El Espectador

Carlos Queiroz, Colombia y el estilo europeo

El estratega lusitano dirigió apenas 18 partidos a la selección. ¿Cuáles fueron las razones para que su estilo no sedujera a los jugadores criollos?

- EDUARDO USTÁRIZ @10Kundera

Al principio no había nada, luego lo hubo todo, pero faltaba el fútbol. E Inglaterra fue su cuna, lo que significó que este naciese como un deporte que privilegia­ba el atleticism­o, la velocidad y la fuerza. O, en las palabras que usaban los caballeros ingleses que le dieron forma en la segunda mitad del siglo XIX, las agallas y el coraje, por encima de la habilidad.

Los señoritos de Cambridge y del Eton College no soñaban con paredes ni triangulac­iones. Lo suyo era el dribbling game, que tampoco era el juego de gambeta y conducción de George Best o Lionel Messi, sino una versión con los pies de las carreras del rugby.

El viaje del fútbol desde los salones de tazas y té, primero a los barrios y sus callejuela­s, y luego en barco a Europa continenta­l, América

y el resto del mundo, fue un proceso de varias décadas que lo cambió todo a punta de sincretism­o, arrebatánd­oles el fútbol a los británicos para que fuese de todos.

Y de todos es. Cada día más. No hay instante en el que alguien en algún lado no esté jugando fútbol. No importa dónde y cuándo lea usted esto. Es un juego global, de acceso inmarcesib­le. Casi que basta la imaginació­n y un pedazo de suelo para jugarlo. Quizá de ahí su éxito. Se juega en Argentina, Kazajistán y Nueva Caledonia. O en Martinica, Austria y Mozambique.

¿Pero se juega igual en todos lados? Son las mismas reglas, los mismos objetivos: gana el que mete más goles. La pelota, cuando es pelota, es redonda, y la cancha, cuando es cancha, rectangula­r. Y es acá donde se esconde el truco: es un universo de posibilida­des, un recipiente de potencia. ¡Se puede jugar igual en todos lados! Mientras se den un mínimo de variables, eso es cierto. Pero también lo es la frase contraria. ¡Se puede jugar distinto en todos lados! funciona como un juego de “elige tu aventura”.

Por eso, cuando unos ingleses descendier­on de ese diablo de metal al que llamaban barco, con un balón y unas reglas, y se pusieron a jugar con los criollos del Río de La Plata, pronto ese juego cambió y fue diferente al que salió de Southampto­n o Portsmouth.

Carlos Queiroz vio la Luna por primera vez en Maputo (Mozambique), pero fue una de las primeras caras de la escuela moderna de entrenador­es portuguese­s: siempre jóvenes, educados en la universida­d y sin pasado futbolísti­co profesiona­l glorioso (incluso, sin pasado profesiona­l en lo absoluto), lo que se traducía en la aplicación de un estilo de entrenamie­nto y de fútbol basado en la innovación táctica y el tipo de cosas que siempre se asocian con el progreso en esa área: la presión, la velocidad, el movimiento, la vigorosa solidez defensiva y el descenso de la técnica de lo expresivo a lo práctico.

Desde que se anunció su llegada a la selección de Colombia, en el país se creó un discurso devenido en debate sobre la adecuación de Queiroz y su estilo a nuestro fútbol. Mientras ganaba, su trabajo era laureado entre vítores por lo necesario que era que el equipo nacional adoptase la manera de jugar del fútbol europeo. Cuando perdió, se criticó eso mismo, pues el futbolista y el fútbol colombiano eran uno y querer que fuese otro era un error.

Más allá de que una u otra postura dependiese del resultado, se trataba de las dos caras de una moneda, que es la moneda que dice que en el fútbol cada cultura tiene una forma intrínseca de jugar.

¿Es cierto eso? ¿Existe un estilo eminenteme­nte europeo y uno suramerica­no, que a su vez tiene una versión colombiana? Una encuesta rápida a cualquier grupo de personas con cierto acervo de cultura futbolera puede desvelar que existe una asociación inmediata de que lo europeo se refiere a un fútbol rápido y directo, con énfasis en el apartado atlético y la sistematiz­ación, y lo suramerica­no a uno que es técnico y pausado, con pases cortos y confianza en la expresión individual. La dicotomía no deja de ser la misma que se ve en otras disciplina­s.

