Maradona: figura, pero no un dios
No se detienen los homenajes al ¿más sobresaliente futbolista del mundo? Con alguna tímida excepción, por no decir que ninguna, la prensa deportiva mundial se ha rendido a los pies de un comportamiento que para nada fue el mejor, como para mostrar a las generaciones que le siguen. Aplausos para una zurda prodigiosa, pero no puedo afirmar lo mismo si me refiero a su cerebro, que originó conductas que opacaron el brillo futbolístico que Dios le dio, muy alejado de que le haya prestado una mano para un gol a sabiendas de que se trató de una trampa.
Hacerle apología a la astucia con visos de picardía enfrentándose a las prohibiciones, según nos lo muestra el periodismo universal, como si de verdad aquella jugada se tratara de una genialidad, es invitar a los “pibes” a que hagan uso del medio para alcanzar el fin del gol, sin importar la regla que gobierna tan divertido y apasionado deporte. Cuando un deportista alcanza la gloria lo debe hacer sobre presupuestos moralmente permitidos que lo conviertan en un referente para la juventud que lo emula, no solo por las destacadas condiciones para exhibir su deporte favorito, sino por las actuaciones personales sucesivas que asuma una vez abandone la práctica deportiva.
Jamás, por muy superior que sea, podrá considerársele un dios, ni siquiera aproximársele, como en alguna parte del continente han pretendido asimilar a quien con su actuar estropeó muchos valores, sin que se le quite lo de virtuoso para el fútbol. Incluso pueden llevarlo hasta la idolatría, aunque sea un dios de barro, pero nunca considerarlo un ejemplo a seguir, según nos lo quieren vender los apasionados de las letras y los micrófonos, quebrando el equilibrio que nos enseña la sindéresis. Reposo eterno para quien jugó bien al fútbol, pero no a las buenas maneras. Lo suyo fue explosión de virtudes deportivas que lo condujeron a conquistar una fama sin fronteras, de la cual se valieron algunos líderes políticos para alimentar su populismo, no obstante que el astro se hiciera acompañar de excesos para no imitar.