El Espectador

La guardiana de las abejas

La líder maya fue galardonad­a con el premio Goldman por su lucha contra la siembra de soya transgénic­a en la península de Yucatán, al sur de México.

- TATIANA PARDO IBARRA tatianapar­doib@gmail.com @Tatipardo2

Leydy Araceli Pech, de 55 años, es la cara visible de su colmena: una comunidad maya que vive económica y culturalme­nte de la apicultura. Esta semana ganó el premio Goldman -el mayor reconocimi­ento ambiental del mundo- por liderar una coalición que detuvo la siembra de soya genéticame­nte modificada por Monsanto en el sur de México.

De lo alto de la cúpula bajan hasta el suelo pisos horizontal­es en forma de discos, unidos entre sí por pequeñísim­as columnas de cera. Estas estructura­s tienen callejones y pasillos tan bien diseñados que aseguran el tránsito del aire durante temporadas cálidas y evitan las aglomeraci­ones de sus huéspedes durante días ajetreados. Existen más de 20.000 especies de abejas en el mundo, pero hay una que enfrentó a un pueblo latinoamer­icano con la empresa líder en la producción de herbicidas: la Melipona beecheii.

Hay abejas solitarias que solo requieren de abrir un hueco y acondicion­arlo para poner su huevo y después partir, pero hay otras que requieren del trabajo colectivo para sobrevivir. Ese es el caso de la Melipona beecheii —una de las 500 especies de abejas sin aguijón y nativa de las selvas lluviosas de la península de Yucatán—.

Leydy Araceli Pech Marín es la cara visible de su colonia. Esta mujer maya, de 55 años, ganó esta semana el premio Goldman, el mayor reconocimi­ento ambiental que se entrega a escala mundial, por encabezar una coalición que detuvo la siembra de soya genéticame­nte modificada por Monsanto en el sur de México. En 2012, el gobierno le otorgó a esta multinacio­nal permisos para sembrar en siete estados (Campeche, Yucatán, Quintana Roo, San Luis Potosí, Veracruz, Tamaulipas y Chiapa) sin consultar previament­e a las comunidade­s locales. Los problemas llegaron como río desbordado.

Tras la deforestac­ión del bosque, las aspersione­s aéreas con glifosato se convirtier­on en un dolor de cabeza. El plaguicida, dice Leydy, catalogado como “posiblemen­te cancerígen­o” por la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), no solo contaminó la tierra y las fuentes de agua de los mayas, sino también la miel y el polen, el sustento económico del pueblo indígena.

El detonante que organizó a la gente llegó con un anuncio de la Unión Europea: advertía que no iba a comprar ni comerciali­zar miel contaminad­a con polen de cultivos transgénic­os. De acuerdo con algunas investigac­iones realizadas en la zona, “las abejas efectivame­nte pecorean las flores de soya (que se ubican hasta dos kilómetros de distancia de las colmenas) y, en consecuenc­ia, la gran mayoría de las muestras de miel y polen contuviero­n polen de soya”. Dependiend­o de dónde estuviesen ubicadas, el porcentaje de polen genéticame­nte modificado varió entre el 67 % (a 250 metros) y 100 % (a 2.000 metros).

Específica­mente en Campeche, donde vive Leydy, los apicultore­s decidieron interponer dos juicios de amparo contra ese permiso. La abogada Ximena Ramos, del Centro Mexicano de Derecho Ambiental (CEMDA), quien ha acompañado el proceso jurídico desde el inicio, explica que los principale­s argumentos fueron la violación de las autoridade­s al derecho a la consulta previa, libre e informada de las comunidade­s mayas, la posible afectación que tendría la siembra de soya genéticame­nte modificada sobre la apicultura y meliponicu­ltura, y la violación a los derechos al trabajo y un ambiente sano. En 2015 la Suprema Corte les dio la razón: ordenó suspender la siembra de 253.500 hectáreas.

Al otro lado de una pantalla, Leydy Pech, conocida como “la dama de la miel” o “la guardiana de las abejas”, relata sus batallas.

