El Espectador

El año sin nombre

- EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS MARIO MORALES

CON RAZÓN NO FUE FÁCIL PARA EL Diccionari­o de Oxford ni para instancias que suelen resumir en una palabra o un personaje el año que se acaba, con la idea de registrar su impronta en la historia que se escribe.

Resulta osado, incluso, denominarl­o el peor de los que se tenga noticia, no solo porque los contextos y datos son insuficien­tes, desequilib­rados y, en últimas, incomparab­les, sino porque hallaremos a los que defiendan este que se extingue como el año de la pausa o de las oportunida­des.

Habrá quienes argumenten que no es posible resumir un año que no fraguó y que esa indefinici­ón sea razón suficiente para borrarlo de los calendario­s y guardar esos primeros días vividos para cuadrar caja en el futuro… si hay futuro.

Necesitare­mos, antes que nada, paciencia, porque para comprender este año harán falta muchos más, si el virus pertinaz, la desinforma­ción, los amaños ideológico­s y los que escriben la historia lo permiten.

Quizá, con espíritu optimista, como pasa después de grandes desastres, tengamos que echar mano de inventario­s para comenzar a tejer y construir sobre lo único seguro que nos queda: la esperanza.

No de otra manera se explica que vaya a sobrevivir un país pobre cuya suerte siempre pende de otros, que está entre los últimos de la fila, que se debate entre la rapiña de la corrupción y cuyos habitantes parecen hacer lo posible por eliminarse unos a otros física y simbólicam­ente.

Lo nuevo no son, por supuesto, nuestros males, sino la prueba reina de que parecemos indestruct­ibles. Una sociedad imaginada a contramano; así lo demuestran absurdas reformas como la tributaria en medio de la pobreza y el desempleo. En el año sin nombre nos están llevando de la utopía a la distopía. www.mariomoral­es.info y @marioemora­les

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