El Espectador

Crisantemo­s y espadas

- TORRE DE TOKIO GONZALO ROBLEDO * * Periodista y documental­ista colombiano radicado en Japón.

Quienes escribimos en idiomas de alfabeto sobre Japón recurrimos con frecuencia a una serie de simplifica­ciones y tópicos sobre el país formulados a mediados del siglo pasado por la antropólog­a norteameri­cana Ruth Benedict y recogidos en su célebre libro El crisantemo y la espada.

Publicado en 1946, el texto fijó la percepción occidental de Japón como un país singular difícil de entender y, durante más de medio siglo, estuvo en la maleta de todo diplomátic­o, periodista, empresario o político inteligent­e que se disponía a viajar al misterioso país del sol naciente.

Para dibujar una cultura accesible a los norteameri­canos, Benedict enmarcó a Japón en una serie de antinomias, de las cuales algunas siguen vigentes, como jerarquía contra igualdad; mientras que otras fueron cuestionad­as por el tiempo, como la predilecci­ón por la espiritual­idad sobre la riqueza material.

Los japoneses, dijo Benedict, prefieren una sociedad estática a una con movilidad social, y el comportami­ento de sus ciudadanos está más determinad­o por la vergüenza y el qué dirán, que por el sentimient­o de culpa.

Algunos estudiosos acusaron a Benedict de confundir la ideología ultranacio­nalista del gobierno de entonces con la idiosincra­sia de toda una nación, y de haber cometido el pecado original de la etnografía al publicar un manual sobre el pueblo nipón sin haber puesto un pie en el archipiéla­go y sin aprender a conversar en su idioma.

Viajar a Japón no era una opción, pues el libro se empezó a gestar en 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, cuando Benedict fue contratada por la Oficina de Informació­n de Guerra para ayudar al gobierno estadounid­ense a entender, con estudios

Lámpara de papel con emblema del crisantemo, símbolo del trono imperial, en el santuario Meiji en Tokio.

breves, la forma de pensar de los países enemigos.

Japón estaba en manos de un gobierno militarist­a que exaltaba los valores más convenient­es en su cultura para justificar la expansión territoria­l en Asia, como los códigos del antiguo guerrero samurái y la devoción incondicio­nal por la patria y el emperador.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el estudio de Benedict fue ampliado y convertido en un manual para los norteameri­canos enviados a ayudar a reconstrui­r un Japón diezmado psicológic­amente y con una economía arrasada tras constantes bombardeos aliados y los primeros ataques atómicos sobre civiles en la historia de la humanidad, en Hiroshima y Nagasaki.

Pese a ser tildado de herramient­a de intervenci­ón política en su país, algunos académicos japoneses usaron El crisantemo y la espada como base para una teoría de Japón como un país homogéneo con una cultura impar, superior, controlado por una inmutable jerarquía.

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/ Cortesía de Gonzalo Robledo
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