La endogamia de los tuiteros
A PESAR DE SER LA RED SOCIAL con menos usuarios entre las más usadas, Twitter sigue siendo el lugar preferido de muchos opinadores y políticos. Esta red, ya conocida como la sociedad del mutuo elogio, es el lugar de encuentro donde los distintos “amiguis” se dan “likes” entre sí y se aplauden mutuamente sus ocurrencias. Hay geniales tuiteros, claro, pero, como todo lo verdaderamente genial, son escasos. El grueso de Twitter está compuesto por sectas de “seguidores” que se agrupan a medida que se contraponen abiertamente a otras ideologías. Pero bueno, de polarización está lleno el mundo. Nada nuevo se dice con denunciarlo.
Lo que sí es muy curioso es el impacto político que le seguimos atribuyendo a Twitter. Ya hay incluso encuestas nacionales que miden a los tuiteros como si fueran candidatos electorales. Es más, sus resultados se publican junto con la intención de voto para las presidenciales y se retuitean entre las distintas fanaticadas. Sí, Twitter y sus usuarios tienen un impacto significativo, pero no es de la proporción que le otorgamos; no puede serlo, su audiencia es simplemente muy pequeña. Claro, políticos como Alexandria Ocasio-Cortez le han dado la vuelta al mundo por su manejo de redes sociales. Pero más de la mitad del tiempo la representante estadounidense no está en su computador, ni en su oficina, sino con la gente movilizando en un esfuerzo titánico su plataforma.
En un artículo sobre el optimismo digiactivista, Silvio Waisbord nos habla del riesgo de creer que cualquier innovación infotecnológica transformará positivamente la comunicación y la sociedad. Pero uno de los problemas con el tecnooptimismo, argumenta Waisbord, es que se confunde comunicación con información. Muchos tecnooptimistas han argumentado, por ejemplo, que las redes sociales fueron la base para movimientos de participación ciudadana como la Primavera Árabe. Pero esta se dio en la calle, con políticas de calle, con negociaciones de calle y con sacrificios en la calle. Y el punto no es la calle. De lo que se trata es de la creación de un espacio político en el que personas que por lo general no tendrían nada en común quieran hablar y saber de qué se está hablando.
En Twitter y en otros espacios, muchos optimistas creemos que estamos cambiando el mundo al quejarnos entre nosotros. Pero esos mundos se reducen muchas veces a clubes de aficionados. Sí, se ha ampliado el “juego”, pero se ha tratado sobre todo de una ampliación natural “entre pares”. Y eso está bien. Pero también se necesita una ampliación política que lidie precisamente con lo impar, con lo que no suma, con lo desigual. Es ahí donde sigue estando el reto de la comunicación, que no es traducir “la ciencia al vulgo”, a lo tecnócrata, sino despertar algo de curiosidad en las personas que auténticamente no tienen el menor interés en lo que uno se muere por decir.