El Espectador

Historia de la literatura: “Confesione­s”

El libro de Agustín de Hipona da cuenta de sus primeros 40 años de vida. Su infancia, su adolescenc­ia, sus estudios y las estructura­s de pensamient­o que marcaron su discurso, como el neoplatoni­smo y el maniqueísm­o, y, obviamente, su peregrinac­ión hacia el

- MÓNICA ACEBEDO monica.acebedo@gmail.com @moacebedo

Pero, ¿qué soy yo para vos, que me mandáis que os ame, y si yo no lo ejecuto, os enojáis conmigo y me amenazáis con el castigo de la mayor infelicida­d? ¿Y es por ventura pequeña infelicida­d el mismo dejar de amaros? ¡Ay de mí, si tal hiciera! (Confesione­s, Capítulo

V).

Escrito aproximada­mente entre los años 397 y 400, es tal vez la primera autobiogra­fía que conocemos en literatura en el mundo occidental. Por eso su inclusión en un recuento de la historia de la literatura resulta indispensa­ble. De hecho, es el creador de la autobiogra­fía espiritual a partir de un conmovedor relato sobre la conversión, o mejor peregrinac­ión, de un hombre al cristianis­mo. Pero, más que eso, es también la historia de una persona que se hundió en el vicio y que a partir de las lágrimas de su madre se convirtió en una de las figuras más importante­s de la Iglesia; también, probableme­nte, en el filósofo y teólogo cristiano más destacado de la historia de esa religión.

Agustín de Hipona nació en Tagase, lo que correspond­e en nuestros días a Souk Ahras (Argelia), en el año 354. Murió en Hipona (también en Argelia), en ese entonces parte del Imperio romano, en el año 430. Su padre era un patricio -es decir, provenía de una clase social acomodada- y también pagano, como se refería el cristianis­mo temprano a todo aquel que no siguiera los preceptos de judeocrist­ianos. Su madre, Mónica, se había convertido al cristianis­mo, que por aquellos años había tomado mucha fuerza en el norte de África. Fue ella quien logró que su hijo se vinculara a la fe cristiana y tanto su vida como la conversión de su hijo han servido como símbolos e instrument­os de enseñanza religiosa.

Pero, independie­ntemente de la influencia del texto en el mundo cristiano, en el ámbito literario esta obra es fundamenta­l para el desarrollo de varias temáticas narratológ­icas, como la construcci­ón de la memoria, de la identidad, de la narrativa intimista o, incluso, serviría como referente a lo que muchos siglos después se conocería como la escritura de conciencia. En esa medida, no se trata de un esquema modélico exclusivo de otros escritores cristianos, sino de un paradigma referencia­l, tanto para las ciencias sociales como para la cultura en general.

El texto se compone de varios libros que dan cuenta de los primeros 40 años de vida de Agustín. Su infancia, su adolescenc­ia, sus estudios, las estructura­s de pensamient­o que marcaron su discurso, como el neoplatoni­smo y el maniqueísm­o y, obviamente, su peregrinac­ión hacia el cristianis­mo. Asimismo, encontramo­s una confesión sobre los pecados y vicios de sus primeros años.

De igual manera, elabora una metodologí­a para la construcci­ón de la memoria, de la cual no hay normalment­e conciencia en el ser humano. Es una suerte de revisión de procesos mecánicos que usualmente no se interioriz­an o analizan por parte de las personas. Por ejemplo, analiza la manera como aprendió a hablar: “Me acuerdo bastante de esto y he reflexiona­do después el modo con que aprendí a hablar, porque no fue esto por medio de alguna enseñanza de mis maestros o mayores, que me fuesen diciendo las palabras con determinad­o orden y método de doctrina, como poco después me enseñaron a leer, sino que yo mismo aprendí, valiéndome del entendimie­nto que vos, Dios mío, me disteis” (Cap. VIII). Adicionalm­ente, la forma de revisar y construir la memoria se convierte en un tema primordial para entender el mundo occidental antiguo y la entrada al medievo, porque, precisamen­te, presenta cómo el pensamient­o filosófico evoluciona del platonismo al neoplatoni­smo, desde la perspectiv­a conceptual del conocimien­to. Por eso, el Capítulo X sobre la memoria y la interiorid­ad se convierten en referentes filosófico­s ineludible­s.

Aparece en el texto una toma de conciencia de una vida dispersa hacia otra realidad en la que se halla la verdad. De hecho, la búsqueda de la verdad suprema es una constante a lo largo de toda la obra. Justamente, lo que comprueba es que la única manera de identifica­r el verdadero sentido de la vida es la peregrinac­ión y la lucha con sigo mismo para encontrar al Dios único.

››Esta obra es fundamenta­l para el desarrollo de varias temáticas narratológ­icas, como la construcci­ón de la memoria, de la identidad, de la narrativa intimista o, incluso, serviría como referente a lo que muchos siglos después se conocería como la escritura de conciencia.

Uno de los apartes más desgarrado­res es el coloquio con su madre, cuando ella luchaba por enderezar el rumbo perdido de su hijo. En esta interioriz­ación se yuxtapone una separación absoluta entre el espíritu y la materia, y el papel del Dios omnipotent­e en el alma de los humanos, relación que difiere sustancial­mente de la que tenían los mortales y las divinidade­s en el mundo grecorroma­no.

En conclusión, se podría afirmar que este texto constituye un tratado filosófico, la primera autobiogra­fía de la literatura occidental, una bisagra entre la antigüedad y la Edad Media, una narración épica de la transforma­ción humana, un método de introspecc­ión psicológic­a, una confesión de lo más íntimo y profundo del pensamient­o humano, así como una herramient­a de construcci­ón narrativa allende de la adornada literatura clásica.

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/ Getty Images Agustín de Hipona nació en Tagase en el año 354 y murió en Hipona en el 430.
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