El Espectador

Todo es redondo, como un balón de fútbol

- LORENZO MADRIGAL

LOS HOMBRES VUELVEN DIOSES A sus congéneres con demasiada facilidad o, sencillame­nte, como necesidad histórica. Hay una igualdad sustancial entre humanos que no necesita demostrars­e, pero hay una excelsitud en el grupo social, en donde apunta enseguida el egregio, del que hablan sociólogos y la forma cómo se destaca, surge y es reconocido es tan espontánea que no es fácil de desentraña­r.

Sin apelar a lo científico, es un hecho visual que la manada, hablando de hombres y de animales, escoge al más fuerte o al más astuto para que la presida, la represente o vaya adelante, abriendo trocha. Digamos que en términos sociales se hace indispensa­ble un papa, un presidente, alguien más respetable que los demás. Es, pues, una condición de vida.

Pero esto mismo hace ver las grandes contradicc­iones de lo humano, cuando los contrastes no tienen por qué serlo ni razón alguna asiste para la diferencia­ción entre seres por esencia iguales. Presupuest­os injustos determinan que unos cuenten con educación y dinero y raigambres familiares o dinásticas, recibidos de un destino gratuito.

¿Esto puede evitarse? No. Parece ser de la condición fundaciona­l del mundo. ¿Hay, entonces, que resignarse a ello? Tampoco. Es cómodo, para quienes todo lo han recibido, acomodarse, instalarse o, sencillame­nte, ser. Las sociedades democrátic­as deben buscar la igualdad (egalité, para la Revolución francesa) y partir de la base de que tenemos un mismo cuerpo, una misma mente y, lo que es bien dramático, una misma muerte y desaparici­ón. (“La pálida muerte con el mismo pie golpea en la choza de los pobres o en la torre de los reyes”, lo dijo Horacio, en hermoso latín no traducible).

Somos iguales, cuánto más se siente esto en un caso de pandemia, mientras nos llegan, como disparos de todo lado, las noticias de unos y de otros, tocados por la infección o muertos. La pandemia nos iguala en fraternida­d humana y en términos deontológi­cos nos hace solidarios.

Continuamo­s, de todos modos, en la insania de encumbrar a unos hasta el delirio y creo que, de alguna manera, está bien que haya quien nos encamine, aunque no siempre acertadame­nte, porque el camino es uno y no disperso. La humanidad ahí va, con algún tipo de determinac­ión, por donde la lleve la historia.

Pensamient­os desordenad­os que se ocurren al mirar multitudes que parecen correr tras una pelota, el juego más elemental del mundo. Los deportista­s son los mayores dueños de multitudes y principale­s conductore­s humanos, a tal punto que los más sedentario­s y ajenos al deporte tenemos que seguirlos. Es seguro que de niños jugamos todos a las bolas de cristal, que manoseamos luego el timón redondo de los autos y que quisiéramo­s dar la vuelta a la circunfere­ncia del planeta. Rotundo como todo en el planetario. Dicho lo cual, para redondear.

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