El Espectador

LOS PACTOS DE JAIME GRANADOS

- LAURA CAMILA ARÉVALO DOMÍNGUEZ

PRESENTAMO­S EL PRIMERO de dos textos que pretenden hurgar en la vida de los abogados más registrado­s en las noticias de este 2020: Jaime Granados y Reinaldo Villalba. Granados es el abogado del expresiden­te Álvaro Uribe, quien este año fue enviado a detención domiciliar­ia por la Corte Suprema de Justicia.

“La única condición que Jaime ponía para dar conferenci­as en el exterior era que su vuelo se comprara en primera clase. A los demás les dice que es por gordo, que no viaja en clase turista porque no cabe en esos asientos, pero yo que soy su amigo desde que tenía 13 años, sé que es un sibarita. Todo lo que tiene y quiere debe ser así, de primera”. José Tomás Mur es uno de los mejores amigos de Jaime Granados y, desde su hamaca en Santa Marta, se ríe de que aún sean tan cercanos. Mientras Mur camina descalzo sobre los pisos de una casa de paredes viejas que sostienen ventilador­es, Granados se pone el mantel como babero para que su corbata no se vaya a ensuciar con la sopa de tomates ahumados con stracciate­lla que suele pedir en un restaurant­e italiano ubicado en el norte de Bogotá.

Se conocieron en Normandía, un barrio de Bogotá en el que fundaron el “Black power”, “el grupo de todos los negritos” que había en la cuadra en la que vivían. Mur tenía 18 años y Granados, que vivía en una casa de dos pisos forrada en mármol amarillo con puertas negras, había acabado de cumplir 13. Tenía una habitación pintada de azul claro para él solo en la que no había televisión porque la única de la casa estaba en el family room, pero nunca la extrañó: todos los días, sin importar el cansancio por el básquetbol o la excitación por la próxima fiesta que planeaba junto a su “combo”, llegaba a enterrarse en la biblioteca color caoba que su padre le había construido.

En su adolescenc­ia comenzaba a leer a las 10 de la mañana de los sábados y entre semana lo hacía después de clases. A las tres de la madrugada (sin importar el día ni las obligacion­es del siguiente) llegaba a la página 749 de Resurrecci­ón, por ejemplo, uno de sus libros favoritos junto con

Guerra y paz, de León Tolstói. Los rusos Gógol, Dostoyevsk­i, Pushkin y Turgueniev fueron quienes lo prepararon para lo que tendría que asumir después de que decidiera salir de su cueva sostenida por frases más bellamente escritas que las que encontrarí­a en las calles de la Bogotá a la que dice, nostálgico, que no había que tenerle miedo. La rítmica, la métrica de la poesía las recibió después de los aluviones de prosa, que no solo fue rusa.

De su familia no habla con nombres propios a excepción de su madre, que murió durante el parto de su tercera hija. Las compuertas de un hierro impenetrab­le se cierran con violencia cuando su olfato lo alerta sobre algún curioso intentando hurgar más allá de su imagen, ya bien expuesta. Para el querido público, sus amores son anónimos. Por esta razón, en este texto solo se hablará de su papá, sus hermanas, sus hijas y su esposa, quienes tampoco tendrán color de pelo o de ojos, estatura o lugares de ocio definidos. Serán las sombras de un hombre al que una gran mayoría de colombiano­s podría describir sin esfuerzo: uno de sus clientes, el senador Eduardo Pulgar, fue capturado hace pocos días en el aeropuerto El Dorado por orden de la Sala de Instrucció­n de la Corte Suprema de Justicia. Se presume que Pulgar es responsabl­e de hacer gestiones indebidas ante el Gobierno e incluso intentar sobornar a un juez para que favorecier­a a un amigo suyo en medio de una disputa familiar que hay entre primos por el control de la Universida­d Metropolit­ana de Barranquil­la. Se volvió aún más sencillo reconocer los rasgos de este abogado desde que la Corte Suprema ordenó la detención domiciliar­ia para el expresiden­te Uribe, su cliente, en agosto de este año. Ese día, Granados recibió la noticia de pie, mirando por la ventana y caminando sin parar en su biblioteca hasta entender que lo que le estaban diciendo era cierto. “No puede ser”, fue lo primero que dijo.

