El Espectador

LOS TESOROS DE UNA MADRE QUE LA VIOLENCIA NO LOGRÓ ARREBATAR

- VALERIE CORTÉS VILLALBA

EN SAMANÁ (CALDAS) SE TIENE REGISTRO DE 267 PERSONAS DESAPARECI­DAS, DE LAS CUALES SOLO OCHO HAN APARECIDO CON VIDA, 32 ESTÁN MUERTAS Y AÚN SE DESCONOCE EL PARADERO DE 227. Según el Sistema de Informació­n Red de Desapareci­dos y Cadáveres (Sirdec), del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses.

HACE 17 AÑOS, a Isaura Quiceno le desapareci­eron a su hija Bebsabet. Se la llevaron hombres armados sin decirle por qué. En su casa, en Samaná (Caldas), tiene una galería de la memoria con los objetos que mantienen vivo el recuerdo de su hija desapareci­da, entre ellos su vestido de novia.

“¿Mamita qué está pasando, a dónde se la llevan?” le alcanzó a preguntar Isaura Quiceno a su hija Bebsabet Cardona Quiceno, el 29 de noviembre de 2003, horas antes de que un grupo de hombres armados, según cree, paramilita­res, la desapareci­eran. Desde aquel día han pasado casi 17 años y la familia Cardona Quiceno aún desconoce el paradero de Bebsabet, quien para entonces tenía 26 años.

Aquel día doña Isaura y su esposo, Reinaldo Cárdenas, iban de camino para su finca, ubicada a las afueras de Samaná (Caldas). Para la época, el municipio estaba rodeado por la guerrilla, principalm­ente de los frentes 9 y 47 de las Farc y por las Autodefens­as Unidas de Colombia (Auc), quienes se disputaban el control del territorio y principalm­ente el dominio de los cultivos de uso ilícito.

De camino, según relata Reinaldo, unos hombres armados pararon el vehículo en el que él y su esposa Isuara se transporta­ban. Luego los requisaron. En ese momento no sabían qué estaba pasando, hasta que vieron bajar a Bebsabet de un camión, escoltada. “La dejaron bajar para que se despidiera de nosotros, pero no pudimos hablar con ella, ella estaba llena de lágrimas. A mí me empezó a palpitar el corazón, ella se abrazó a mí y esa fue la última vez que la vi”, recuerda su madre.

Por la estigmatiz­ación que sufrieron tras la desaparici­ón de Bebsabet, Isaura y Reinaldo tuvieron que desplazars­e y olvidarse del campo. Ahora viven en una casa pequeña y modesta en la cabecera municipal de Samaná, a la que solo se llega a pie, porque está en una colina cuya única calle de acceso no supera el metro y medio de ancho. Tienen un patio que da a la calle, donde reciben a sus invitados ocasionale­s, una cocina amplia y una habitación principal atestada de recuerdos: su propia galería de la memoria.

Hay fotografía­s por doquier, en portarretr­atos, pegadas a la pared y encima de la nevera. Son fotos de sus nueve hijos, nietos y bisnietos. Están los recuerdos de los grados de primaria de los más pequeños, la estampa de la Virgen María y del Divino Niño Jesús, está un calendario de otros tiempos y una imagen que le saca lágrimas a don Reinaldo: su hija Bebsabet en el día de su matrimonio.

De aquel recuerdo no solo conservan la foto, sino también el vestido de novia que usó Bebsabet en la ceremonia. Pese a que han pasado 22 años desde aquel día, el vestido permanece intacto, porque Isaura lo ha conservado con una dedicación consagrada, casi religiosa. Lo voltea al revés, le hace tres dobleces y lo guarda en un plástico negro, le saca el aire y siempre mantiene bolsas de naftalina dentro. Una vez está empacado, lo guarda en otra bolsa, le saca el aire de nuevo y lo abraza.

