Todo es redondo, como un balón de fútbol
LOS HOMBRES VUELVEN DIOSES A sus congéneres con demasiada facilidad o, sencillamente, como necesidad histórica. Hay una igualdad sustancial entre humanos que no necesita demostrarse, pero hay una excelsitud en el grupo social, en donde apunta enseguida el egregio, del que hablan sociólogos y la forma cómo se destaca, surge y es reconocido es tan espontánea que no es fácil de desentrañar.
Sin apelar a lo científico, es un hecho visual que la manada, hablando de hombres y de animales, escoge al más fuerte o al más astuto para que la presida, la represente o vaya adelante, abriendo trocha. Digamos que en términos sociales se hace indispensable un papa, un presidente, alguien más respetable que los demás. Es, pues, una condición de vida.
Pero esto mismo hace ver las grandes contradicciones de lo humano, cuando los contrastes no tienen por qué serlo ni razón alguna asiste para la diferenciación entre seres por esencia iguales. Presupuestos injustos determinan que unos cuenten con educación y dinero y raigambres familiares o dinásticas, recibidos de un destino gratuito.
¿Esto puede evitarse? No. Parece ser de la condición fundacional del mundo. ¿Hay, entonces, que resignarse a ello? Tampoco. Es cómodo, para quienes todo lo han recibido, acomodarse, instalarse o, sencillamente, ser. Las sociedades democráticas deben buscar la igualdad (egalité, para la Revolución francesa) y partir de la base de que tenemos un mismo cuerpo, una misma mente y, lo que es bien dramático, una misma muerte y desaparición. (“La pálida muerte con el mismo pie golpea en la choza de los pobres o en la torre de los reyes”, lo dijo Horacio, en hermoso latín no traducible).
Somos iguales, cuánto más se siente esto en un caso de pandemia, mientras nos llegan, como disparos de todo lado, las noticias de unos y de otros, tocados por la infección o muertos. La pandemia nos iguala en fraternidad humana y en términos deontológicos nos hace solidarios.
Continuamos, de todos modos, en la insania de encumbrar a unos hasta el delirio y creo que, de alguna manera, está bien que haya quien nos encamine, aunque no siempre acertadamente, porque el camino es uno y no disperso. La humanidad ahí va, con algún tipo de determinación, por donde la lleve la historia.
Pensamientos desordenados que se ocurren al mirar multitudes que parecen correr tras una pelota, el juego más elemental del mundo. Los deportistas son los mayores dueños de multitudes y principales conductores humanos, a tal punto que los más sedentarios y ajenos al deporte tenemos que seguirlos. Es seguro que de niños jugamos todos a las bolas de cristal, que manoseamos luego el timón redondo de los autos y que quisiéramos dar la vuelta a la circunferencia del planeta. Rotundo como todo en el planetario. Dicho lo cual, para redondear.