Sospechar, sospechar, sospechar…
ISABEL BARRAGÁN ME HACE PISTOla. Siento ganas de chuparle el dedito del medio, primoroso, elegante, inalcanzable por Zoom. No seas fetichista, me lee el pensamiento, y se acomoda bien la mascarilla. Tu boca no pierde el sabor a caramelo-oh, canturreo en voz baja.
¿Qué estás leyendo?, le pregunto no sin prevención, la pandemia sicosea a los crédulos. Pestañea como Melania Trump. Yo parpadeo. (Según mi retinóloga, los hombres parpadean y las mujeres pestañean). Una novela italiana de hace cinco años que parece escrita en Colombia por un periodista sin empleo. Oiga, digo por decir. Es Número cero, de Umberto Eco, lector insigne, escritor summa cum laude.
Eco, explica Isabel, es un autor no apto para analfabetas funcionales. Es agudo, full
erudito, mamagallista irredento. También fue semiólogo, añade. Quizás el único semiólogo que hablaba y se le entendía. Vuelvo a parpadear, un simulacro de pestañeo. En Número cero se narran los intríngulis de un periódico que nunca saldrá. Se llama Domani (Mañana). ¿Cómo fue?, digo. Domani, el periódico de mañana. No entiendo nada. Concéntrate, por favor. El diario se anticipará a las noticias de mañana y las contará la víspera, o sea, hoy. Al dueño le dirán: “Así habría sido Domani si hubiera salido ayer”. Me rasco la cabeza, aún confundido. Es un juego, bobito. El editor es el commendatore Vimercate. Su director es Simei. Y el narrador de la historia, ambientada en Milán entre el 6 de abril y el 11 de junio de 1992, es Colonna, el doctor Colonna, un cincuentón medio fracasado.
Ahora la que parpadea es Isabel. La idea es preparar 12 números cero en un año, me aclara con misericordia. Para enseñarle a la gente cómo debe pensar. Los periodistas de planta se limitan “a difundir sospechas generalizadas, […] a regodearse de la mala suerte ajena, […] todo ideales y nada de ideas […] porque los periódicos no están hechos para difundir sino para encubrir noticias”. Chantajear, desprestigiar, arrodillar a clientes, socios o rivales del commendatore. Un aparato ideológico y político de propaganda, dice Isabel.
Braggadocio, uno de los redactores, tramado por el director, se inventa un asombroso dossier sobre el fusilamiento de Benito Mussolini el 28 de abril de 1945. Ese día las milicias antifascistas no habrían matado al Duce sino a un sosias. ¿Un qué?, se me escurre el tapabocas. Pestañeo. Parpadeo. Un sosias es un doble, un clon, una persona casi idéntica a otra. El verdadero Mussolini, con apoyo de misteriosísimos conspiradores, habría escapado a Argentina o se habría escondido en los sótanos del Vaticano, que al parecer van a dar directamente a los quintos infiernos.
Eso significa, dice Isabel, que la sombra de Mussolini, dado por muerto, domina los acontecimientos italianos desde 1945 hasta hoy, y su muerte real, años después, desencadena el período más terrible de la historia de ese país, implicando a la CIA, la OTAN, la logia P2, la Cosa Nostra, servicios secretos, mandos militares, primeros ministros y presidentes, organizaciones terroristas de extrema izquierda, infiltradas y teledirigidas por este Poder soterrado. Y entonces…, dice Isabel. No, no, no, a mí nada de spoilers, la braveo. Me atrinchero detrás de mi mascarilla. Lo que tiene que pasar pasa, digo. Y después suspiro.
Rabito: Mal de una, consuelo de tontos: “Ser director no quiere decir saber escribir. El ministro de Defensa no tiene por qué saber lanzar una granada”. Umberto Eco. Número cero. 2015.
@EstebanCarlosM