Carlos Queiroz, Colombia y el estilo europeo
El estratega lusitano dirigió apenas 18 partidos a la selección. ¿Cuáles fueron las razones para que su estilo no sedujera a los jugadores criollos?
Al principio no había nada, luego lo hubo todo, pero faltaba el fútbol. E Inglaterra fue su cuna, lo que significó que este naciese como un deporte que privilegiaba el atleticismo, la velocidad y la fuerza. O, en las palabras que usaban los caballeros ingleses que le dieron forma en la segunda mitad del siglo XIX, las agallas y el coraje, por encima de la habilidad.
Los señoritos de Cambridge y del Eton College no soñaban con paredes ni triangulaciones. Lo suyo era el dribbling game, que tampoco era el juego de gambeta y conducción de George Best o Lionel Messi, sino una versión con los pies de las carreras del rugby.
El viaje del fútbol desde los salones de tazas y té, primero a los barrios y sus callejuelas, y luego en barco a Europa continental, América
y el resto del mundo, fue un proceso de varias décadas que lo cambió todo a punta de sincretismo, arrebatándoles el fútbol a los británicos para que fuese de todos.
Y de todos es. Cada día más. No hay instante en el que alguien en algún lado no esté jugando fútbol. No importa dónde y cuándo lea usted esto. Es un juego global, de acceso inmarcesible. Casi que basta la imaginación y un pedazo de suelo para jugarlo. Quizá de ahí su éxito. Se juega en Argentina, Kazajistán y Nueva Caledonia. O en Martinica, Austria y Mozambique.
¿Pero se juega igual en todos lados? Son las mismas reglas, los mismos objetivos: gana el que mete más goles. La pelota, cuando es pelota, es redonda, y la cancha, cuando es cancha, rectangular. Y es acá donde se esconde el truco: es un universo de posibilidades, un recipiente de potencia. ¡Se puede jugar igual en todos lados! Mientras se den un mínimo de variables, eso es cierto. Pero también lo es la frase contraria. ¡Se puede jugar distinto en todos lados! funciona como un juego de “elige tu aventura”.
Por eso, cuando unos ingleses descendieron de ese diablo de metal al que llamaban barco, con un balón y unas reglas, y se pusieron a jugar con los criollos del Río de La Plata, pronto ese juego cambió y fue diferente al que salió de Southampton o Portsmouth.
Carlos Queiroz vio la Luna por primera vez en Maputo (Mozambique), pero fue una de las primeras caras de la escuela moderna de entrenadores portugueses: siempre jóvenes, educados en la universidad y sin pasado futbolístico profesional glorioso (incluso, sin pasado profesional en lo absoluto), lo que se traducía en la aplicación de un estilo de entrenamiento y de fútbol basado en la innovación táctica y el tipo de cosas que siempre se asocian con el progreso en esa área: la presión, la velocidad, el movimiento, la vigorosa solidez defensiva y el descenso de la técnica de lo expresivo a lo práctico.
Desde que se anunció su llegada a la selección de Colombia, en el país se creó un discurso devenido en debate sobre la adecuación de Queiroz y su estilo a nuestro fútbol. Mientras ganaba, su trabajo era laureado entre vítores por lo necesario que era que el equipo nacional adoptase la manera de jugar del fútbol europeo. Cuando perdió, se criticó eso mismo, pues el futbolista y el fútbol colombiano eran uno y querer que fuese otro era un error.
Más allá de que una u otra postura dependiese del resultado, se trataba de las dos caras de una moneda, que es la moneda que dice que en el fútbol cada cultura tiene una forma intrínseca de jugar.
¿Es cierto eso? ¿Existe un estilo eminentemente europeo y uno suramericano, que a su vez tiene una versión colombiana? Una encuesta rápida a cualquier grupo de personas con cierto acervo de cultura futbolera puede desvelar que existe una asociación inmediata de que lo europeo se refiere a un fútbol rápido y directo, con énfasis en el apartado atlético y la sistematización, y lo suramericano a uno que es técnico y pausado, con pases cortos y confianza en la expresión individual. La dicotomía no deja de ser la misma que se ve en otras disciplinas.