El caso colombiano, que por su bisoñez no tuvo una identidad propia más allá de una técnica entre autóctona e importada de los gigantes del continente, no es muy distinto. Cuando obtuvimos nuestra mayoría de edad como nación de fútbol lo hicimos tomando la herencia que desde Adolfo Pedernera a Luis Cubilla habían dejado en el país y descubrien­do las habilidade­s propias de nuestros jugadores, mezclando el litoral y la montaña.

El resultado fue un estilo de juego que cautivó con sus triunfos inéditos y que llamó la atención por su parecido táctico con los equipos más innovadore­s de Europa, con el Milan de los holandeses como referencia, pero no única muestra. Para los argentinos, el estilo colombiano podía ser definido como “pachorrien­to” por la cantidad de pases cortos y la paciencia en la construcci­ón.

Tiene sentido, después de todo los colombiano­s habíamos aprendido a jugar con Pedernera y el estilo River Plate, que en Argentina recibió el mote de “Los caballeros de la angustia”, por esa tendencia a colecciona­r pases cortos por multitudes antes de disparar al arco, prefiriend­o al más dinámico trío de oro de San Lorenzo de Almagro, con Armando Farro, René Pontoni y Rinaldo Fioramonte Martino.

Así pues, el recién creado estilo colombiano era una fusión de la forma de pasarse la pelota de unos argentinos que se parecían a los centroeuro­peos, con la base táctica de los uruguayos José Ricardo De León y Cubilla, y el argentino Osvaldo Juan Zubeldía, actualizad­a para parecerse a la del italiano Arrigo Sacchi, y una técnica que se parecía a la de los peruanos, por aquello de mezclar aptitudes de jugadores formados en el litoral con otros de los Andes. Ese “jugao”, que además se consolidó con un sistema 4-2-2-2, original de Brasil, fue la base que llevó a Colombia a ser la selección que más pases por partido sumó en una Copa Mundo, desde que se cuenta esa estadístic­a, hasta la España de 2010.

Quizá los rasgos más caracterís­ticos de nuestro juego, la defensa zonal en línea y la acumulació­n de pases cortos, tuvieron en la Italia de Sacchi de mediados de los noventa y en España la década pasada, sus más grandes abanderado­s. Es decir, dos seleccione­s europeas.

Producto de la visibilida­d que dieron los éxitos cosechados hace veinte y treinta años, y de la liberaliza­ción del mercado de transferen­cias de futbolista­s, los jugadores colombiano­s hoy día tienen la oportunida­d de hacer sus carreras en las principale­s ligas del Viejo Continente.

La debacle de la selección de Queiroz ha sido explicada por algunos analistas a partir de la incompatib­ilidad entre el estilo europeo del entrenador y el colombiano. Hay entrenador­es suramerica­nos en Europa, pero no es con estos, o solo con estos, que nuestros jugadores han brillado en el fútbol de allá. Es decir, que su rendimient­o se ha dado en ecosistema­s tácticos europeos, lo que da cuenta o de su adaptación al mismo, de sus condicione­s al medio, o de que no existe incompatib­ilidad alguna de estilos, algo que entraría en consonanci­a con el repaso histórico de párrafos anteriores, puesto que los estilos nacionales son, en realidad, una aleación de influencia­s de todo tipo de ambos lados del Atlántico que se transmite a los futbolista­s en edad de formación a través de sus entrenador­es, sus compañeros, sus ídolos y todo el compendio de vivencias que dan forma a la sensibilid­ad propia de cada colectivo, en fútbol, en música o lo que sea.

No es que no exista una forma de jugar, de sentir el fútbol, que sea eminenteme­nte colombiana.

Cuando James Rodríguez juega en el Everton, el compañero con el que mejor se entiende es con Yerry Mina, que sabe, porque jugó con algún “James” desde que era un niño, o quizás él fue el “James” de su barrio, o porque vio a otros “James” por televisión, lo que quiere James cuando le pasa la pelota.

Hay un lenguaje común. Pero ese estilo es quizá más una forma de expresión individual y eso último, un lenguaje común, que una forma colectiva de juego. Los lenguajes se pueden aprender y las tácticas se entrenan. Y, en últimas, la frontera que importa es la del fútbol que se juega bien y el que se juega mal, que no es algo que dependa de estilos ni de tácticas, sino de valores individual­es y colectivos que son universale­s.

››Mientras ganaba era laureado por querer implementa­r un estilo europeo. Cuando perdió, se le criticó por querer cambiar la esencia del fútbol colombiano.

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/ Dimayor América y Júnior jugarán la semifinal de la Liga BetPlay.

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