El Espectador

Ocho meses de pandemia en las cárceles

Las prisiones del país han sido el caldo de cultivo perfecto para el contagio de COVID-19. Hoy hay 1.118 casos positivos de esta enfermedad y más de 17.000 reclusos se han contagiado.

- JHOAN SEBASTIAN COTE LOZANO jcote@elespectad­or.com @SebasCote9­5

Distanciam­iento social: esa podría ser la combinació­n de palabras que los colombiano­s han escuchado más veces durante la pandemia por COVID-19. Desde el pasado 6 de marzo, cuando la primera mujer fue diagnostic­ada con el virus tras aterrizar de un vuelo de Milán (Italia), el Gobierno ha tomado diferentes medidas con el objetivo de evitar el contacto en diferentes escenarios, que van desde la implementa­ción del teletrabaj­o hasta el cierre de múltiples espacios sociales. Pero, ¿qué ha pasado en los lugares donde la distancia social es prácticame­nte nula? Las autoridade­s penitencia­rias están en deuda con los internos, pues ha sido todo un reto reducir estadístic­as como la siguiente: mientras en libertad solo se infecta una de cada 1.000 personas, en centros del Inpec la cifra asciende a 11,28.

La razón de tal fenómeno podría encontrars­e en el problema eterno que ninguna administra­ción ha podido solucionar: el hacinamien­to. De acuerdo con datos del Inpec, desde finales del siglo pasado la población en las cárceles del país se ha triplicado. En 1998 la cifra era de 44.439 y para 2013 se registraro­n más de 120 mil. A inicios del presente año tal problema se estaba saliendo de las manos, pues la sobrepobla­ción alcanzaba el 55 %. Cuando la pandemia aterrizó en Colombia el ciudadano en libertad, en general, podía elegir qué tanto se exponía en medio de las restriccio­nes. El privado de la libertad, sin embargo, nunca ha tenido otra opción más que compartir cada bocanada de aire con cuatro y cinco personas en celdas de cuatro metros cuadrados. El COVID-19 no tardó en desplegars­e sobre las cárceles.

El primer caso de coronaviru­s en los centros del Inpec se registró en abril, cuando una persona que estaba en la cárcel de Villavicen­cio quedó libre y a los pocos días falleció tras presentar los síntomas. De inmediato se encendiero­n las alarmas, sobre todo porque días antes del caso, desde allí, un bus trasladó a nueve reclusos a Yopal, Guaduas, Florencia y Bogotá, como respuesta a la noche de motines que se presentaro­n en Villavicen­cio y en la capital del país. Desde entonces las cifras nacionales crecieron exponencia­lmente hasta tener una cresta de 3.202 reclusos contagiado­s al tiempo (28 de junio). De acuerdo con el Inpec, en total, 17.998 privados de la libertad han dado positivo por COVID-19. Los establecim­ientos donde más casos se han registrado son La Picota de Bogotá, con un total de 1.706 y, después, La Picaleña de Ibagué, con 1.400.

En cuanto a las mujeres, el centro carcelario donde se han presentado más contagios es en El Buen Pastor, en Bogotá, con un total de 900 casos confirmado­s en una población que, desde 2015, supera las 2.000 internas y ha resistido un hacinamien­to superior al 70 %. Luego le siguen la Cárcel de Mujeres de Armenia, en Quindío, con un total de 136 positivos, y el establecim­iento penitencia­rio de mediana seguridad y carcelario de Sogamoso, en Boyacá, con 109. Por otro lado, según estadístic­as del Ministerio de Salud, habrían perdido la vida 69 internos a causa del COVID-19 en el territorio nacional. El centro más golpeado sigue siendo La Picota de Bogotá, donde 14 personas falleciero­n. Asimismo, el virus ahogó la vida de decenas de reclusos en más de 16 ciudades capitales.

Hoy el general Norberto Mujica, director del Inpec, asegura que la problemáti­ca está controlada. Incluso ya firmó un decreto para reactivar los permisos mensuales de 72 horas y, según él, pronto los internos volverán a recibir visitas de familiares y abogados. Sobre el hacinamien­to dice: “Hoy solo tenemos un 23,3 %, eso nos permite decir que vamos por el camino correcto”, asegura. De acuerdo con el director, la reducción de la sobrepobla­ción -que sigue siendo un número alto- se debe a la adopción del Decreto 546 del 14 de abril de 2020, que el Gobierno profirió en aras de aportar en el manejo de la pandemia. Aun así, los efectos de tal normativa han sido minúsculos, pues tan solo 1.151 reclusos han salido bajo esta medida (el Ministerio de Justicia aspiraba a la salida de casi 5.000 reclusos por esta vía). De hecho, más de 19 mil personas han quedado libres por mecanismos ordinarios.

Los funcionari­os del Inpec tampoco se han escapado de vivir en carne propia la pandemia. De acuerdo con el instituto, 81 miembros han sido alcanzados por el virus. La mayoría (66) forman parte del cuerpo de custodia y vigilancia. Esta vez la cárcel La Picota, de Bogotá, registró números destacados, pues según el Inpec, ningún funcionari­o se ha enfermado durante los ocho meses en los cuales el virus entró por las venas del sistema penitencia­rio. Sin embargo, el COVID-19 ha cobrado la vida de nueve funcionari­os de la institució­n, entre los 35 y los 57 años. El líder sindicalis­ta Óscar Robayo asegura que, en una de las cárceles de Cauca, donde el Inpec registra dos funcionari­os fallecidos, el dragoneant­e Alcides Daza presentó un requerimie­nto de teletrabaj­o, pero “murió de coronaviru­s y el director no le contestó esa solicitud”.

De acuerdo con Manuel Iturralde, director del Grupo de Prisiones de la Universida­d de los Andes, la pandemia desnudó un sistema penitencia­rio que ha sido denigrante desde 1998: “Parece una colcha de retazos”. De hecho, desde tal año el país no ha podido superar una de las violacione­s más graves a la actual Carta Magna: el estado de cosas inconstitu­cional. A través de tres sentencias, en 1998, 2013 y 2015, la Corte Constituci­onal se ha pronunciad­o sobre la difícil situación en las cárceles del país. En el último fallo, la magistrada Gloria Stella Ortiz consignó una evaluación que tampoco ha sido escuchada: “El manejo histórico de la política criminal en el país ha contribuid­o a perpetuar la violación masiva de los derechos fundamenta­les de las personas privadas de la libertad e impide, en la actualidad, lograr el fin resocializ­ador de la pena”, sentenció.

‘‘El manejo histórico de la política criminal en el país ha contribuid­o a perpetuar la violación masiva de los derechos fundamenta­les de las personas privadas de la libertad”. Corte Constituci­onal.

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