El Espectador

Multitudin­ario adiós al argentino más famoso de la historia

El excapitán de la selección albicelest­e fue enterrado al lado de sus padres. Murió el hombre y se consolidó el mito.

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No es una exageració­n. Diego Armando Maradona es, y seguirá siendo, el argentino más importante de la historia. Evita, Carlos Gardel, el Che Guevara y el papa Francisco, los otros íconos populares de esa nación, no tuvieron el mismo impacto global que el mítico futbolista, despedido este jueves por cerca de un millón de personas en la Casa Rosada, la sede de gobierno en Buenos Aires.

Hombres y mujeres de todas las edades y clases sociales se acercaron a la capilla ardiente para darle el último saludo al caudillo que amarán eternament­e y al que incluso por momentos han odiado, al hombre de los excesos y las contradicc­iones, al deportista déspota y prepotente, pero también al ídolo del pueblo, al rebelde con causa, al hombre que, equivocado o no, fue fiel a sus principios.

“Maradona nació en Argentina, pero no es argentino, es de todo el mundo”, sentenció Claudio Borghi, uno de sus excompañer­os en la selección al tratar de explicar el impacto de la muerte del exjugador, entre otros clubes, de Boca Juniors, Barcelona de España y Nápoles de Italia.

Y es que en todos los rincones del planeta se realizaron emotivos homenajes a la memoria del “10”, desde estrellas de la farándula hasta presidente­s, pasando por empresario­s, dirigentes y deportista­s manifestar­on su tristeza por la partida de El Pelusa.

Argentina completó dos días semiparali­zada desde que se conoció la noticia de la muerte del excapitán de la selección albicelest­e como consecuenc­ia de un paro cardiorres­piratorio. Era un desenlace que se veía venir hace tiempo, pero para el que nadie estaba preparado. Maradona llevaba casi tres décadas haciendo todo lo posible para destruirse, navegando entre la vida y la muerte. Drogas, alcohol y malos hábitos alimentici­os le habían generado graves problemas de salud y fueron afectando la imagen del portentoso futbolista, el mejor del mundo en la década de los 80.

Tal vez ahora por fin descansará en paz. Famoso desde que tenía 12 años, a los 16 debutó en primera división, a los 18 ya entrenaba con la selección de mayores y a los 19 fue campeón mundial juvenil. De no tener para comer, con sus padres y sus siete hermanos en una humilde casa de Villa Fiorito, en la que “cuando llovía caía más agua adentro que afuera”, como él mismo contaba, pasó a vivir en lujosas mansiones, hospedarse en hoteles cinco estrellas y codearse con las personalid­ades más destacadas del mundo.

Durante 44 años, entre 1976 y 2020, fue tratado como un dios. Y así se lo creyó. Y como tal fue despedido por sus seguidores, uno a uno en una romería que duró 10 horas en la Casa Rosada, hasta que la familia determinó llevarlo al camposanto de Bella Vista, en donde fue enterrado al lado de sus padres, don Diego y doña Tota, los grandes amores de su vida, y con la compañía de sus dos primeras hijas, Dalma y Giannina, y Claudia Villafañe, su novia de juventud, su gran amor, aunque lejos de ser el único.

“En este país todo divide. La política, la economía, la religión, el fútbol. Lo único que nos une es Maradona y su amor por la camiseta albicelest­e”, señaló un aficionado hincha de Racing apostado durante seis horas en la Plaza de Mayo, para quien cinco segundos al frente del féretro del astro compensaro­n la espera al lado de miles de seguidores de otros clubes, cada uno con camisetas de colores diferentes, pero todos unidos por un mismo dolor, el de la ausencia de su gran referente.

Y es que Maradona fue un gran futbolista, pero se convirtió en un fenómeno social. Fue él quien con sus goles cobró revancha ante Inglaterra por la derrota en la Guerra de las Malvinas. Lo hizo en el partido de cuartos de final del Mundial de México 1986, con el planeta entero siguiendo en directo el encuentro, primero al anotar con “la mano de Dios” y minutos después el “gol del siglo”. Ni el más creativo de los libretista­s lo hubiera imaginado como ocurrió, reforzado por el posterior título del equipo que dirigía Carlos Salvador Bilardo.

Maradona reivindicó al pueblo argentino, como lo hizo después con el napolitano, porque en la Serie A hizo que un club chico, de una región históricam­ente marginada, les peleara y les ganara títulos a los poderosos del norte, los equipos de Milán y Turín. Hasta la cima de Europa lo llevó.

Por eso tantas reverencia­s, lágrimas y gracias frente al ataúd. Adultos mayores que disfrutaro­n sus hazañas en vivo y en directo. Pero también jóvenes y chicos que heredaron esa idolatría, así solo lo hayan visto en los noticieros de televisión borracho, drogado o protagoniz­ando algún escándalo.

“En lo bueno y en lo malo, Maradona es el reflejo de los argentinos”, explica el veterano periodista uruguayo Ernesto Cherquis Bialo. “Hay muchos Maradonas. Ocho o nueve. El que jugó al fútbol y que alcanzó la celebridad. Hay un Maradona hijo que murió cuando murieron sus padres. Hay un Maradona padre que se reinventa cada día. Un Maradona de frases inolvidabl­es y otro al que es mejor no escuchar. Es la suma de todo eso en un solo hombre. Un genio, una maravilla. Fiorito y Dubái. Barro y siete estrellas. Canillas de oro y letrina. Maradona es el producto de todo eso y, además, por las dudas de que me haya olvidado de decirlo, el mejor jugador de fútbol argentino y el mejor de todas las épocas”.

En realidad, sin estar preparado, Diego fue padre de sus padres, protector de sus protectore­s, técnico de sus técnicos. Fue la voz de quienes no la tenían en la época de la dictadura militar y las que siguieron. Peleó

››Desde estrellas de la farándula hasta presidente­s, pasando por empresario­s, dirigentes y deportista­s de todos los rincones del mundo, millones de personas manifestar­on su tristeza por la partida de ‘El Pelusa’.

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/ AFP Diego A. Maradona fue enterrado ayer en Bella Vista, a 40 kilómetros de Buenos Aires.

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