores tasas de interés estemos anunciando que en unos pocos meses habrá incrementos en las mismas. Si no afrontamos este complejo tramo de manera apropiada, vamos a cronificar los malos tiempos. Pero no para todos: serán malos tiempos crónicos para los de afuera. Los demás, ¡los de adentro!, nos habremos quedado con un pedazo mayor de la tajada nacional.