Educación inclusiva: una deuda histórica
Más allá de un mero asunto de acceso a la educación, se debe trabajar en la búsqueda de potenciar y valorar la diversidad como condición natural del ser humano, promover el respeto a ser diferente y facilitar la participación de la comunidad dentro de una
Desde hace algunos años, la academia viene implementando el término “educación inclusiva” en sus programas y procesos internos, para enfatizar en la necesidad de que todas las personas tengan acceso a una educación de calidad. Al referirse a todos, se incluye a los estudiantes que presentan algún tipo de discapacidad, que históricamente habían sido excluidos de las aulas convencionales, dada la creencia de que no necesitaban acceder a la educación o que requerían estar en instituciones especializadas, donde pudieran atender sus necesidades.
Y es que la educación inclusiva no es un mero asunto de acceso a la educación; se trata de un trabajo continuo y articulado para lograr la participación de todos los estudiantes, atendiendo a los diversos ritmos y estilos de aprendizaje de cada uno, en el marco del reconocimiento de los derechos humanos, como lo establece el Índice de Inclusión para la Educación Superior, presentado por el Ministerio de Educación Nacional en 2019.
Sin embargo, “a pesar de los avances normativos, el sistema educativo, en general, y la educación superior, en particular, tienen una deuda histórica en materia de educación inclusiva; deuda que solo es posible saldar con un cambio de paradigma en la manera de asumir las diferencias, dejando los discursos y prácticas homogeneizantes y dar paso al reconocimiento, respeto y valoración de las diferencias funcionales, cognitivas, emocionales y socioculturales”, afirma Fidel Ramírez, director de posgrados de la Facultad de Educación de la Universidad El Bosque.
Pensando en las personas en condición de discapacidad, el campus hace continuamente adaptaciones a la infraestructura física y tecnológica para posibilitar su autonomía. De igual manera, realizan la actualización permanente a los docentes en temas pedagógicos para la atención a la diversidad; tal es el caso del programa de Intérprete de Lengua de Señas Colombianas, de la Facultad de Humanidades, y el de braille de la Facultad de Educación.
Otro caso a destacar en el país es el de la Universidad del Rosario, que inició su proceso de transitar a una IES inclusiva desde 2008, adoptando asignaturas transversales electivas, desde la docencia, un grupo de investigación en el tema de discapacidad e inclusión y el Programa de Apoyo a Estudiantes con Discapacidad Incluser.
Actualmente, la Universidad tiene estudiantes con discapacidad en varios programas. En ellos los alumnos cuenta con un equipo académico conocedor de estrategias, prácticas flexibles y ajustes razonables.
Rocío Molina Béjar, profesora de la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud de la Universidad del Rosario y coordinadora del Programa
de Apoyo a Estudiantes con Discapacidad Incluser, explica que para el caso de los alumnos que presentan alguna discapacidad física o movilidad reducida, “en la Sede Centro, que es patrimonio nacional, se han hecho las adecuaciones pertinentes. Se tiene acceso a los pisos en donde están las aulas por los ascensores. La accesibilidad física también ha hecho ajustes con rampas que llevan a la biblioteca, los auditorios y los salones audiovisuales. De igual manera, tanto la Sede de la Innovación y Emprendimiento como la Sede Quinta Mutis tienen infraestructura accesible”.
Pese a los avances, aún hay grandes desafíos. “Unos asociados a las transformaciones de los imaginarios sociales en torno a la diversidad en general y a la discapacidad en particular; otros, relacionados con la formación de maestros para que se apropien de los referentes teóricos y metodológicos para la atención de la diversidad y, finalmente, unos tienen que ver con los recursos en la transformación de la infraestructura física y tecnológica de las instituciones”, concluye el vocero de la Universidad El Bosque.