Libros en la humareda
¿Qué pasa cuando las versiones oficiales esconden las verdades de un acontecimiento histórico? ¿Qué significa que no haya verdad después de 35 años sobre la toma y retoma del Palacio de Justicia? ¿Qué expresiones son válidas para recuperar o develar memorias que no hicieron parte de los informes estatales sobre lo ocurrido entre el 6 y el 7 de noviembre de 1985? ¿Pueden la literatura, el teatro o el cine documental revelar desde sus voces y sus formas más de lo que podríamos ver en los medios de comunicación y en las investigaciones realizadas por distintas instancias judiciales?
“Hubo muchas preguntas sobre el hecho de que se intentaron responder desde muchos sectores, y la literatura tuvo un lugar fundamental, porque aunque en el informe del Tribunal Especial de Instrucción en 1986 se refería a los documentos con los que los guerrilleros planearon la toma, fue en la novela de Olga Behar donde tuvimos la explicación emotiva de la única guerrillera que sobrevivió; y aunque ese mismo informe oficial negó contundentemente la existencia de desaparecidos, la literatura sirvió de amplificador de esas voces que no quisieron escuchar en su momento el sector oficial, los militares y gran parte de la sociedad. Año tras año se representó en el teatro La siempreviva y eso fue un reconocimiento que desde el arte se les hizo a las víctimas, reconocimiento que tardó muchísimos más años, y luego de una sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en llegar por parte del Estado, cuando al presidente Santos le tocó reconocer como representante del gobierno que sí hubo desaparecidos y por primera vez, después de tantos años, emprender la búsqueda rigurosa de esas personas”, respondió Laura Valbuena, autora del libro La toma del Palacio de Justicia en 30 años de literatura (Filomena edita).
De la publicación de este libro surgió la idea de hacer este artículo como un eco de su investigación y de todas las voces que han querido reconstruir desde sus recuerdos y el de los testigos y víctimas que vivieron esos días traumáticos en los que los tanques deambularon por las calles por las que jamás se imaginó que pasarían, y en donde las llamas que provenían del Palacio de Justicia no solo derrumbaron las esperanzas que nacieron con la firma de paz de los acuerdos en La Uribe, Meta, entre el gobierno y las Farc, sino que rememoraban el mismo fuego que para muchos fue la génesis de la violencia en Colombia, cuando las turbas enardecidas incendiaron el centro de Bogotá luego de la muerte de Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948.
J.R. Moehringer lo dijo: “El periodismo es el primer borrador de la historia”. Y fueron los cubrimientos, las notas de prensa y las primeras planas las que dieron pie para las creaciones de los libros y los relatos que reconstruyeron el antes, el durante y el después del holocausto del Palacio de Justicia. La revelación de los medios de comunicación sobre los planos que tenía la guerrilla del M-19 para tomarse el edificio 19 días antes fueron los primeros archivos que no solo sirvieron para hablar y repensar lo sucedido, también fueron relevantes para cuestionar la efectividad de la fuerza pública y del Estado a la hora de defender sus instituciones.
Manuel Vicente Peña, periodista investigativo, fue el primero en publicar un libro sobre aquellos hechos. En Las dos tomas, el autor recopiló las transcripciones de los militares del M-19 durante la toma, también cuenta detalladamente el cubrimiento de la prensa sobre el hallazgo del plan para tomarse el Palacio y narra uno de los momentos más polémicos: el partido entre Millonarios y Unión Magdalena que se transmitió para que la ciudadanía no pudiera ver por televisión lo que estaba ocurriendo en el centro de Bogotá entre la guerrilla y el Ejército. Entre otras razones, el libro ayudó para que el Consejo de Estado determinara que era una toma anunciada.
Casi que de manera simultánea se publicó La justicia en llamas, de Germán Hernández, cronista de la época que narró en doce capítulos lo que pasó en el edificio que ahora lleva el nombre del entonces presidente de la Corte Suprema de Justicia, Alfonso Reyes Echandía, víctima de la toma.
Un tercer libro que resultó fundamental, e incluyó la voz de una de sus protagonistas, fue Noches de humo, de Olga Behar. El testimonio de Clara Helena Enciso, guerrillera del M-19, sirvió para que la periodista colombiana escribiera un texto literario que tiene su base en la verdad, en una protagonista directa de los días previos y las 48 horas de la toma y la retoma, y si bien la obra carece de un contexto posterior y de una visión de los otros agentes del suceso, sí se posicionó como un libro fundamental por la inclusión de una voz testigo de la preparación y el desarrollo de los hechos por parte del Movimiento 19 de Abril.
Como bien lo señaló Laura Valbuena, una obra de teatro como La Siempreviva resultó ser un símbolo de lo trágico y lo traumático de esos días, de las familias que terminaron preguntándonse dónde estaban sus seres queridos y por qué la fuerza pública no les daba razón de ellos si justamente a varios los vieron salir con vida junto a militares y miembros del Ejército, institución en la que finalmente recae gran parte de la responsabilidad por las muertes y las desapariciones posteriores a la retoma.
“Sobre la responsabilidad y el respeto con las víctimas en el caso de abordar un tema como la desaparición forzada, eso es una elección de cada autor. Yo creo que como autores ellos tenían una importante responsabilidad al hablar del tema con respeto, y siento que lo hacen, así sean más ficcionales o fieles a la realidad en las obras, lo que más resalta es ese dolor plasmado, ese dolor en el que los familiares se pueden ver reflejados. Hay varios familiares que participaron en los procesos de creación de algunas obras, y siento que una de las grandes virtudes de este corpus literario sobre el tema que se logró agrupar fue justamente eso, que mientras desde el periodismo o la historia había unos enfoques dirigidos hacia otros lados, en las obras literarias se le dio prioridad a lo humano, a la tragedia, al empleado de la cafetería que tenía cuatro hijas. La historia y el periodismo no suelen ser tan enfáticos en este tipo de dramas particulares, y además no solo lo plasman de forma creativa y llamativa, sino que fueron una voz constante de denuncia sobre el tema desde los años en que incluso se negaba contundentemente la existencia de desaparecidos. Eso va más allá del mismo respeto y representó un gran apoyo desde la literatura hacia un drama terrible al que pocos prestaron atención por muchos años”, dijo Valbuena.
Miguel Torres, autor de La Siempreviva, y uno de los escritores que más ha aportado a la historia de Bogotá en el siglo XX, también habló sobre la relevancia de la literatura a la hora de intentar responder a las preguntas que quedan en el tiempo, no con la pretensión, de nuevo, de ser la versión oficial, pero sí buscando respuestas e invitando a quienes se acercan a estas obras a encontrar la verdad