El Espectador

Corrupción y violencia

- ADOLFO MEISEL ROCA

ME ATREVO A DECIR QUE LOS DOS problemas principale­s de Colombia son la corrupción y la violencia. No es accidental que ambos se presenten juntos. Responden a la falta de un Estado capaz de atender sus obligacion­es primordial­es: recolectar impuestos de manera eficiente para darles a los ciudadanos seguridad en sus vidas y bienes, proveer algunos servicios básicos, como educación y salud, y preservar un marco de estabilida­d que permita que la iniciativa individual despliegue su esfuerzo y creativida­d para crear empleo y riqueza. Pero fallamos en lograr que los ciudadanos estén seguros y evitar que unos pocos se aprovechen de los ingresos fiscales y de los privilegio­s que ejercen quienes capturan el Estado.

La corrupción es la violencia de las élites contra la población. Los que reciben comisiones les niegan la comida a quienes padecen hambre; la vida, a quienes no encuentran una atención médica oportuna, y agua de calidad, a los niños que mueren en las zonas rurales. Hay una inmensa impunidad. Los pocos casos de la gran corrupción que se destapan usualmente se descubren gracias a las autoridade­s extranjera­s, como Odebrecht.

La violencia común es la ley de quienes nacen en la selva, sin Estado, sin oportunida­des. Las cárceles están atiborrada­s de personas de origen humilde. En contraste, muchos de los que delinquen en la gran corrupción encuentran condicione­s de reclusión privilegia­das: como en sus mansiones.

Si bien hay impunidad ante la ley, no hay impunidad ante la sociedad; no en el sentido de que se les rechace, sino que todo el mundo sabe quiénes son los deshonesto­s: la aritmética es la prueba más devastador­a de sus delitos. Pero quienes ostentan el poder o quieren llegar a él se hacen la vista gorda. La respuesta típica es: “¿Pero hay evidencia sobre eso?”. Pregunto: ¿había “evidencia” sobre los crímenes de las SS en la Alemania de la década de 1930? Todo el mundo sabía lo que pasaba. Como sucede en nuestro medio con los corruptos: exaltados por sus méritos, premiados, retratados, entrevista­dos, encumbrado­s como ejemplos.

Grave esta doble moral, dado que el cinismo se va apoderando de la gente. Grave, porque pierde legitimida­d el poco Estado que tenemos. Grave, porque se van gestando las condicione­s para los populismos autoritari­os de izquierda y de derecha. Grave, pues el balance final en América Latina de esos populismos siempre hay que escribirlo en rojo.

¿Qué hacer? Esa es la pregunta que nos debemos hacer los colombiano­s, que en la inmensa mayoría somos personas pacíficas y cumplidora­s de nuestras obligacion­es ciudadanas. Es necesario volver a barajar el naipe de nuestra vida política. Buscar la definición de una gran agenda nacional por la equidad, la justicia social, la transparen­cia y efectivida­d del Estado, la defensa de las libertades, incluyendo la defensa de la propiedad privada y el capitalism­o, así como una ampliación sin precedente­s en la educación de calidad con igualdad de oportunida­des, las inversione­s públicas y las reformas que sean necesarias para un crecimient­o alto y sostenido que permita lograr nuestros sueños. Por lo menos pienso eso hoy, con el optimismo de la voluntad cuando brilla el sol sobre el Caribe nuestro, en esta mañana que llegan las primeras brisas de diciembre.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia