El “progre” patea al “pastelero”
AUNQUE PARA ALIVIO DE LA DEmocracia haya ganado Biden, ahora es necesario reparar el daño institucional causado a la primera potencia mundial por la actitud de Trump. En el libro The next 100 years, George Friedman describía el siglo XXI como la era dorada para Estados Unidos. Había logrado provocar suficientes guerras afuera como para mantener intacto su territorio, su economía, su modo de vida y su dominio mundial. Lo que no vio Friedman es que no logró, pese a esos éxitos, gestionarse a sí mismo. El peor enemigo de Estados Unidos son los Estados Unidos. Ni la antigua Unión Soviética, ni China, ni los yihadistas islámicos, ni los mamertos latinoamericanos pueden contra el imperio. Pero lo que los ha roto es su incapacidad de resolver sus problemas internos. La cuestión racial sigue viva. Su exuberante crecimiento económico fue concentrando riqueza, destruyendo el sueño americano de oportunidades para todos, dejando atrás masas de población no solo empobrecidas sino anhelantes, porque el paraíso de riqueza se fue convirtiendo en un espejismo. Para mayor desastre, el relato liberal del Partido Demócrata, basado en igualdad, fraternidad, libertad religiosa, humanismo frente a los débiles, derechos humanos y Estado de bienestar, terminó siendo su némesis. Porque fue dejando de lado a los blancos ultraconservadores, fanáticos religiosos, que sienten a los inmigrantes como invasores, que desean usar sus armas para comportarse cada uno como sheriff de sí mismo. Y sus instituciones vapuleadas hasta la opereta. Les ha llegado el tercermundismo. Con todos sus vicios, Estados Unidos era para muchos el bastión de la democracia y los derechos. Hoy sabemos que el golpe a la Revolución francesa es monumental.
Entretanto, quedan lecciones para nosotros. Primero, el riesgo del extremismo es serio. Las malas artes de la política emocional y ramplona pueden anonadar a la mayoría y ponerla en un dilema parecido al de 2018. Dijo el Dr. Uribe: ojo con el 2022. Y repetimos nosotros: ojo con el 2022. Porque si esa mayoría de centro que se expresa en las encuestas no se convierte en realidad electoral, el camino de los populismos puede llevarnos a una situación límite. Es momento de reflexión, de unión, de búsqueda de acuerdos para proteger la esencia de la democracia. Y para ponerle ojo al 2022 hay que ponerle ojo ya a quienes se burlan del centro político. Pueden pagar cara esa mofa. El centro no es desteñido, simplemente es firmemente reflexivo.
Y en segundo lugar: con todos sus defectos, la tarea es cuidar las instituciones. Una de ellas, la justicia. Sometida a un vapuleo inmisericorde, viene padeciendo en todas sus ramas: la justicia penal, sujeta a que sus fallos sean de agrado de los incriminados; la transicional, amenazada de muerte y la constitucional, puesta en salmuera con la amenaza de su desaparición. Para ponerle ojo al 2022 hay que ponerle ojo ya a los intentos de destrucción.
Coda. La votación abultada para elegir al señor Álvaro Hernán Prada en la Comisión de Acusaciones es un acto de impudicia y ceguera de proporciones bíblicas. Se le muestra a la Corte Suprema una guillotina desvergonzada: si me condenas, yo te condeno antes. Y esa es una decisión que compromete a una enorme mayoría de congresistas de diversos partidos. Esto va más allá de la coyuntura.
Serpa se ha ido
HAGA DE CUENTA, AMIGO LECTOR, un país donde hay un “pastelero” y un “progre”. El “pastelero” representa a los millones de empresarios, tanto formales como informales, que han ido forjando durante los últimos dos siglos el país que tenemos. El “progre” representa a los millones de izquierdistas que, más que crear riqueza, lo que buscan es repartirla. El “pastelero” sabe elaborar un ponqué, al igual que todos los que le suministran los ingredientes saben cómo hacerlos y suministrarlos. En Colombia, gracias al “pastelero”, hemos tenido la fortuna de que el ponqué ha crecido casi todos los años, no al ritmo que nos hubiera gustado, pero sí sacando de la pobreza a decenas de millones de compatriotas. Y si bien el “pastelero” y sus proveedores podrían ser más productivos, muchas veces quien no contribuye a aumentar esa productividad es el mismo Estado, en ocasiones con impuestos confiscatorios, otras con infraestructura sin ejecutar o mal ejecutada, y generalmente con regulaciones superfluas y obsoletas.
El “progre”, por el contrario, no tiene la menor idea —y poco le importa— de cómo hacer un ponqué y mucho menos cómo proveer sus ingredientes. La especialidad del “progre” es su reconocida destreza en repartir el ponqué, advirtiendo que cuando él llegue al poder lo hará de manera igualitaria. El “progre” vocifera que Colombia es un país singularmente desigual y que él y su gente lo que buscan es hacerlo más igual. El votante de izquierda muchas veces sucumbe ante esas promesas porque no entiende, como los ratones cuando repetidamente caen en la trampa del queso como carnada, por qué el queso es gratis. El “progre” en el poder solo logra dos cosas: la primera es repartir las tajadas más grandes entre su familia, sus copartidarios y la clase política que lo rodea; y la segunda, que el ponqué, año tras año, disminuya de tamaño. En Venezuela, entre el 2014 y el 2019, se experimentó una debacle similar a la de un país en guerra y el PIB, o sea el ponqué, se contrajo en un 65 %.
Como Maduro, Velasco Alvarado en el Perú y los hermanos Castro, una vez en el poder, el “progre” le dará una patada al “pastelero”. No entendiendo el “progre” cómo se hace un ponqué y mucho menos sus ingredientes, le es muy sencillo patear al “pastelero”. El “progre” tampoco tiene la menor idea de cómo se mezclan la harina, los huevos, el azúcar, la leche y la vainilla o chocolate. Lo que el “progre” nunca asimilará es que las vacas no dan leche: hay que criarlas, alimentarlas y ordeñarlas. Igualmente pasa con las gallinas y los huevos. Para tener harina es necesario bastante más que la arbitraria adjudicación de un pedazo de tierra. El “progre” en realidad se limita material e intelectualmente a ser un repartidor y esta es la razón por la cual las economías —en las que ellos asumen el poder y sacan a sombrerazos al “pastelero”— terminan año tras año teniendo que repartir y comer un ponqué más chiquito y menos apetitoso. No hay que mirar más allá de los países socialistas en donde el ponqué todos los años es de menor tamaño.
En Colombia hay más de tres millones de empresarios, o sea “pasteleros”. Las huestes de los “progres” se han encargado de patearnos, incluyendo varios medios e incontables ONG. Es hora de que los empresarios demos la cara y con orgullo defendamos y comuniquemos nuestros honroso y vital papel dentro de una sociedad libre y demócrata.