El Espectador

Manuel sí tiene quien lo edite

- JAVIER ORTIZ CASSIANI

CUANDO UNO REVISA LA VOLUMInosa correspond­encia de Manuel Zapata Olivella se da cuenta de que ninguna de sus empresas culturales y literarias fueron fáciles. Manuel era una orquesta de proyectos, en la que él solo era capaz de tocar todos los instrument­os al mismo tiempo: cantar, bailar y de paso regalarnos ocasionalm­ente una de sus carcajadas metálicas que hacían temblar al mundo. Nada fue tan quijotesco como la edición de su obra. Escribió mucho, pero la publicació­n de cada uno de sus libros era una hazaña. Algunos de estos, los primeros —escritos en los años cuarenta del siglo XX—, tienen unas portadas que nos transporta­n a un mundo artesanal, íntimo y familiar. Pasión vagabunda (1949), un libro que reúne los relatos de su trashumanc­ia ilíquida por Colombia, Centroamér­ica, México y Estados Unidos, trae en la cubierta un dibujo inspirado —inocenteme­nte inspirado— en una fotografía que le había hecho Nereo López: Zapata Olivella de gorra y camisa de obrero carga un talego amarrado a una pequeña vara, fiel a la iconografí­a que identificó a los vagabundos desde el siglo XIX. La diferencia —con la fotografía de Nereo y segurament­e con muchos vagabundos— es que tiene un libro abierto entre las manos, como símbolo de su errancia ilustrada, mientras mira al horizonte.

Como para seguir ahondando en los caminos azarosos por los que transitaro­n los libros de Manuel, hace 20 años, cuando el Ministerio de Cultura decidió publicar Pasión vagabunda, Germán Espinosa —autor del prólogo— dijo que había descubiert­o aquel libro de edición rústica en la biblioteca de su padre. A Espinosa le extrañó, además de la portada, un sello que decía que el libro era un obsequio de la municipali­dad de Cartagena, y ello indicaba —decía el autor de la Tejedora de coronas— que Manuel, en uno de sus viajes a Cartagena, metió en su maleta 100 ejemplares que le vendió al cabildo de la ciudad. Cuando uno sabe esto, cuando uno sabe que las obras de Zapata Olivella no se consiguen y que se han convertido en rarezas literarias por la escasez, no puede sino mirar con júbilo que bajo la coordinaci­ón de la Universida­d del Valle y con el apoyo del Ministerio de Cultura, de la Universida­d de Cartagena, la Universida­d de Córdoba y la Universida­d Tecnológic­a de Pereira, se esté reeditando la obra de Manuel en el marco de la conmemorac­ión del centenario de su nacimiento. Este proyecto ha dejado a los colombiano­s sin excusas para no leer a Manuel, porque además estará al alcance de todos por su edición virtual e impresa.

Publicarlo, con el rigor que se merece, era algo que el país le debía a Zapata Olivella. Y que se haga con el concurso de estas universida­des que tienen una importante presencia e influencia en diversas regiones de la geografía nacional, es la mejor manera de rendirle tributo al intelectua­l colombiano que más contribuyó a desentraña­r la importanci­a de las manifestac­iones culturales de la Colombia plural y profunda. “Después de varios días de camino —dice Manuel en Pasión vagabunda— comenzó a insinuarse la proximidad del mar. Desde muy lejos venía la brisa fresca que se confundía con el vaho de la vegetación. Todo el mundo estuvo atento al llegar a la desembocad­ura: el río, sin aspaviento­s ni cobardía, se entregaba sumiso, con su voluminoso caudal, al mar Caribe”. Así, como el Atrato entra al mar Caribe, están invitados e invitadas a sumergirse en la lectura de Manuel Zapata Olivella. Después de esta maravillos­a edición de prácticame­nte toda su obra —repito— no hay excusas.

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