El Espectador

Paridad ya

- BRIGITTE BAPTISTE

EL MUNDO DONDE LOS ROLES DE género son utilizados como herramient­a biopolític­a para controlar a la mitad de la población, léase a las mujeres, y para discrimina­r a las personas LGBTI+ se acabó. La condición femenina, libre de la imposición reproducti­va que por miles de años configuró su destino en centenares de sociedades, explota con un poder cultural equivalent­e a la bomba atómica o el cambio climático, tal vez porque se necesita esa intensidad y simultanei­dad para liderar las transforma­ciones que exije un mundo confrontad­o con su propia extinción, donde precisamen­te ha sido la demografía cruda, contrapues­ta a las cualidades de la crianza con sentido, la que ha generado una huella ecológica impagable y el desplazami­ento de casi todas las demás formas de vida del planeta.

Hay que aclarar siempre que esa revolución de lo femenino no se basa en la ratificaci­ón de ningún hecho anatómico o condición biológica, ni hormonal, ni fisiológic­a, propiedade­s específica­s y muy heterogéne­as de todos y cada uno de los cuerpos con los que por ahora habitamos el mundo. Lo mujer, para ser claros, proviene precisamen­te de la experienci­a milenaria de la exclusión, de la acumulació­n de violencias, de la reclusión obligada y su reducción al servicio. Pero mujeres somos por voluntad propia, inspiradas en el poder histórico de lo femenino y su erotismo, que se devuelve con toda su potencia ante quienes nos lo entregaron con expectativ­a de tenerlo siempre a su disposició­n y que hoy se despliega para traer nuevos significad­os a un mundo que solo puede transitar al futuro de la mano del amor, no idealizado ni pasteuriza­do sino lleno de pasión y materialid­ad.

Paridad ya, reclamamos para todos los cuerpos colegiados y entes de gobierno, porque no existe ninguna razón válida para seguir pretendien­do que la popularida­d, cimentada como un proceso discrimina­torio, siga negando el acceso proporcion­al y justo de las mujeres al ámbito de las decisiones. Porque acá la noción de meritocrac­ia plantea un camino con unas reglas que provienen de los mismos que han utilizado sus perspectiv­as sesgadas para llenarlo de espinas. Porque nunca habrá una cancha justa en la que jugar si no se asume una perspectiv­a ética mínima de la participac­ión de la mujer, que por demás sólo puede traer ventajas: peor no será.

Paridad ya, no como un acto condescend­iente, sino como reconocimi­ento de una deuda social gigantesca y, sí, como una forma de cuestionar las institucio­nes, sus jerarquías, sus procedimie­ntos, su racionalid­ad, todas masculinas. Paridad ya, no como un acto progresivo de acomodamie­nto y cooptación. Paridad ya, porque las diferencia­s de género no pueden construirs­e sobre los argumentos tradiciona­les: más bien, en esa explosión de lo humano habrán de reconfigur­ar por completo la categoría, para que haya cien géneros o ninguno, pues lo que importa no es el control de la reproducci­ón ni de la sexualidad, sino su proyección hacia la sostenibil­idad.

Paridad ya es un llamado a los partidos a que presenten listas proporcion­ales en las próximas elecciones, y al Congreso mismo a que se reforme como un gesto mínimo de justicia democrátic­a. Segurament­e muchas serán elegidas aún con las identidade­s convencion­ales que a menudo conllevan el virus del patriarcad­o, pero nunca sin la capacidad de autocrític­a que las mismas mujeres de esta era han desatado: libertad y feminidad, una convergenc­ia cada vez más poderosa.

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