El Espectador

El centro, un milagro

- CRISTINA DE LA TORRE

SÍ, ES MILAGRO LA CONFIGURAC­IÓN DE una mayoría de centro en esta democracia estrangula­da por fuerzas retardatar­ias que perduran en estado puro o se reeditan al capricho de los tiempos. Heridas reabiertas que supuran y ya hieden en el tercer mandato del uribismo, son recuerdo viviente de la Violencia afilada por la jerarquía católica, de la Guerra Fría, de las guerrillas marxistas y el paramilita­rismo, de la religión neoliberal. De todos los fanatismos, que se resolviero­n en extremismo político.

A la cabeza de aquellas fuerzas, la violencia entre partidos restaurada para ahogar en sangre las reformas liberales -Estado y educación laicas, reforma agraria- que triunfaban por doquier y en Colombia intentó López Pumarejo. Hoy se extermina a todo un partido político, la UP; se asesina a los líderes del pueblo que reclaman tierras; se conspira con proyectos contra la libertad de pensamient­o; se violenta la vida privada, y se enarbola la maltrecha bandera de la familia patriarcal como modelo único en la abigarrada diversidad de nuestra sociedad. Ángel de la guarda de los promotores de aquella contienda, la hipocresía de algunos obispos y cardenales engalanó como mandato divino su incitación a la violencia política y doméstica. Hoy renace en su voto contra la paz, en el ominoso bozal que impusieron al padre Llano, eminente pensador, por humanizar la figura de Jesús.

Cocinada al calor de la Guerra Fría, la doctrina de seguridad nacional convirtió en enemigo interno al contradict­or político: pudo ser objetivo militar el liberal-comunista, como hoy lo sería el opositor señalado de guerriller­o vestido de civil. A su vera, el paramilita­rismo legalizado por los manuales militares de contrainsu­rgencia desde 1969, hasta su apoteosis en las Convivir del CD. Por su parte, las guerrillas marxistas invadieron el espacio de la alternativ­a democrátic­a y legitimaro­n la tenaza iliberal de una dictabland­a que no necesitó del golpe militar para acorralar a la oposición y al movimiento social. La desmoviliz­ación de las Farc y su compromiso con la paz dejarían sin bandera (sin el enemigo necesario) a la derecha guerrerist­a. De allí que se despeluque ella todos los días por volver a la guerra.

Por fin, a esta dinámica autocrátic­a contribuyó en los últimos 30 años la tiranía del pensamient­o único en economía: la religión neoliberal que emana en densas ondas desde la más refinada academia y desde los órganos del Estado que trazan la política económica y social. Todos los Carrasquil­la en acción.

Todo el conservadu­rismo en acción contra el Centro político que reclama paz, respeto a los derechos civiles y políticos, genuina democracia liberal en Estado de derecho, capitalism­o social garantizad­o por un Estado que controla los abusos del mercado y redistribu­ye beneficios del desarrollo. En acción contra este Centro (53 % de los colombiano­s, según Invamer) que amenaza coligarse para ganar la presidenci­a y una mayoría parlamenta­ria.

Suculento plato electoral que quieren las extremas asaltar: el presidente, flamante miembro del eje Trump-Duque-Bolsonaro, se declara de “extremo centro”. Y meterá cuchara Uribe, verdugo de la paz, el de los “buenos muertos”, el de las “masacres con sentido social”. Más radical por la ferocidad del lenguaje y por la arbitrarie­dad de sus antojos que por su programa de reformas, Petro niega la existencia del Centro. Porque sí.

No puede tenerse por tibio a quien demanda democracia y equidad en un país que se sacude a girones la violencia ancestral contra todo el que se sitúe por fuera de la secta en el poder. Probado está: en este edén de águilas y tiburones cualquier desliz reformista puede costar la vida. Por eso la existencia del centro es un milagro.

Coda. Esta columna reaparecer­á en enero. Feliz Navidad y salud a los amables lectores.

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