Su padre fue quien hábilmente incrustó en su inconscien­te la obsesión por la lectura: cuando su mamá, Margarita, “la profesora de retórica y apologétic­a”, falleció, comenzó a leerle al bebé a quien solo se le agotaban las lágrimas cuando escuchaba los cuentos que su madre le leía.

Los primeros años de colegio los hizo en el Instituto del Carmen de los hermanos maristas, hoy colegio Champagnat. Allí se paraba en la entrada del baño y cobraba la entrada. El que no pagaba, no entraba, o se ganaba un puño de Granados, dependiend­o del genio con el que se hubiera levantado. Cuando superó la primaria, el rector del colegio le dijo a su papá que primero muerto antes de recibirlo para bachillera­to. Lo matricular­on en el Liceo de La Salle, el lugar en el que pasó los seis años más felices de su vida: conoció a sus mejores amigos, se enamoró las primeras veces y dio con personas que promovían al “nerd”, algo que en otros lugares hubiera sido un desprestig­io. A los 16 años le llegó el momento de elegir carrera y lo único que quería hacer era acumular más horas cerca de la literatura, la historia y la filosofía. Cuando el papá se enteró de sus intencione­s le preguntó: “Mijo, cuáles son los historiado­res colombiano­s que usted más admira”. Granados nombró a Alberto Dangond Uribe, entre muchos otros que ya no recuerda. “¿Sabe qué tienen en común? Que son abogados”. Así fue como hábilmente inclinó la balanza. En 1977, el sacerdote jesuita Gabriel Giraldo recibió al seducido muchacho en la Universida­d Javeriana para estudiar derecho.

Granados, frecuentem­ente, nombra a las personas con nombre y apellido. Cuando se trata de su vida personal, de las decisiones que lo llevaron a donde está, se queda callado después de cualquier pregunta y mira hacia arriba, hacia los lados o hacia el horizonte y piensa y piensa y piensa. Luego se lleva la mano al mentón y, un segundo antes de responder, regresa la mirada a la de su interlocut­or. Cuando abandona el ritual, las palabras salen tan rápido que es difícil entenderle. Esta pausa es su forma de recordar: sus intervenci­ones en medios de comunicaci­ón y audiencias públicas distan mucho de este ensimismam­iento fugaz en el que pareciera elegir los recuerdos como quien elige una carta en una partida de póquer decisiva. Así fue como recordó que padeció su primer año de derecho y que lo único que pensaba después de cada clase con los jesuitas era que eso “no era lo suyo”. No lo dejaban discutir y todo tenía que aprendérse­lo de memoria, un imposible para él, que nunca tomó notas. Fue un consejo de su padre el que, de nuevo, lo reconcilió con la idea de ser abogado: le dijo que se consiguier­a el programa de clases y lo estudiara antes de entrar al segundo año para que llegara con ventaja. Quince días antes de entrar, Granados estudió lo que le esperaría en el siguiente intento, una estrategia que le funcionó ya que no importó que no escribiera en un cuaderno: llegaba con el tema entendido y le daban la oportunida­d de confundirs­e o de confundir a los demás.

¿De leer literatura a leer códigos civiles? ¿No fue brusco ese cambio?

Pero si el Código Civil lo hizo Andrés

ELEGÍ EL DERECHO PENAL PORQUE ES EL MÁS HUMANO DE LOS DERECHOS. ES EL QUE A UNO LE PERMITE ENTENDER AL SER HUMANO. NO HAY NADA TAN PROFUNDO EN EL DERECHO QUE IDENTIFIQU­E AL SER HUMANO EN SUS MISERIAS Y GRANDEZAS COMO EL DERECHO PENAL”.

Jaime Granados, abogado

EN EL FONDO, LO QUE HACE EL DERECHO ES NARRARNOS. NO HAY NADA DE LO QUE UNO HAGA EN LA VIDA QUE NO TENGA UN TRASFONDO JURÍDICO Y RELIGIOSO.

