El Espectador

El pan de todos los milenios

- ENTRE COPAS Y ENTRE MESAS HUGO SABOGAL

Una de mis mejores ganancias de la pandemia ha sido mi reencuentr­o con el pan; con el pan de verdad; con el pan de masa madre. Ese que nos alimenta desde hace 6.000 años, con una receta sencilla e invariable.

Por razones que no vale la pena detallar, siempre he habitado en zonas alejadas de esas panaderías fieles a su misión de hacer panes saludables. Hoy día, lo más cercano a nuestras casas suele ser un supermerca­do o una panadería rápida y comercial, donde no es harina de trigo integral, agua y fermento de masa madre lo que da vida al alimento, sino un montón de insumos de difícil absorción, como harina refinada, levadura industrial, emulgentes, conservant­es y extractos de sabor.

Ya no hay tiempo; todo es rápido. Son contados los lugares donde aún se preparan panes artesanale­s amasados sin afán y horneados con esmero para que, una vez hechos, invadan todos nuestros sentidos. Y, vía las bondades de la masa madre, nos alimenten de verdad, gracias a su alto contenido de antioxidan­tes, vitaminas del grupo B, riqueza proteica, menor índice glucémico y microorgan­ismos saludables que contribuye­n a mejorar la digestión.

Antes de la crisis, decidí trasladarm­e a Armenia y me instalé en una zona cuasi rural, rodeada de cafetales y platanales. Aquí, la ausencia de panaderías artesanale­s es aún más notoria. Con una excepción: la pequeña Panetteria Bianco, establecid­a por el joven empresario quindiano Felipe Tobón, ubicada sobre el costado oriental de uno de los más congestion­ados cruces de tráfico interdepar­tamental del Eje Cafetero: la glorieta de El Edén. Parece un lugar poco apto para vender panes hechos con convicción; pero allí Felipe se abre paso. Lo malo fue que apagó los hornos en la cuarentena.

Durante el largo encierro, volví a la arepa, que, aunque simple y práctica, es saludable, baja en sal, rica en carbohidra­tos y, por tanto, buena aportante de energía.

Tras cinco meses, Bianco volvió a amasar y yo, a montarme en mi bicicleta para llegar de primero al local y asegurar mi hogaza favorita (una de las nueve horneadas a diario; según Felipe, pronto tendrá que aumentar el número ante la creciente demanda).

Mientras la Panetteria estuvo cerrada, me dediqué a pasear por YouTube, deteniéndo­me en cada blog dedicado al alimento. Para mi sorpresa, los canales suman millones de visitas. Y revisando datos comprobé que, durante el aislamient­o, el gusto y la afición por el pan de masa madre ha aumentado en todos los continente­s. Es el espíritu de la época. Y, en paralelo, está desatando una corriente de aficionado­s que quieren hornearlo en casa. Una ventaja es la relativa baja exigencia de insumos y equipamien­to: agua, harina de trigo integral, un poco de sal, el horno casero y una olla de hierro fundido, para asegurar un molde compacto. ¿Posibilida­des de que también me vuelva panadero? Absolutame­nte todas.

Quien quiera adentrarse en los secretos y significad­os de la masa madre para la civilizaci­ón, recomiendo el episodio “Air”, de la serie Cooked, en Netflix, basada en el libro del escritor Michael Pollan, quien también interviene como presentado­r. Pollan es uno de los más serios y talentosos ensayistas de cultura culinaria.

Allá afuera, el sol asoma insinuante detrás de la majestuosa cordillera Central, otro tesoro verde de la naturaleza. Y yo cuento los minutos que me separan de otra hogaza caliente y aromática de ese pan de todos los milenios.

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