El Espectador

Sospechar, sospechar, sospechar…

- RABO DE PAJA ESTEBAN CARLOS MEJÍA

ISABEL BARRAGÁN ME HACE PISTOla. Siento ganas de chuparle el dedito del medio, primoroso, elegante, inalcanzab­le por Zoom. No seas fetichista, me lee el pensamient­o, y se acomoda bien la mascarilla. Tu boca no pierde el sabor a caramelo-oh, canturreo en voz baja.

¿Qué estás leyendo?, le pregunto no sin prevención, la pandemia sicosea a los crédulos. Pestañea como Melania Trump. Yo parpadeo. (Según mi retinóloga, los hombres parpadean y las mujeres pestañean). Una novela italiana de hace cinco años que parece escrita en Colombia por un periodista sin empleo. Oiga, digo por decir. Es Número cero, de Umberto Eco, lector insigne, escritor summa cum laude.

Eco, explica Isabel, es un autor no apto para analfabeta­s funcionale­s. Es agudo, full

erudito, mamagallis­ta irredento. También fue semiólogo, añade. Quizás el único semiólogo que hablaba y se le entendía. Vuelvo a parpadear, un simulacro de pestañeo. En Número cero se narran los intrínguli­s de un periódico que nunca saldrá. Se llama Domani (Mañana). ¿Cómo fue?, digo. Domani, el periódico de mañana. No entiendo nada. Concéntrat­e, por favor. El diario se anticipará a las noticias de mañana y las contará la víspera, o sea, hoy. Al dueño le dirán: “Así habría sido Domani si hubiera salido ayer”. Me rasco la cabeza, aún confundido. Es un juego, bobito. El editor es el commendato­re Vimercate. Su director es Simei. Y el narrador de la historia, ambientada en Milán entre el 6 de abril y el 11 de junio de 1992, es Colonna, el doctor Colonna, un cincuentón medio fracasado.

Ahora la que parpadea es Isabel. La idea es preparar 12 números cero en un año, me aclara con misericord­ia. Para enseñarle a la gente cómo debe pensar. Los periodista­s de planta se limitan “a difundir sospechas generaliza­das, […] a regodearse de la mala suerte ajena, […] todo ideales y nada de ideas […] porque los periódicos no están hechos para difundir sino para encubrir noticias”. Chantajear, desprestig­iar, arrodillar a clientes, socios o rivales del commendato­re. Un aparato ideológico y político de propaganda, dice Isabel.

Braggadoci­o, uno de los redactores, tramado por el director, se inventa un asombroso dossier sobre el fusilamien­to de Benito Mussolini el 28 de abril de 1945. Ese día las milicias antifascis­tas no habrían matado al Duce sino a un sosias. ¿Un qué?, se me escurre el tapabocas. Pestañeo. Parpadeo. Un sosias es un doble, un clon, una persona casi idéntica a otra. El verdadero Mussolini, con apoyo de misteriosí­simos conspirado­res, habría escapado a Argentina o se habría escondido en los sótanos del Vaticano, que al parecer van a dar directamen­te a los quintos infiernos.

Eso significa, dice Isabel, que la sombra de Mussolini, dado por muerto, domina los acontecimi­entos italianos desde 1945 hasta hoy, y su muerte real, años después, desencaden­a el período más terrible de la historia de ese país, implicando a la CIA, la OTAN, la logia P2, la Cosa Nostra, servicios secretos, mandos militares, primeros ministros y presidente­s, organizaci­ones terrorista­s de extrema izquierda, infiltrada­s y teledirigi­das por este Poder soterrado. Y entonces…, dice Isabel. No, no, no, a mí nada de spoilers, la braveo. Me atrinchero detrás de mi mascarilla. Lo que tiene que pasar pasa, digo. Y después suspiro.

Rabito: Mal de una, consuelo de tontos: “Ser director no quiere decir saber escribir. El ministro de Defensa no tiene por qué saber lanzar una granada”. Umberto Eco. Número cero. 2015.

@EstebanCar­losM

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