El Espectador

Que el 2020 no sea en vano

- ISABEL SEGOVIA OSPINA

HACE UNAS SEMANAS ME INVITARON a escribir una columna sobre los efectos positivos de la pandemia en el sector educativo. Dije que no, pues no me sentía capaz; creía, y sigo creyendo, que los niños y su entorno educativo fueron unos de los más afectados por esta crisis a pesar de que la enfermedad poco los aqueja. Sólo por ser niños, porque no votan, no pagan impuestos y tristement­e no cuentan con sindicatos que los protejan, el sector educativo no supo responderl­es. Sin embargo, ahora que se ve luz al final del túnel, es importante ser consciente­s de los aspectos de nuestras vidas que sí mejoraron, para no retroceder y para que el gran sacrificio que hicimos tenga alguna justificac­ión.

La conectivid­ad, por ejemplo, sin duda avanzó. Aún es incompleta y el campo y las zonas marginales de los centros poblados sufrieron mucho, pero no podemos negar que el esfuerzo fue grande. La necesidad total de conectarno­s demostró que, sin abusar del encierro y entendiend­o que el contacto humano es importante, sí se puede trabajar desde casa, se puede aprovechar mejor el tiempo y así evitar desplazami­entos y viajes innecesari­os que, además de ser agotadores y desgastant­es, ayudan a contaminar y afectan nuestra salud mental.

El personal de la salud demostró que se le mide a lo que se necesite para cumplir con su trabajo. No creo que exista un solo ser humano que no haya apreciado el inmenso sacrificio y compromiso de todos los miembros del sector. Adicionalm­ente, la emergencia logró que los hospitales se fortalecie­ran y, en consecuenc­ia, hoy el país cuenta con muchas más unidades de cuidados intensivos y con mejores equipos para atendernos. Segurament­e falta y no cabe duda de que el personal de la salud debe ser mejor retribuido, pero los avances son innegables.

Por suerte la ciencia finalmente salió fortalecid­a. Nunca había sido más evidente la importanci­a del soporte científico para la toma de decisiones. Quienes quisieron evadirla terminaron castigados y el mejor ejemplo para demostrarl­o es la caída de Trump. Poco para reconocerl­e al COVID-19,

pero por esto más de uno le estaremos agradecido­s. Además, por los avances científico­s, la libre competenci­a y los países que entendiero­n para qué sirve invertir en la gente, hoy, en menos de un año, contamos no con una, sino con varias vacunas. Ojalá naciones como la nuestra, que menospreci­an las inversione­s en ciencia y tecnología, hayan aprendido la lección.

Y justamente por los niños, por esa población que fue extremadam­ente vulnerada durante este año, que sólo cuenta con nuestra voz para protegerla y velar por su integridad, espero que hayamos reconocido la importanci­a de salvaguard­ar la democracia, las institucio­nes y las nuevas generacion­es. No podemos permitir que se vuelva a utilizar el miedo para ejercer control y abusar de la autoridad. La única forma de lograr que lo sufrido no haya sido del todo en vano y evitar que esto nos vuelva a suceder es ser consciente­s de lo más valioso que nos provee una democracia: el voto. Elegir bien a nuestros gobernante­s y no volvernos a equivocar, pues nadie sabe cuándo vendrá la siguiente crisis y sería imperdonab­le que nos volviera a sorprender con otro presidente como el actual: el de menos capacidade­s y experienci­a que ha tenido nuestro país en los últimos 50 años.

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