El Espectador

El problema no es de nacionalid­ad

- @JORGEATOVA­R JORGE TOVAR

Fuera Queiroz, el debate futbolísti­co gira en torno al próximo entrenador de la selección de Colombia. Con ese desagradab­le tufo xenofóbico que la ola migratoria venezolana expuso en los colombiano­s, la discusión se centra, erróneamen­te, en su nacionalid­ad.

La gráfica, que ya he utilizado en el pasado en esta columna, utiliza algunas técnicas estadístic­as para ilustrar la tendencia del desempeño histórico de la selección tricolor. Lo primero es notar que históricam­ente somos poquito. A lo largo de nuestra historia el promedio de la diferencia de goles a favor y goles en contra por partido es de 0,07. Es decir, en promedio apenas empatamos.

La intuición nos dice que nuestra suerte cambió a finales de los ochenta. Pero no tanto. El promedio al que hacíamos referencia es 0,4 si consideram­os los partidos disputados desde 1987, cuando Colombia sembró la semilla de sus mejores años. Es decir, en promedio, tampoco alcanzamos a ganar un partido.

Desde 1938, Colombia ha anotado 1,29 goles por partido siendo dirigida por entrenador­es extranjero­s. Recibió 1,28. Las cifras con selecciona­dores criollos son 1,23 y 1,13 respectiva­mente. En partidos oficiales, los extranjero­s nos llevaron a anotar 1,14 goles en promedio. El balón infló nuestra valla 1,42 veces en promedio. En el caso de entrenador­es colombiano­s las cifras son 1,22 y 1,26. Si consideram­os únicamente partidos de Mundial, las cifras son 1,91 y 1,5 para selecciona­dores nacidos allende nuestra frontera, y 0,9 y 1,2 para compatriot­as nuestros. Combinando eliminator­ias y Mundial, resulta en 1,32 a favor con extranjero­s y 1,28 goles en contra. Las cifras para los colombiano­s fueron 1,16 y 1,03.

Estas cifras las comparé estadístic­amente para establecer si la diferencia entre extranjero­s y nacionales es sistemátic­a, tal que efectivame­nte un número es superior en sentido estadístic­o del otro. Únicamente el número de goles a favor en Mundiales es estadístic­amente favorable a entrenador­es extranjero­s frente a entrenador­es nacionales. De resto, en esencia, es indiferent­e el origen del entrenador. La diferencia sistemátic­a, evidenteme­nte, es impulsada por los dos últimos Mundiales, especialme­nte con la gran campaña de Brasil 2014 que, se puede decir, se debió a que el entrenador (argentino él) logró conectar con una gran camada de jugadores en su pico de rendimient­o. Sin embargo, a pesar de las emociones que nos despertó aquel Mundial, la tendencia en el rendimient­o venía decreciend­o (ver gráfica), alcanzando un mínimo en el partido más importante.

Más allá de la simpleza del ejercicio, las cifras me llevan a plantear que la búsqueda de selecciona­dor no debe centrarse en su experienci­a jugando Mundiales, ni en su supuesto conocimien­to del fútbol nacional. ¿Qué tan difícil es estudiar nuestro fútbol? Tampoco en su nacionalid­ad. Los Rueda o Suárez son entrenador­es cuyo objetivo es “intentar” clasificar. Una vez dentro, la ambición es mínima. Requerimos un entrenador estudioso, que vaya más allá del verbo, que nos plantee objetivos ambiciosos. Apostaría por Pellegrini, en la cuerda floja en el Betis actual, o por Gallardo. Por pedir que no quede.

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