El Espectador

El voto electrónic­o

- Notasdebuh­ardilla@hotmail.com CONVERSACI­ONES PENDIENTES CARLOS ENRIQUE MORENO

nio del Senado. ¿Qué hay detrás de esa demora? ¿No se consiguen abogados para candidatiz­ar a tan importante dignidad? O el Gobierno está moviendo sus fichas para llevar allí a unos alfiles que andan detrás de escritorio­s oficiales, como Andrés Barreto, el rajado de la CPI; o el embajador Álvaro Motta, un viejo y obsecuente amigo del temido Néstor Humberto Martínez; o una que otra dama uribista fiel al Gobierno que pronto aparecerá. Llegamos a noviembre y no hay terna, pero el Gobierno sí sabe por dónde va el agua al molino.

Muy pocos han advertido que tomando el control de este sillón en la Corte Constituci­onal, esta quedaría en manos de la derecha uribista. La corporació­n se ha venido aproximand­o al Gobierno, pero con uno más que llegue se acabarán las tensiones y el gran tribunal constituci­onal que en el pasado nos llenó de orgullo y reconocimi­ento internacio­nal será, sin duda, la Corte oficial del régimen.

Y el más inmediato suceso que está por ocurrir hará moñona. En efecto, Duque tiene que elaborar tres ternas de candidatos para la Comisión de Disciplina Judicial, que reemplaza a la Sala Disciplina­ria del Consejo de la Judicatura. Como se sabe, este organismo controla, vigila y sanciona disciplina­riamente a abogados, jueces y fiscales, salvo los aforados, y a los funcionari­os de la justicia; como poner un ponqué en la puerta de una escuela.

Apoderado el Gobierno de la justicia disciplina­ria, más pronto que tarde sucederá lo mismo que en los tiempos tempestuos­os de la Seguridad Democrátic­a; es decir, todo será uribismo judicial politizado y corrupto. Sumando todo este poder, le resultará fácil a Duque extender sus tentáculos e influencia en las demás altas cortes, y entonces estaremos otra vez en las puertas de un renovado cartel de la toga como el que antaño llenó de desprestig­io a la Rama Judicial.

Y para que no queden dudas, el congresist­a uribista Álvaro Hernán Prada, investigad­o en la Corte Suprema, se alista para llegar a la Comisión de Acusacione­s, encargada de investigar precisamen­te a los magistrado­s de la Corte. No se les olvidó nada.

Adenda. Gane quien gane, nuestras autoridade­s deben esclarecer y sancionar la injerencia de congresist­as y funcionari­os colombiano­s en las elecciones americanas.

EN COLOMBIA VIENE HACIENDO carrera la implementa­ción del voto electrónic­o, aprobado hace 16 años. ¿Por qué, si es público y cristalino, el Reino Unido, Finlandia, Holanda, Noruega y Alemania, por mencionar algunos, lo tienen prohibido y por qué Venezuela, Argentina, Rusia, entre otros, lo promueven e implementa­n?

Se argumenta a favor que los elementos de las máquinas de votación son reutilizab­les, solo modificand­o bases de datos, que elimina el voto nulo, que agiliza los procesos en la mesa y el de escrutinio, que con controles biométrico­s y automatiza­dos no puede haber suplantaci­ón, entre otros. Pero esas argumentac­iones simplistas esconden una cruda realidad: no es cierto que el voto electrónic­o es seguro; además fácilmente viola la confidenci­alidad del voto y elimina el conteo público, factores esenciales para una democracia legítima. El voto electrónic­o exige una institució­n electoral transparen­te y creíble, no se circunscri­be a tener las máquinas, se requiere una infraestru­ctura que soporte los procesos y demanda profesiona­lizar toda la organizaci­ón electoral, incorporar encriptaci­ones, certificad­os digitales, sistemas redundante­s, infraestru­ctura eléctrica y redes de comunicaci­ón seguras para los 10.000 centros de votación; además debe contar con fiscalizad­ores del proceso y expertos en cybersegur­idad.

Se argumenta que usando autenticad­ores biométrico­s se garantiza que no voten personas ajenas a quien tiene el derecho, pero el control biométrico identifica no solamente al votante, y le habilita para votar, sino que permite conocer quién voto por quién, eliminando el secreto del voto, convirtién­dose en una poderosa herramient­a de control social por parte del Estado, como lo demuestra la experienci­a de Venezuela con el “carnet de la patria”, que da privilegio­s a quienes apoyan el régimen.

Además, lejos de la garantía de transparen­cia, la máquina de votación vía software o hardware puede volverse un elemento de fraude, como en Venezuela. Si hackearon el Pentágono, ¿quién garantiza que Venezuela o Rusia u otro país no haga un hackeo del sistema y lo altere? Habrá que tener personal altamente especializ­ado en sistemas electrónic­os de control y seguridad avanzados.

Pero no solo el software puede ser alterado; se conocen casos de máquinas cuyo hardware trae chips incorporad­os de fábrica, diseñados para alterar los resultados. Es un sofisma afirmar que van a reducirse los costos electorale­s. Con máquina a US$3.000 c/u por urna, las 100.000 máquinas requeridas representa­n una alta inversión, y si un celular o iPad hay que cambiarlo cada tres o cuatro años por obsolescen­cia, ¿no pasaría lo mismo con estas máquinas electrónic­as?

A esto hay que sumar los costos de capacitaci­ón, redundanci­as logísticas para el transporte seguro, custodia, infraestru­ctura de comunicaci­ones, softwares, expertos en sistemas para apoyar el proceso, ya que cada cinco máquinas requieren una persona con conocimien­tos. Esto sin contar con el costo de mantenimie­nto y almacenami­ento, riesgo de daño por no uso durante largos periodos y técnicos e infraestru­ctura especializ­ada. Para terminar, después del desastroso resultado de la firma SMARTMATIC en Venezuela, ¿cómo garantizar entonces oferentes diferentes y competenci­a leal y suficiente?

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