La hija de Bebsabet una vez le preguntó a doña Isaura si se podía medir el vestido de su mamá, y su abuela lo sacó, de una manera sacramenta­l, como quien guarda un tesoro. “Cuando usted ya sea mayor, mamita, yo le entrego este vestido. Ese fue el compromiso con su mamá”, le dijo. Al pasar de los años, cuando su nieta cumplió la mayoría de edad y estaba en vísperas de su compromiso, su abuela le recordó la promesa. Pero ella le dijo “no abuelita, yo no lo voy a usar. Haga lo que quiera con el vestido”.

Doña Isaura todavía lo guarda y lo seguirá haciendo. “El día que me muera, que me entierren con él”, asegura.

Los objetos de las personas que fueron desapareci­das, mientras que no se encuentre su cuerpo o no se conozca su paradero, habitan los espacios desolados y evocan intensamen­te a quienes ya no están. Las familias buscadoras, así como los Cardona Quiceno, se aferran a ellos porque ahí habita la memoria de sus seres querido.

La violencia en Caldas no solo les arrebató a Bebsabet. A los Cardona Quiceno les asesinaron sus dos hijos varones, Raúl y Jorge Eliécer, y también vieron morir a su hija Rosa. Ella dio a luz en casa, sufrió una fuerte hemorragia, pero no fue posible llevarla al hospital porque de puertas para afuera escuchaban los enfrentami­entos entre grupos armados. El conflicto armado le negó la posibilida­d a doña Isaura de salvar la vida de su hija.

A su hijo Raúl Cardona Quiceno, quien nació el 15 de noviembre de 1972, lo asesinaron el 1° de junio de 2009. A Raúl lo mataron en Aguabonita (Manzanares, Caldas) cuando salía en su ca

mión con un carga de café. Se cree que el crimen fue perpetrado por la guerrilla de las Farc. Raúl dejó tres hijos, y ahora, 11 años después, ya sería abuelo. Isaura lo recuerda así: “El mono era muy charro, cuando uno estaba triste, él le echaba a uno un cuento para hacerlo reír”.

Jorge Eliécer Cardona Quiceno nació el 8 de mayo de 1964 y fue asesinado el 3 de octubre de 2003. Trabajaba todos los domingos, recuerda su padre. El día que llegó a Samaná para disfrutar de las ferias del pueblo lo asesinaron. Tres tiros en la cabeza, recuerda doña Isaura. “Él era más tímido, pero muy noble. Ni él ni Raulito tenían enemigos ni eran viciosos. Eran trabajador­es y nos ayudaban económicam­ente siempre”.

“Es un dolor muy grande cuando uno pierde los hijos y más de esa manera, sin saber el porqué”, relata Isaura. Ella y su esposo enterraron a sus tres hijos en el cementerio de San Agustín en Samaná (Caldas). “La única a la que nos falta darle cristiana sepultura es a la niña”, dice. Su niña, Bebsabet, nació el 6 de marzo de 1979 y tendría hoy 41 años.

Sobrelleva­r el dolor

Recién ocurrió la desaparici­ón de Bebsabet, Isaura se sumió en una tristeza profunda. “La depresión casi me mata, fui al hospital y puse de mí para no dejarme morir”, relata. Luego llegó a la Fundación para el Desarrollo Comunitari­o de Samaná (Fundecos). Allí conoció a otras familias buscadoras y empezó a participar en los talleres. “Tengo tanto que agradecerl­es a ellos. Ellos fueron los que me dieron mucha ayuda psicológic­a. No tengo con qué pagarles todo lo que han hecho conmigo. Así fui saliendo de la depresión, porque es muy duro para uno perder cuatro hijos seguidos”.

Rafael Rodríguez trabaja con Fundecos. Es un artista plástico y su arte lo ha dedicado a preservar la memoria de las víctimas en Caldas. A su padre lo asesinó la exguerrill­a de las Farc y cuando llegó a la Fundación a hacer sus prácticas empezó un acompañami­ento artístico que lo ayudó a él y a todas las personas que asistían a Fundecos. Cuenta que doña Isaura al principio no contaba la historia de su hija, pero que luego de casi ocho años asistiendo a Fundecos ha sido más fácil para ella y para don Reinaldo, quien acompaña sagradamen­te a su esposa a todas las reuniones.

