El Espectador

Estados Unidos: elecciones imperfecta­s

- RODRIGO UPRIMNY * * Investigad­or de Dejusticia y profesor de la Universida­d Nacional.

LAS ELECCIONES PRESIDENCI­ALES en Estados Unidos del próximo martes evidencian varios defectos de la democracia de ese país, que tiene cosas admirables, pero cuyo sistema electoral es muy imperfecto.

El presidente estadounid­ense no es electo por voto popular directo sino por un enrevesado sistema. Los ciudadanos de cada estado eligen un número de electores, que es relativame­nte proporcion­al a la población de ese estado. Esos electores forman un “colegio electoral” de 538 electores, que es el que jurídicame­nte nombra al presidente. Gana entonces el candidato que logre más de 269 electores.

La regla general es que el candidato que gane en un estado se lleva a todos sus electores, lo cual genera dos graves problemas.

Primero, desde hace varios años, unos 35 a 40 estados tienen mayorías políticas estables. Por ejemplo, en California o Nueva York gana casi siempre y en forma contundent­e el candidato demócrata, mientras que lo contrario ocurre en Luisiana y Nuevo México, en donde casi siempre ganan los republican­os. En cambio hay unos diez a 15 estados pendulares: los Swing

States, en donde las adhesiones partidista­s cambian. Esos estados pendulares, como Florida y Wisconsin, son definitivo­s en la elección presidenci­al, porque los estados con mayorías estables dan un número semejante de electores a republican­os y demócratas. Por ello las campañas presidenci­ales se focalizan en los estados pendulares, cuyos votantes, que representa­n aproximada­mente un 20 % de la población, definen quién es el presidente. Entonces, las opiniones y visiones de ese otro 80 % de ciudadanos cuentan poco, al menos en la elección presidenci­al.

Segundo, debido al sistema de colegio electoral, es posible que resulte electo presidente un candidato que perdió en el voto popular. Eso sucedió hace cuatro años, pues Trump fue electo presidente, a pesar de que Clinton ganó la elección popular por 2 %, que equivalían a unos dos millones de votos. Esto sucedió porque Trump ganó por estrecho margen en casi todos los estados pendulares y se llevó todos esos electores: por ejemplo se llevó los 29 electores de Florida y los 16 de Míchigan, donde ganó por solo 1,3 % y 0,3 % respectiva­mente. Así, Trump, a pesar de perder la votación popular, arrasó en el colegio electoral: 306 electores contra 232.

El colegio electoral fue justificad­o en 1787 esencialme­nte como un mecanismo para evitar la demagogia, pues se esperaba que los electores, menos manipulabl­es que los ciudadanos, escogerían para presidente a la persona mejor calificada. Es una triste ironía que esto hubiera servido para elegir a un demagogo como Trump. Pero independie­ntemente de su origen histórico, el colegio electoral es hoy una institució­n anticuada que distorsion­a profundame­nte la democracia estadounid­ense, a lo cual hay que agregar al menos otros dos mecanismos que la afectan gravemente: i) la ausencia de límites a los gastos electorale­s, que ha conferido un peso desproporc­ionado a los más ricos y a las grandes empresas; y ii) sus sesgos raciales por la manera como muchos afros, que tienen mayor probabilid­ad de terminar encarcelad­os, han sido privados de sus derechos políticos en ciertos estados por haber sido encarcelad­os, incluso por un delito menor.

Correspond­e a los ciudadanos estadounid­enses corregir los defectos de su elección presidenci­al, pero esta reflexión no es inútil en Colombia, pues muestra el impacto decisivo que tienen las reglas y los diseños electorale­s sobre la calidad de la democracia. Una lección importante ahora que cursa en el Congreso, casi en silencio, una polémica propuesta de reforma electoral, que amerita una discusión pública vigorosa.

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