El año sin nombre
CON RAZÓN NO FUE FÁCIL PARA EL Diccionario de Oxford ni para instancias que suelen resumir en una palabra o un personaje el año que se acaba, con la idea de registrar su impronta en la historia que se escribe.
Resulta osado, incluso, denominarlo el peor de los que se tenga noticia, no solo porque los contextos y datos son insuficientes, desequilibrados y, en últimas, incomparables, sino porque hallaremos a los que defiendan este que se extingue como el año de la pausa o de las oportunidades.
Habrá quienes argumenten que no es posible resumir un año que no fraguó y que esa indefinición sea razón suficiente para borrarlo de los calendarios y guardar esos primeros días vividos para cuadrar caja en el futuro… si hay futuro.
Necesitaremos, antes que nada, paciencia, porque para comprender este año harán falta muchos más, si el virus pertinaz, la desinformación, los amaños ideológicos y los que escriben la historia lo permiten.
Quizá, con espíritu optimista, como pasa después de grandes desastres, tengamos que echar mano de inventarios para comenzar a tejer y construir sobre lo único seguro que nos queda: la esperanza.
No de otra manera se explica que vaya a sobrevivir un país pobre cuya suerte siempre pende de otros, que está entre los últimos de la fila, que se debate entre la rapiña de la corrupción y cuyos habitantes parecen hacer lo posible por eliminarse unos a otros física y simbólicamente.
Lo nuevo no son, por supuesto, nuestros males, sino la prueba reina de que parecemos indestructibles. Una sociedad imaginada a contramano; así lo demuestran absurdas reformas como la tributaria en medio de la pobreza y el desempleo. En el año sin nombre nos están llevando de la utopía a la distopía. www.mariomorales.info y @marioemorales