Ministro, no sea tan terco
LA ÚNICA PERSONA QUE NO CREE EN los efectos positivos de la ivermectina es nuestro ministro de Salud, pese a que ya se está demostrando —y no por cuatro gatos— que esas gotas frenarían el desarrollo del coronavirus, evitarían su propagación y podrían curar a los pacientes en la primera fase de la enfermedad, ayudando a la recuperación y salvación de quienes están gravemente contagiados.
No es charlatanería, como se ha venido diciendo: ahí están los testimonios de laboratorios y de eminentes infectólogos que reconocen sus poderes curativos.
“Lo peor que puede pasarle al paciente es que se le mueran los piojos, porque también se utiliza para matar estos bichos en los humanos y en los animales, especialmente en el ganado”, expresó a este columnista Rodrigo Guerrero Velasco, médico epidemiólogo, exrector de la Universidad del Valle y exalcalde de Cali.
Si distintas organizaciones internacionales coinciden en los efectos positivos de la ivermectina y ya lo predican a los cuatro vientos, a pesar de las presiones que reciben de las multinacionales farmacéuticas y de la OMS, que pareciera tener intereses en los grandes negociados para vender la vacuna, ¿por qué el ministro de Salud insiste en su casi prohibición y no la deja expender libremente?
Porque una cosa es querer prevenir la automedicación de aquellos que creen que usándola se bloquea el contagio o el avance de la infección, y otra muy distinta es que no dé su beneplácito para que sea utilizada de manera seria y responsable.
Además, nada se pierde porque no tiene consecuencias en la salud de quienes tienen la posibilidad de mejorarse sin tener que depender de una UCI para seguir viviendo.
Se sabe que a la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez y a su esposo les trataron el COVID-19 a punta de ivermectina. ¿Entonces qué, señor ministro? O todos en la cama o todos en el suelo.