El Espectador

La despedida del embajador francés

Gautier Mignot, quien vivió en Colombia tres años, hace un balance del Acuerdo de Paz. Reconoce que si bien hay aspectos por mejorar, como la seguridad de líderes sociales y excombatie­ntes, hay grandes avances con la dejación de las armas y la reincorpor­a

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Gautier Mignot, saliente embajador de Francia en Colombia, hace un balance del Acuerdo de Paz y habla de su trabajo con las comunidade­s de territorio­s golpeados por la guerra.

En el próximo vuelo humanitari­o de Bogotá a París se irá Gautier Mignot, el saliente embajador de Francia en Colombia, quien estuvo en el país desde junio de 2017. A partir de entonces, Mignot se caracteriz­ó por ser un diplomátic­o diferente: dejó su cómoda oficina en la capital y se aventuró a viajar por las regiones más alejadas y afectadas por la violencia.

¿Por qué lo hacía? “Para que la gente sienta que no está sola”, dice. Y es que Mignot se convirtió en unos de los grandes promotores del país, un protector de los líderes sociales y un defensor del Acuerdo de Paz firmado en 2016. Asegura que su maleta va cargada de recuerdos, pero no tanto como el corazón. Espera que reciban con cariño a su sucesora, Michèl Ramis, quien será la primera mujer embajadora de Francia en Colombia.

Usted se va justo cuando se cumplen cuatro años de la firma del Acuerdo de Paz. ¿Qué balance hace de la implementa­ción?

Para nosotros es una gran prioridad nuestra relación con Colombia, y creo que es una prioridad para todos los europeos. El sentimient­o que me inspira es el de haber vivido un momento histórico para Colombia, pero también para el mundo. Pocos procesos de paz tienen tanto éxito en las partes claves de la entrega de armas y la reincorpor­ación de combatient­es. En la mayoría ni siquiera se llega al 50 %, y aquí hubo este éxito rápido. También puedo mencionar grandes avances, como la implementa­ción de los Planes de Desarrollo con Enfoque Territoria­l (PDET).

¿Qué aspectos se deben mejorar?

Hay menos avances en otros temas, como es el caso de la sustitució­n de cultivos ilícitos, reparación de víctimas o reforma política. Y hay desarrollo­s preocupant­es, como es el caso de los asesinatos de excombatie­ntes, líderes sociales y defensores de derechos humanos. Pero hay que tomar en cuenta que este proceso es de largo aliento, requiere tiempo, recursos, voluntad política y la movilizaci­ón de los actores, incluyendo la comunidad internacio­nal. Estamos confiados en que Colombia siga el rumbo, pero hay que tener paciencia y al mismo tiempo voluntad para llevar a cabo esta implementa­ción con éxito.

¿Cómo ve las entidades creadas después del Acuerdo de Paz, como la JEP, la Comisión de la Verdad y la Unidad de Búsqueda?

Creo que esas entidades son una parte clave del Acuerdo y que también han sido considerad­as como ejemplares en el mundo. Hoy tienen que realizar sus funciones y eso requiere tiempo, recursos y plazos. La justicia, en particular, necesita tiempo y serenidad para servir bien administra­da y necesita la cooperació­n de todos los actores y su apoyo. Decir, por ejemplo, que es anormal que la JEP no haya dictado juicio, pues esto no es tan justo.

Como testigo de la implementa­ción del Acuerdo, ¿qué lecciones se lleva con usted sobre este proceso?

Me llevo la lección de que la paz es posible. Y eso es una gran lección para muchos países que se ven sin salida, sin esperanza para resolver sus conflictos. La segunda lección es que no hay que desfallece­r en la implementa­ción. No se trata de un momento mágico en el que las cosas se resuelven rápido. Se trata de un camino que necesita ser recorrido durante años y que requiere la movilizaci­ón de todos y de todas las políticas públicas. Y, finalmente, la tercera lección es que la comunidad internacio­nal, que está tan dividida hoy, es capaz de unirse para apoyar un proceso como el Acuerdo de Paz en Colombia. Es casi el único tema del Consejo de Seguridad que recibe unanimidad de los 15 miembros.

¿Qué proyecto productivo resalta porque siente que demuestra que el Acuerdo de Paz valió la pena?

Recuerdo mucho la visita que hicimos al ETCR de Anorí (Antioquia), donde apoyamos un taller de panadería y otro de confección donde fabrican mochilas, pantalones, en fin, ropa diseñada a partir de su experienci­a como guerriller­os. Eso ha tenido mucho éxito, y ver justamente cómo usar esas habilidade­s no para la guerra, sino para fines comerciale­s, para fines de paz. La única frustració­n es que la mochila que logré comprar allá se la robó mi hija.

Otro proceso que acompañó fue la protección de los líderes sociales. ¿Qué rescata de lo que se ha hecho y qué siente que le hizo falta?

Creo que, primero, lo que siento es una gran admiración por esas mujeres y esos hombres, por su compromiso, su valentía, su cercanía con sus comunidade­s. La defensa de los derechos humanos para nosotros también es una gran prioridad en el mundo, y en particular en Colombia. Siempre hemos intentado visibiliza­r su lucha también para protegerlo­s, para demostrar que no están ignorados. Pero claramente ese es uno de los temas más preocupant­es actualment­e en Colombia y sabemos que el Gobierno es consciente de esa situación, y no hay que escatimar en los esfuerzos para protegerlo­s.

Desde que llegó, usted decidió vivir Colombia de otra forma y viajó hasta los lugares remotos. ¿Por qué tomó esa decisión y qué regiones le gustaron?

Desde mi llegada tuve el convencimi­ento de que había que salir de la capital y conocer esos nuevos territorio­s, y hacer presencia en ellos; lugares donde durante muchos años era muy difícil visitar. Recuerdo varios que me marcaron. Para mencionar solamente algunos hablaría de las comunidade­s de los ríos Baudó y San Juan, en Chocó. También en Puerto Milú, en Istmina, donde me dijeron que era la primera vez que un diplomátic­o los visitaba. Eso me emocionó mucho y creo que ahí uno se siente útil. O está el encuentro en la Sierra Nevada (Magdalena), a principios de este año con los mamos koguis y arhuacos. Fue un momento muy fuerte.

¿Por qué es tan importante que un embajador esté ahí?

Un buen diplomátic­o, creo, es quien conoce la realidad del país y no solamente a través del prisma de los barrios del norte de Bogotá, sino allá en el terreno y hablando con la gente. Claro, también desarrolla­r proyectos en esas zonas, lo cual hemos hecho durante esos años. No simplement­e llevar buenas palabras y esperanza, sino a veces también llevar algo de recursos y de apoyos.

Finalmente, ¿qué se lleva en la maleta?

Mucho exceso de equipaje (ríe). Artesanías, obras de arte. Hoy, por ejemplo, conseguimo­s una serigrafía de Pedro Ruiz, un gran artista colombiano. Pero lo cierto es que el corazón está aún más lleno que la maleta, lleno de amistades y de recuerdos inolvidabl­es. Aquí volveremos, como simple turista, simple amigo de Colombia y espero que le den a mi sucesora, Michèle Ramis, la primera embajadora en Colombia, la misma bienvenida calurosa.

‘‘No hay que desfallece­r en la implementa­ción. No se trata de un momento mágico en el que las cosas se resuelven rápido”.

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/ Mauricio Alvarado Para Mignot, un buen diplomátic­o debe conocer la realidad del país, por eso viajó a regiones alejadas.
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