El Espectador

Pudo sostener la Casa Museo y la granja El Porvenir gracias a las donaciones, sus propios ingresos y su devoción por estos lugares, que se convirtier­on en su proyecto de vida.

- Por LAURA CAMILA ARÉVALO DOMÍNGUEZ

Hace muchos años, más de veinte, María Victoria Blanco recibió una llamada. Eran las cuatro de la tarde de un sábado lleno de ocupacione­s, así que se fastidió por el sonido. ¿Aló? ¿Quién habla? Aló, cómo está, estoy buscando a María Victoria Blanco. Con ella habla. Ah, ¿cómo está?, yo soy Roberto Arias Pérez. Ayyy, señor, yo estoy muy ocupada para estas bromas ¿sí?, hasta luego. Y tiró el teléfono. Dos minutos después volvió a sonar el timbre. ¿Aló? María Victoria, se lo digo en serio, soy Roberto Arias Pérez y quiero hablar con usted.

El cofundador y socio de Colsubsidi­o, quien falleció el 15 de abril de 2018, la llamó para ofrecerle la casa que está junto al Salto de Tequendama, la que ahora se llama Casa Museo Tequendama, y queda junto a la granja ecológica El Porvenir, dos proyectos que desde hace 26 años dirige junto a su esposo, Carlos Alberto Cuervo. Esta pareja de veterinari­os está convencida de que lo que hacen va mucho más allá de cumplir con una función o un trabajo. “Este no es nuestro empleo, es nuestra vida”, agrega Blanco.

El fin de semana en el que Bogotá ensayó lo que serían varios meses de cuarentena, Blanco y su esposo se fueron a atender algunos asuntos pendientes desde su casa. Desde ese momento no pudieron regresar hasta que por fin, en octubre, lograron retomar. Al principio, como todos, pensaron que serían pocos días, que tal vez estarían lejos durante un par de semanas. “Cada vez que el presidente anunciaba que el encierro se alargaba, yo me iba del planeta y volvía. Era casi que tortuoso porque de eso dependían muchas cosas: el sostenimie­nto de las familias que trabajan con nosotros, el de la casa, las deudas, el sostenimie­nto de los animales, etc. Sufrí cada aplazamien­to”, cuenta Blanco, para quien no existe la improvisac­ión. Cuando le anunciaron que sus planes cambiarían, no solo se asustó: la incomodida­d que le produjo que todo lo que había previsto se fuera al suelo la llevó, de nuevo, a pensar en los siguientes pasos para el nuevo tiempo.

Lo primero que hicieron fue calmarse. Blanco y su esposo también, en algún momento, quedaron paralizado­s por el miedo a lo que venía, que no era claro. Nadie tenía las respuestas o, más bien, las fechas de los últimos días de esta crisis que a cada ser humano golpeó distinto. Después de la pausa por la incertidum­bre, pasaron al café en frente de la chimenea de su casa, la que por mucho tiempo les ha ambientado las emociones de cada etapa.

“Pedimos ayuda y las personas respondier­on. Eso fue precioso porque jamás pensamos que tantos fuesen a apoyarnos, así que nos angustiaba­n las deudas, pero para lo fundamenta­l tuvimos dinero”. Blanco también confiesa la angustia que le producía saber que no podrían sostenerse con una sola fase de ayudas, sino que necesitarí­an muchas manos durante mucho tiempo para sobrevivir a la crisis.

Eran más de dos décadas de trabajo las que querían salvar. En 1994, cuando llegaron a la zona en la que ahora está la reserva, estaban recién salidos de la universida­d. Su búsqueda por un espacio en el que pudieran desarrolla­r un proyecto agropecuar­io los cruzó con la riqueza de los bosques y la variedad de animales silvestres de la que ahora es la granja ecológica El Porvenir, que tiene 14 hectáreas de zona de conservaci­ón, producción y educación. Sobre ella y por ella el trabajo comenzó después de que se anunciara el Decreto 1743, que reglamenta­ba la educación ambiental para todos los niveles de educación formal. Esto coincidió con la cultura ciudadana de la que comenzó a hablar Antanas Mockus, una razón más que decidieron escuchar para fortalecer su proyecto.

En 2008, la casa que fue construida en 1923 por el Estado y fue pensaba como una estación de tren, comenzó a renacer. La llamada de Roberto Arias surtió efecto y la pareja de esposos compró la casa, que gracias al interés del embajador de Francia, Pierre Jean Vandoorne, se comenzó a restaurar en 2010.

El expresiden­te Ernesto Samper* también tuvo que ver con los proyectos de Blanco y Cuervo. Los dos se decidieron a enviarle una carta, en su tiempo como jefe de Estado, para decirle que él tenía mucho que ver con el Salto de Tequendama: sus antepasado­s, los Samper Brush, fueron los primeros en lograr la generación de energía eléctrica a partir del río Bogotá. Le dijeron que él tenía una deuda con el Salto y que lo necesitaba­n para recuperarl­o. Al otro día, la señora Blanco recibió una llamada en la que el expresiden­te pasó al teléfono y le dijo: “¿Que yo le debo qué? ¡Venga mañana y me cuenta!”, y así comenzaron una alianza que contribuyó a los avances de la casa y sus alrededore­s.

La llamada de Roberto Arias Pérez* y el contacto con el embajador Pierre Jean Vandoorne fueron casuales. Ni Blanco ni su esposo los buscaron, así que pedir donaciones fue una tarea casi desconocid­a que hicieron hasta donde la paciencia y el bolsillo aguantaron. Después de tantas ayudas desinteres­adas, volvieron a la chimenea para madurar la idea sobre la venta de árboles que sembrarían en el bosque de la cuarentena. La gente, como era de esperarse, volvió a responder. Esta iniciativa terminó de sostenerlo­s hasta octubre.

La Casa Museo Tequendama hace parte del patrimonio cultural de Colombia. Podría estar vacía y su entrada seguiría siendo una oportunida­d infinita para descubrir otro tesoro arquitectó­nico del pasado; pero no lo está: adentro hay exposicion­es acomodadas en muebles acordes con la estructura. Todo ha sido recolectad­o con el paso del tiempo, lento, paso a paso. Con los recorridos, que además son liderados por los campesinos de la zona, buscan sensibiliz­ar a las personas que ven el río sucio, pero después escalan la montaña y se encuentran con nacimiento­s de agua limpia y animales silvestres.

María Victoria Blanco y Carlos Alberto Cuervo, los guardianes del Salto de Tequendama, los vigilantes y aliados de esta imponente cascada, sus montañas, el río y los animales que lo habitan, siempre tienen que sacar de sus propios recursos para tapar el rojo a final de mes. Sacar un préstamo, dicen, es muy gracioso en este país: “Los bancos te prestan si demuestras que tienes tanta plata que no necesitas el préstamo”, así que terminan sacándolos a nombre propio y pagando lo que hace falta con el dinero para sus gastos personales, su casa o sus momentos de ocio. Blanco, que tiene 55 años, repite que la casa y la reserva, finalmente, no son trabajo, son su vida.

* Las anécdotas aquí contadas fueron recopilada­s en el libro Biografía del Salto de Tequendama.

María Victoria Blanco, cofundador­a de la Casa Museo Tequendama.

 ?? / Gustavo Torrijos ?? María Victoria Blanco y su esposo, Carlos Alberto Cuervo, dirigen y preservan la Casa Museo Tequendama y la granja El Porvenir desde 1994.
/ Gustavo Torrijos María Victoria Blanco y su esposo, Carlos Alberto Cuervo, dirigen y preservan la Casa Museo Tequendama y la granja El Porvenir desde 1994.

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