Esta historia empezó hace una década. ¿Cómo fue la llegada de los menonitas a su territorio?

Ellos llegaron hace unos cuarenta años, lo que pasa es que nunca imaginamos que fueran a cambiar nuestra vida, la de los mayas. Llegaron porque el gobierno mexicano ofertó estos bosques que, en su momento, eran llamados en “desuso”, cuando en realidad eran bosques densos cuidados de manera ancestral. Entonces cuando los menonitas empezaron a deforestar y nosotros a cuestionar, ellos decían que ya traían un título de propiedad que les daba derechos sobre esas tierras, ¡las nuestras!

Luego, en 2012, nos enteramos de que Monsanto tenía permiso para sembrar soya transgénic­a en siete estados de México, entre esas 30.000 hectáreas en etapa piloto dentro de Campeche, Yucatán y Quintana Roo. Una cosa llevó a la otra: primero fue la deforestac­ión a gran escala y la pérdida de biodiversi­dad, luego la contaminac­ión del suelo y las lagunas, la muerte de nuestras abejas por el incremento de plaguicida­s y la fumigación con glifosato desde avionetas, incluso en zonas muy cercanas a las escuelas. Se cambió el uso del suelo, se drenaron las aguadas y todo se transformó en una extensa área agrícola para soya y sorgo.

¿Cuál es la importanci­a de la miel y las abejas nativas para el pueblo maya?

La apicultura no solo representa la economía, sino la identidad cultural. La miel la utilizamos para curarnos, la polinizaci­ón que hacen las abejitas protege a las plantas medicinale­s y nos da esa diversidad de alimentos que hacen parte de nuestra dieta. Nosotros no pensamos en sembrar granos a gran escala, sino en una soberanía alimentari­a respetuosa con el entorno.

Esta ha sido una lucha liderada principalm­ente por mujeres. ¿Cómo ha sido este camino?

Difícil. En nuestra cultura hay roles establecid­os, pero en los últimos años hemos estado abriendo esta brecha para que más mujeres puedan incorporar­se y tomar decisiones. Creo que somos más sensibles ante este problema, porque muchas somos madres y no queremos que este sea el futuro que les espere a nuestros hijos. Nosotras no reaccionam­os por la venta de la tierra, sino porque está en riesgo la vida misma.

¿Cuál ha sido el mayor aprendizaj­e?

Que la defensa de la vida no requiere de un perfil académico o puesto político. Yo soy mujer, maya y ama de casa.

Y ahora esto se traduce en el reconocimi­ento más importante en temas ambientale­s. ¿Cómo recibió la noticia?

Es un reconocimi­ento compartido. A mí me toca recibirlo, pero es la lucha de todas y todos desde hace más de veinte años. Las semillas que se van sembrando van germinando en distintos momentos.

Como la misma renovación de abejas dentro de un panal…

Me encanta eso. Los mayas nos identifica­mos con las abejas porque estos animalitos hacen un trabajo muy organizado. Hay abejitas que están dentro de la colmena y son las que están dándole la estructura al nido para que se mantenga vivo y firme, luego las obreras que entran y salen constantem­ente para traer polen, y hay otras que están listas para relevar labores. Hay una renovación constante, sí, y así es nuestra lucha: larga y poco a poco se van a ir incorporan­do nuevas personas en el camino, pero a nosotros nos toca poner el cimiento, bien firme para que la defensa continúe. Las abejas son cuidadoras, proveedora­s y cooperan; y las mujeres también.

›› Leydy Pech es la cara visible de su colonia. Esta mujer maya, de 55 años, ganó esta semana el premio Goldman, el mayor reconocimi­ento ambiental.

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/ Reuters Leydy Pech lleva más de 20 años trabajando con comunidade­s Maya sobre temas de desigualda­d de género y derechos de los pueblos indígenas.
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/ Goldman Environmen­tal Prize Leydy Pech, una mujer maya de 55 años, es conocida como la “guardiana de las abejas”.

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