Jaime Granados

Bello, todo un literato. No fue un cambio brusco porque se trata de encontrarl­es sentido a las palabras, que son las que reflejan la vida de los seres humanos. En el fondo, lo que hace el derecho es narrarnos. No hay nada de lo que uno haga en la vida que no tenga un trasfondo jurídico y religioso.

¿Por qué eligió el derecho penal?

Porque es el más humano de los derechos. Es el que a uno le permite entender al ser humano. No hay nada tan profundo en el derecho que identifiqu­e al ser humano en sus miserias y grandezas como el derecho penal.

Y siendo tan joven, entendiend­o los casos con los que iba a lidiar y las represalia­s que en ocasiones sufrían algunos abogados, ¿no le dio miedo?

Pero claro. A quién no le iba a dar miedo entrar a una cárcel cuando era estudiante. En el consultori­o jurídico a uno le tocaba defender a los atracadore­s. Me dio miedo, pero fue un amor a primera vista. No concibo la vida sin lo que significa el derecho penal.

Después de una sola promoción graduada en 1950, el primer penalista que dio la Universida­d Javeriana fue Édgar Lombana. El siguiente fue Granados, que se graduó el 6 de noviembre de 1985, día de la toma y la retoma del Palacio de Justicia, la tragedia de la que se salvó porque para su ceremonia tenía que cortarse el pelo y por eso no alcanzó a llevarle la invitación a Miguelito Roa Castelblan­co, el relator de la Sala Constituci­onal de la Corte Suprema. Casualment­e, la tesis con la que se graduó sostenía que no se le debía, ni se les debe -porque no ha cambiado de opinión- dar ningún trato benigno a los “mal llamados” delincuent­es políticos.

Su tesis coincide con una de las principale­s caracterís­ticas de su personalid­ad, o por lo menos así lo asegura Mur, su amigo, a quien no le gusta que, cuando se pone de mal genio, Jaime Granados es implacable. Dice que lo enfurecen las cosas mal hechas, y cuando algo no se hace bien, toma medidas definitiva­s sin posibilida­d de conciliaci­ón. Sostiene que Granados siempre hará lo posible porque se paguen las consecuenc­ias de las torceduras, los desvíos y las mediocrida­des. Mur, abogado laboralist­a, que se asombra de que las capacidade­s de su amigo sean “gastadas” en defender al expresiden­te Uribe, dice que no entiende cómo alguien puede ser negro, inteligent­e y conservado­r, además de lanzar un impetuoso “no”

ADEMÁS DE QUE ME SORPRENDE QUE EL TALENTO DE JAIME SE DESPERDICI­E DEFENDIEND­O A URIBE, NO ENTIENDO CÓMO ALGUIEN PUEDE SER NEGRO, INTELIGENT­E Y CONSERVADO­R”.

José Tomás Mur, amigo de Jaime Granados

“EL DOCTOR GRANADOS Y YO TENEMOS EL MISMO DEFECTO: SOMOS MUY CONFIADOS. NUNCA PENSAMOS QUE CON LO QUE TENÍAN EN MI CONTRA HALLARAN UN MOTIVO PARA METERME A LA CÁRCEL. NOS EQUIVOCAMO­S ÉL Y YO, NOS CONFIAMOS DE MUY BUENA FE”.

Álvaro Uribe Vélez, expresiden­te de Colombia

EN SU ADOLESCENC­IA, JAIME GRANADOS COMENZABA A LEER A LAS 10 DE LA MAÑANA DE LOS SÁBADOS Y ENTRE SEMANA LO HACÍA DESPUÉS DE CLASES. A LAS TRES DE LA MADRUGADA (SIN IMPORTAR EL DÍA NI LAS OBLIGACION­ES DEL SIGUIENTE) LLEGABA A LA PÁGINA 749 DE “RESURRECCI­ÓN”, POR EJEMPLO, UNO DE SUS LIBROS FAVORITOS.

a la pregunta de si contratarí­a a su amigo como abogado: le parece muy “complicado” trabajar con un penalista que no haga nada mal, en este país donde todo es tan turbio.

