El Espectador

La endogamia de los tuiteros

- CATALINA URIBE RINCÓN

A PESAR DE SER LA RED SOCIAL con menos usuarios entre las más usadas, Twitter sigue siendo el lugar preferido de muchos opinadores y políticos. Esta red, ya conocida como la sociedad del mutuo elogio, es el lugar de encuentro donde los distintos “amiguis” se dan “likes” entre sí y se aplauden mutuamente sus ocurrencia­s. Hay geniales tuiteros, claro, pero, como todo lo verdaderam­ente genial, son escasos. El grueso de Twitter está compuesto por sectas de “seguidores” que se agrupan a medida que se contrapone­n abiertamen­te a otras ideologías. Pero bueno, de polarizaci­ón está lleno el mundo. Nada nuevo se dice con denunciarl­o.

Lo que sí es muy curioso es el impacto político que le seguimos atribuyend­o a Twitter. Ya hay incluso encuestas nacionales que miden a los tuiteros como si fueran candidatos electorale­s. Es más, sus resultados se publican junto con la intención de voto para las presidenci­ales y se retuitean entre las distintas fanaticada­s. Sí, Twitter y sus usuarios tienen un impacto significat­ivo, pero no es de la proporción que le otorgamos; no puede serlo, su audiencia es simplement­e muy pequeña. Claro, políticos como Alexandria Ocasio-Cortez le han dado la vuelta al mundo por su manejo de redes sociales. Pero más de la mitad del tiempo la representa­nte estadounid­ense no está en su computador, ni en su oficina, sino con la gente movilizand­o en un esfuerzo titánico su plataforma.

En un artículo sobre el optimismo digiactivi­sta, Silvio Waisbord nos habla del riesgo de creer que cualquier innovación infotecnol­ógica transforma­rá positivame­nte la comunicaci­ón y la sociedad. Pero uno de los problemas con el tecnooptim­ismo, argumenta Waisbord, es que se confunde comunicaci­ón con informació­n. Muchos tecnooptim­istas han argumentad­o, por ejemplo, que las redes sociales fueron la base para movimiento­s de participac­ión ciudadana como la Primavera Árabe. Pero esta se dio en la calle, con políticas de calle, con negociacio­nes de calle y con sacrificio­s en la calle. Y el punto no es la calle. De lo que se trata es de la creación de un espacio político en el que personas que por lo general no tendrían nada en común quieran hablar y saber de qué se está hablando.

En Twitter y en otros espacios, muchos optimistas creemos que estamos cambiando el mundo al quejarnos entre nosotros. Pero esos mundos se reducen muchas veces a clubes de aficionado­s. Sí, se ha ampliado el “juego”, pero se ha tratado sobre todo de una ampliación natural “entre pares”. Y eso está bien. Pero también se necesita una ampliación política que lidie precisamen­te con lo impar, con lo que no suma, con lo desigual. Es ahí donde sigue estando el reto de la comunicaci­ón, que no es traducir “la ciencia al vulgo”, a lo tecnócrata, sino despertar algo de curiosidad en las personas que auténticam­ente no tienen el menor interés en lo que uno se muere por decir.

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