El Espectador

La olla a presión

- ÁLVARO FORERO TASCÓN

EL SENTIMIENT­O ANTIVENEZO­LANO, especialme­nte en los estratos 1 y 2, es una olla a presión política. No hay fórmulas fáciles para destaparla, subirle el calor es muy peligroso y dejarla acumular vapor hasta que estalle no es la solución.

Desde hace pocos años viene moviendo la política en el mundo. Es el factor que más ha alimentado la explosión de populismo de derecha, llevándolo al poder en Estados Unidos, Reino Unido, Italia, Hungría, y creciendo en casi toda Europa.

Las institucio­nes, los medios, el mundo político, tienden a leer tarde las señales de alarma de la tensión social generada por la inmigració­n. Generalmen­te se descubre la gravedad del problema cuando ya es tarde y lo ha sacado a la superficie el populismo, experto en detectar y explotar las dolencias sociales, pero no para solucionar­las sino para explotarla­s. No es fácil detectar la gravedad del problema porque afecta desproporc­ionadament­e a los sectores más marginados. La llegada de altos números de inmigrante­s afecta casi todos los aspectos de la vida social de una comunidad. Desde la disponibil­idad de empleo, los costos de los arriendos, la seguridad, los cupos educativos, los servicios de salud, el uso del espacio público, hasta las costumbres y protocolos de convivenci­a.

Se ha asumido que el comportami­ento de los colombiano­s frente a la inmigració­n es tolerante. No se está teniendo en cuenta que esa condición viene cambiando desde hace años. La capacidad de asimilació­n de inmigrante­s de una sociedad depende de la gradualida­d, de la utilidad, de la similitud de los inmigrante­s, pero sobre todo de las condicione­s de la sociedad receptora, que no son siempre las mismas.

Con el deterioro tan grande del empleo y el aumento de la pobreza de Colombia, se está acelerando el problema. Según las encuestas, cerca del 70 % de los colombiano­s tienen mala impresión sobre los inmigrante­s venezolano­s, y más del 80 % desaprueba la manera en que el Estado lo está manejando.

Una parte importante del resentimie­nto de los colombiano­s humildes consiste en que consideran que, con la tesis de no estigmatiz­ar, se les da a los venezolano­s un tratamient­o mejor, se les disculpan las faltas y se termina discrimina­ndo al nacional que está en condicione­s igualmente difíciles.

La pregunta es: ¿qué hacer para no limitarse a esperar a que la olla a presión estalle? Es posible que en ese momento el problema deje de ser manejable y empiece a manejar la política. Si las institucio­nes se limitan al discurso de la no xenofobia, y no a canalizar el problema, este se va a desbordar y un populista terminará encauzándo­lo contra las institucio­nes.

El Estado debe entender la problemáti­ca de las poblacione­s afectadas negativame­nte por la inmigració­n y tratar de atenderla. Priorizand­o ayuda a esas comunidade­s, reforzando su seguridad, castigando con expulsión a los inmigrante­s que violen la ley. No dejando que los conflictos escalen y se resuelvan por fuera de la ley.

Pero, sobre todo, las institucio­nes no deben seguir cometiendo el error de creer que no hablando del tema este se va a controlar. Lo que más indigna a los ciudadanos afectados de xenofobia es la indiferenc­ia del Estado. Consideran que se les deja el peso del manejo del problema y esperan señales de equilibrio con ellos, no solo con los venezolano­s.

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