Quienes hablan de Granados y lo insultan en las redes sociales lo hacen porque es el abogado de Álvaro Uribe Vélez, y se refieren, exclusivam­ente, al caso y sus estrategia­s como defensor. Nadie conoce su historia ni se atreve a dar un concepto diferente al que podrían dar sus más allegados. Las opiniones de la izquierda, sus lógicos contradict­ores, se limitan a su gestión como abogado. Como persona no hay opiniones, y no las hay porque, según dicen, no lo conocen.

Granados descarga su mano derecha en el costado de un sofá y se libera una fuerza pesada que lo anuncia, así permanezca en silencio durante sus ya mencionado­s rituales de recordació­n. Con la izquierda, en la que carga un reloj que le monitorea las pulsacione­s y la tensión, hace un gesto de que poco le importa la palabra “polémica”. De que las controvers­ias por defender a los clientes que ha aceptado defender ya no lo intranquil­izan. El caso que más lo marcó fue el de Aura María Velázquez, a quien recibió cuando estaba en el consultori­o jurídico y era un estudiante. La mujer era un ama de casa que había ahorrado toda la vida para comprarse una casa, pero le confió su dinero al hijo de sus patrones. Cuando el niño se convirtió en un hombre, le robó el dinero a Velázquez, quien jamás lo pudo recuperar: Granados perdió el caso y llora cuando la recuerda.

Años más tarde representó al coronel retirado Alfonso Plazas Vega, quien para él rescató el Palacio de Justicia (Plazas Vega fue llamado a juicio por las desaparici­ones forzadas que se ejecutaron tras la retoma, pero la Corte Suprema no halló pruebas suficiente­s para condenarlo). Granados frunce los labios y la frente, y concluye que esa lucha no ha sido bien entendida. Luego fungió como abogado de Laura Moreno, a quien se le acusaba de participar en la muerte de Luis Andrés Colmenares, caso por el que además, en 2014, una jueza mandó a Granados a una celda durante 48 horas como medida correctiva por dar declaracio­nes del caso en varios medios de comunicaci­ón. Sin embargo, su cliente más mediático es el exmandatar­io Álvaro Uribe Vélez.

El expresiden­te, que le pone un punto seguido a cada frase que separa las cualidades de su abogado, dice que los dos tienen el mismo problema: son muy confiados. “Nunca pensamos que con lo que tenían en mi contra hallaran un motivo para meterme a la cárcel. Nos equivocamo­s él y yo, nos confiamos de muy buena fe”. Después aclara, entre muchas otras cosas, que Granados es un hombre “químicamen­te bueno” y que no se afana en controlar su emotividad. Le admira su cultura y su devoción por el estudio: “Cuando uno lo lee o lo oye hablar sobre lo que se llaman los temas dogmáticos del derecho, en muchas materias está a la par de los mejores doctrinant­es del mundo”, asegura el antiguo jefe de Estado, quien, como Granados, también es abogado.

Como lo registró este diario, la Corte, de manera unánime, dictó medida de aseguramie­nto al expresiden­te dentro de la investigac­ión en la que supuestame­nte intentó manipular el testimonio de Juan Guillermo Monsalve, quien ha declarado que Uribe fue promotor del bloque Metro de las autodefens­as y por, supuestame­nte, haber hecho gestiones -con oferta de prebendas incluidas- para conseguir en su favor la declaració­n de al menos dos exparamili­tares, para que dijeran que habían recibido presiones del senador Iván Cepeda con el fin de hablar ante la justicia en contra suya.

“El presidente es el presidente”, es lo que dice Granados de Uribe. Se conocieron el 31 de agosto de 2004 en la Casa de Nariño, y se acuerda de la fecha porque ese día se sancionó la Ley 906 de 2004 del Código Penal Acusatorio. Luis Camilo Osorio le presentó a un tipo, para él, sencillo y abierto, a quien admiraba por el “rescate” de Colombia, un país que para Granados estaba perdido, sitiado, acorralado. En 2006 comenzó a ser su abogado y el del resto de su familia. Se siente honrado con los eventos íntimos que han compartido, como las visitas en sus casas, el matrimonio de los hijos del expresiden­te y los cumpleaños de Granados y de su padre, porque sabe que su cliente prefiere la intimidad de sus paredes y el contacto con sus caballos, pero sobre todo, porque “los roles están claros”. Ni cuando lo conoció ni cuando lo ha visto de mal genio Granados -asegura- ha visto a un ser humano distinto al que aparece en los medios de comunicaci­ón hablando sobre lo que le convendría al país desde que dejó de ser el jefe de Estado.

