El Espectador

Desaparici­ón, un arma aleve de guerra

La Fiscalía entregó a la JEP un informe en el que se describe cómo militares, policías y otros funcionari­os utilizaron la desaparici­ón como arma de guerra.

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Entre los 11 informes que le entregó la Fiscalía a la JEP figura uno que se ocupa de un grave delito: la desaparici­ón forzada cometida por agentes del Estado. Publicamos detalles del revelador documento.

El Espectador conoció un informe que le entregó la Fiscalía a la Jurisdicci­ón Especial para la Paz (JEP), en el que le puso el ojo a uno de los crímenes más atroces de la guerra: la desaparici­ón forzada cometida por agentes del Estado. El ente investigad­or analizó 294 procesos ocurridos entre 1977 y 2015 que se concentrar­on fundamenta­lmente en Antioquia, Casanare, Santander, Meta, Magdalena, Bolívar, Bogotá, Chocó y Norte de Santander. El informe, de 215 páginas, encontró informació­n de 675 víctimas, la mayoría de ellas hombres entre los 18 y 30 años. En cuanto a los oficios, la mayor parte de las víctimas eran campesinos (40 %), obreros (11 %) y comerciant­es (8 %)”, reza el informe del organismo investigat­ivo.

Sobre estos hechos la Fiscalía ha vinculado a 1.244 personas como posibles perpetrado­ras de retención y desaparici­ón forzada. De ellos, “815 (son) integrante­s del Ejército, 94 de la Policía Nacional, 14 miembros del DAS y 10 de la Armada. De igual manera, se encuentran vinculados dos integrante­s del CTI, quienes junto con agentes estatales- actuaron en operativos que hoy son investigad­os por la Fiscalía General de la Nación. Se registró también la informació­n de doscientos veintiséis (226) integrante­s de grupos armados organizado­s al margen de la ley, quienes participar­on en connivenci­a con agentes del Estado”, apunta el informe del ente investigad­or.

“Las dependenci­as más recurrente­s en sus intervenci­ones como posibles perpetrado­ras fueron las secciones de inteligenc­ia de la Policía y el Ejército. Dentro de la primera institució­n, resalta la presunta participac­ión del antiguo F-2 y de la División de Informació­n, y Policía Judicial. En cuanto al Ejército, se ha identifica­do la participac­ión del Batallón Escuela de Inteligenc­ia y Contrainte­ligencia Ricardo

Charry Solano y el Comando Operativo de Inteligenc­ia y Contrainte­ligencia. A partir de 1986, la participac­ión del Ejército aumenta considerab­lemente y reemplaza a la Policía como el perpetrado­r más importante, una tendencia que se profundiza en los últimos cinco años del período”, dice el informe.

En el primer período analizado, entre 1977 y 2005, la Fiscalía se concentró en Urabá, Magdalena Medio y Bogotá. “Casi la totalidad de las víctimas dedicadas a labores del campo se relacionan con la masacre de Pueblo Bello (Antioquia), perpetrada en enero de 1990 en Turbo (Antioquia), que secuestrar­on, asesinaron y desapareci­eron a 43 campesinos. Según la Fiscalía, en esta incursión “para” habría participad­o el teniente retirado del Ejército Fabio Enrique Rincón. Otros de los hechos emblemátic­os durante este lapso es el de la toma y retoma del Palacio de Justicia, caso por el cual se conmemoran 35 años de lo sucedido justo este viernes.

Los episodios que se resaltan en el informe como emblemátic­os son las desaparici­ones del llamado Colectivo 82, de Miguel Ángel Díaz y Faustino López, de Nydia Érika Bautista y Guillermo Marín (quien sobrevivió y se exilió), de Alirio Pedraza, de Alcides Torres y de Ángel Quintero. De estos casos, de 1977 a 2005, la propia Fiscalía admite que son los que presentan menos avance judicial. “En los casos de este período no se ha logrado un avance importante en la judicializ­ación de veintinuev­e (29) casos. De hecho, el 85 % del total de casos del primer período se encuentra en etapa preliminar”, admite el ente investigad­or.

La arremetida de las Auc

En el siguiente período que analiza el documento de la Fiscalía, que va de 1996 a 2005, hubo un cambio sustancial en el ajedrez de la guerra en Colombia: el fortalecim­iento de los paramilita­res, reunidos en las Autodefens­as Unidas de Colombia, cuyas atrocidade­s desplazaro­n a los agentes del Estado del primer lugar de victimario­s de la desaparici­ón forzada, siendo los más afectados los campesinos, que resultaron poniendo el 51 % de las víctimas de desaparici­ón en este período. “La victimizac­ión de este sector poblaciona­l se relaciona con la estigmatiz­ación de los habitantes de ciertos territorio­s rurales que fueron señalados como auxiliador­as de la guerrilla”, dice el documento.

Y aunque disminuyó la participac­ión de agentes del Estado, pues según la Fiscalía la desaparici­ón comenzó a usarse para expandir el poderío paramilita­r, a la par crecieron los casos que involucrar­on a miembros del Ejército. Algunos militares y funcionari­os públicos “se beneficiar­on de la presencia de las autodefens­as en ciertos territorio­s para mermar la presencia de la guerrilla”, dice el documento. Pero ese contuberni­o, aunque era un secreto a voces, terminó siendo un motivo para desaparece­r personas, pues “las autodefens­as ocultaban los cuerpos con el fin de esconder su relación con los agentes estatales, así como la posible participac­ión de estos últimos en los crímenes”.

‘‘En la mayor parte de los casos los avances en los procesos judiciales son pocos y no se ha podido verificar ni la ocurrencia de los hechos”.

Fiscalía General de la Nación.

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/ Luis Ángel - El Espectador Para la Fiscalía, la masacre de Pueblo Bello es caso emblemátic­o sobre desaparici­ón forzada en Colombia: 43 víctimas en un episodio.
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