La desbandada
NO SÉ SI CUANDO SALGA PUBLICADA esta columna hayan ocurrido dos hechos: uno, que Donald Trump haya aceptado finalmente su derrota y otro, que los renunciados de la revista Semana hayan sido reincorporados a su nómina de famosos escritores.
Lo primero me parece muy difícil, por cuanto el presidente norteamericano se ha dejado ver, ante el soldado desconocido, como un káiser, con inusitada arrogancia. Y bueno, es aún el presidente de los Estados Unidos de América. El decir de Pompeo es, por cierto, gracioso, que la transición del poder será armoniosa: de Donald Trump a Donald Trump, el próximo 20 de enero.
Lo segundo, tras la pérdida de la mayor parte de sus mejores firmas, será para la revista “Semana” igualmente tortuoso su regreso. Su empresario dueño ha querido parecer desentendido del enorme daño que su estilo le ha ocasionado a la empresa que comanda. Habló con pasmosa tranquilidad en la radio, y se mostró despectivo con los que se fueron, según él fácilmente reemplazables por numeroso personal, para él fácilmente de relevo. Nada se diga en contra de los que se quedan, cumpliendo su labor encomiable.
Los lectores de la revista —y yo lo he sido desde niño— estamos atónitos, esperando que las aguas regresen a su nivel. No es fácil perder a Caballero, a Vladdo, el influencer de la caricatura política, con la orientación que tenga a su gusto tomar; la sensatez de Rodrigo Pardo; la dirección de un Santos, al fin de cuentas, santos de mi devoción son todos ellos; la osadía y los riesgos que se toma Ricardo Calderón, en un instante inesperado promovido a la dirección (“hay un instante del crepúsculo en que las cosas brillan más”, dijera Valencia) y la siempre querida madurez, combinada de locura, de María Jimena. No es fácil, digo, no es fácil perderlos y perderla, a todos.
Ya se habían ido Coronell y Samper Ospina, invaluables, y, por fortuna, si la revista amputada puede seguir, quedan además de mi admirada Salud Hernández y la propia hiperactiva Vicky Dávila, de nuevo en el meollo de esta incomprensible fractura, también otros, de mi afiebrada lectura, la de mis pobres ojos, ya cansados.
Me sorprende el retiro de Vladdo, porque los caricaturistas somos dados a quedarnos hasta que el último se vaya de la fiesta, como quien dice raspando, pues nuestro talante es reírnos de todo y no debernos a nadie. Tiene una entidad propia el humor y una relativa importancia y mientras más desalineado, más incisivo resulta. No te vayas, Vladdo, reaparece por algún lado, como cuando saltaste de una tumba en el tumultuoso sepelio de Luis Carlos Galán. Aterriza en alguna candidatura —o en ninguna— como por ejemplo en la que ya se muestra de Juan Manuel, (¡uy, otro Juan Manuel!), cae en algún campo no minado, donde aún persista el Papel Periódico. ¡Ea!, ¡Vamos!, ¡Extraa!