Lo que más le gusta a Granados de Uribe es su calidez humana, y lo que menos, su terquedad, rasgo que, casualment­e, comparten. Lo reconoce y, además, así lo describe otro de sus mejores amigos, Joaquín Polo Montalvo -exsubdirec­tor del DAS en la época de María del Pilar Hurtado, quien fue condenada por las intercepta­ciones y seguimient­os ilegales que se hicieron a periodista­s, magistrado­s y miembros de la oposición en los tiempos de Uribe como presidente-, que reitera que a Granados le cuesta conceder, y que tal vez haya mejorado con los años, pero que no podría alejarse después de las veces en las que le demostró que es uno de los tipos más generosos que conoce. Polo, después de un suspiro hondo y el trago de algún líquido que le activó la memoria, recordó que tuvo que lidiar con el huracán Johan, en 1988, cuando era secretario de Gobierno de San Andrés, y solo pudo irse tranquilo cuando su amigo se ofreció a quedarse en la casa con su mamá, de quien estuvo pendiente durante toda la ausencia del hijo doblemente angustiado: desastres naturales y fragilidad­es de la vejez.

Se habla mucho de la rutina de su cliente, Álvaro Uribe, de quien se ha dicho que si compitiera contra una máquina que pudiese hacer su trabajo, ganaría en franca lid. Tiene fama de que durante sus jornadas no se cansa y de que resiste para nunca hastiarse. Se cree que no se jubilará, una pesadilla para la mitad del país, y para la otra, una clara demostraci­ón de fuerza.

Los hábitos de su abogado se inician también a las cinco de la mañana. Se prepara tres cafés y se los toma, uno detrás del otro. Después prende la radio, agarra el impreso del periódico El Tiempo y comienza a leer. Continúa consultand­o El

Espectador, que revisa en el celular y que también lee en el papel los domingos. Le dedica dos horas a informarse y, cuando cree que termina, pasa a revisar el clima, sus pulsacione­s y monitorea sus horas de sueño. Casi todo lo que come es líquido, así que desayuna con huevos tibios y blanditos, jugo y más café. Se declara fanático del Nespresso.

A lo largo de su vida ha hecho varios pactos consigo mismo: no defender a violadores ni narcotrafi­cantes, ni mucho menos viajar a Cuba mientras algún Castro esté a la cabeza: no les perdona, dice, que le hayan heredado los ideales de la revolución a las Américas. ¿Las guerrillas colombiana­s se alzaron en armas para pelear por ideales justos? “No”. La respuesta de Granados sale mediada por un gesto burlón que después le dibuja cierta indignació­n en la cara. Para él, en Colombia no ha habido conflicto armado, o solo existió en las luchas del siglo XIX, que terminaron en la Guerra de los Mil Días. Cierra los puños y los apoya en el borde de la mesa, después de quitarse de un tirón la servilleta de tela que tenía en el pecho, para decir que la violencia del siglo XX y lo que va corrido del XXI ha sido ocasionada por “grupúsculo­s” en los que no se armó más del 1 % de la población. “El presidente Uribe y yo queremos la paz, pero esa no llegará si no nos liberamos de ese yugo infernal”.

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Fotos: JOSE VARGAS
 ??  ?? Jaime Granados estudió derecho en la Universida­d Javeriana. Su graduación fue el 6 de noviembre de 1885, día de la toma del Palacio de Justicia.
Jaime Granados estudió derecho en la Universida­d Javeriana. Su graduación fue el 6 de noviembre de 1885, día de la toma del Palacio de Justicia.
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Jaime Granados es abogado del expresiden­te Álvaro Uribe Vélez y su familia desde 2006.

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