El caso colombiano, que por su bisoñez no tuvo una identidad propia más allá de una técnica entre autóctona e importada de los gigantes del continente, no es muy distinto. Cuando obtuvimos nuestra mayoría de edad como nación de fútbol lo hicimos tomando la herencia que desde Adolfo Pedernera a Luis Cubilla habían dejado en el país y descubriendo las habilidades propias de nuestros jugadores, mezclando el litoral y la montaña.
El resultado fue un estilo de juego que cautivó con sus triunfos inéditos y que llamó la atención por su parecido táctico con los equipos más innovadores de Europa, con el Milan de los holandeses como referencia, pero no única muestra. Para los argentinos, el estilo colombiano podía ser definido como “pachorriento” por la cantidad de pases cortos y la paciencia en la construcción.
Tiene sentido, después de todo los colombianos habíamos aprendido a jugar con Pedernera y el estilo River Plate, que en Argentina recibió el mote de “Los caballeros de la angustia”, por esa tendencia a coleccionar pases cortos por multitudes antes de disparar al arco, prefiriendo al más dinámico trío de oro de San Lorenzo de Almagro, con Armando Farro, René Pontoni y Rinaldo Fioramonte Martino.
Así pues, el recién creado estilo colombiano era una fusión de la forma de pasarse la pelota de unos argentinos que se parecían a los centroeuropeos, con la base táctica de los uruguayos José Ricardo De León y Cubilla, y el argentino Osvaldo Juan Zubeldía, actualizada para parecerse a la del italiano Arrigo Sacchi, y una técnica que se parecía a la de los peruanos, por aquello de mezclar aptitudes de jugadores formados en el litoral con otros de los Andes. Ese “jugao”, que además se consolidó con un sistema 4-2-2-2, original de Brasil, fue la base que llevó a Colombia a ser la selección que más pases por partido sumó en una Copa Mundo, desde que se cuenta esa estadística, hasta la España de 2010.
Quizá los rasgos más característicos de nuestro juego, la defensa zonal en línea y la acumulación de pases cortos, tuvieron en la Italia de Sacchi de mediados de los noventa y en España la década pasada, sus más grandes abanderados. Es decir, dos selecciones europeas.
Producto de la visibilidad que dieron los éxitos cosechados hace veinte y treinta años, y de la liberalización del mercado de transferencias de futbolistas, los jugadores colombianos hoy día tienen la oportunidad de hacer sus carreras en las principales ligas del Viejo Continente.
La debacle de la selección de Queiroz ha sido explicada por algunos analistas a partir de la incompatibilidad entre el estilo europeo del entrenador y el colombiano. Hay entrenadores suramericanos en Europa, pero no es con estos, o solo con estos, que nuestros jugadores han brillado en el fútbol de allá. Es decir, que su rendimiento se ha dado en ecosistemas tácticos europeos, lo que da cuenta o de su adaptación al mismo, de sus condiciones al medio, o de que no existe incompatibilidad alguna de estilos, algo que entraría en consonancia con el repaso histórico de párrafos anteriores, puesto que los estilos nacionales son, en realidad, una aleación de influencias de todo tipo de ambos lados del Atlántico que se transmite a los futbolistas en edad de formación a través de sus entrenadores, sus compañeros, sus ídolos y todo el compendio de vivencias que dan forma a la sensibilidad propia de cada colectivo, en fútbol, en música o lo que sea.
No es que no exista una forma de jugar, de sentir el fútbol, que sea eminentemente colombiana.
Cuando James Rodríguez juega en el Everton, el compañero con el que mejor se entiende es con Yerry Mina, que sabe, porque jugó con algún “James” desde que era un niño, o quizás él fue el “James” de su barrio, o porque vio a otros “James” por televisión, lo que quiere James cuando le pasa la pelota.
Hay un lenguaje común. Pero ese estilo es quizá más una forma de expresión individual y eso último, un lenguaje común, que una forma colectiva de juego. Los lenguajes se pueden aprender y las tácticas se entrenan. Y, en últimas, la frontera que importa es la del fútbol que se juega bien y el que se juega mal, que no es algo que dependa de estilos ni de tácticas, sino de valores individuales y colectivos que son universales.
››Mientras ganaba era laureado por querer implementar un estilo europeo. Cuando perdió, se le criticó por querer cambiar la esencia del fútbol colombiano.