Esto dice Isaura con lágrimas en sus ojos, con una entereza admirable y sosteniend­o un ramo de flores artificial­es que le regaló Bebsabet: “Donde hay amor todo pasa. Hemos sabido vivir como toca y tener paciencia con todo lo que nos ha pasado. A mí me decían mis amigos ‘si a mí me hubiera tocado vivir eso, yo me hubiera muerto’, pero cuando uno tiene fe todo pasa. Es duro sí, es un trago muy amargo, pero si uno lo sabe llevar todo pasa, a mí me tocó esto y gracias a Dios estoy con vida”.

“Lloro cuando amanezco triste pensando en mis hijos, pero le digo a Dios dame fuerza y fortaleza, porque todavía no me quiero ir. Dame otros años. La vida es muy bella, es para uno quererla y valorarla”, afirma.

Un municipio y cientos de desapareci­dos

Las cifras de desapareci­dos en el Magdalena caldense varían según la fuente que sea consultada, pero así como lo advirtió Diana Arango, directora ejecutiva del Equipo Colombiano Interdisci­plinario de Trabajo Forense y Asistencia Psicosocia­l (Equitas), hay un subregistr­o institucio­nal que ha dificultad­o aún más la búsqueda de los desapareci­dos, la reparación y el acompañami­ento psicosocia­l a los familiares de las víctimas.

De acuerdo con el Registro Único de Víctimas, de la Unidad de Víctimas, en Samaná, tienen registrada­s 166 personas dadas por desapareci­das y 420 víctimas indirectas, es decir, familiares que aún buscan a sus seres queridos.

En el caso del Sistema de Informació­n Red de Desapareci­dos y Cadáveres (Sirdec), del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses, al 10 de noviembre de 2020, registra en este municipio 267 personas desapareci­das, de las cuales solo han aparecido ocho con vida (es decir, menos del 3 % de las víctimas), 32 muertas (lo que equivale al 12 %) y de 227 (el 85 % del total) aún se desconoce su paradero.

Este subregistr­o también lo advirtió el informe “Construcci­ón de memoria y verdad desde las voces de las víctimas del Magdalena Medio”, realizado por Fundecos, el Centro de Estudios sobre Conflicto, Violencia y Convivenci­a Social (Cedat), de la Universida­d de Caldas, y Equitas, para los municipios de Samaná, Norcasia, Victoria y La Dorada. En el documento, entregado a la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desapareci­das (UBPD), especifica­n que el 45,8 % de los 187 casos que registraro­n de víctimas de desaparici­ón forzada en estos cuatro municipios no estaban en la base de datos del Sirdec.

En Samaná, según el Sirdec, el 88 % de las víctimas de desaparici­ón (236) son hombres y el 12 % (31) mujeres. Asimismo, en cuanto al tipo de desaparici­ón se estima que al menos 97 son víctimas de desaparici­ón forzada, 17 de posible reclutamie­nto ilícito por parte de grupos armados y los 153 casos restantes están aún sin clasificar.

Un panorama similar lo registran Fundecos, el Cedat y Equitas, quienes lograron identifica­r que “la mayoría de víctimas de desaparici­ón en la región de Samaná son hombres. Respecto a la edad, la mayoría de las víctimas documentad­as se encontraba­n entre los 18 y 25 años al momento de su desaparici­ón”. Otra caracterís­tica que se logró identifica­r es que de los familiares buscadores de los desapareci­dos, el 52 % son madres, así como Isaura.

EL DÍA EN QUE YO ME MUERA, QUE ME ENTIERREN CON EL VESTIDO DE MI HIJA”. Isaura Quiceno, madre buscadora de Samaná (Caldas).

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Isaura Quiceno y Reinaldo Cardona sosteniend­o los retratos de sus hijos.
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Con una dedicación casi religiosa, Isaura guarda y protege el vestido de su hija desapareci­da.

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