La pandemia sacudió y no entendimos
SE VA EL AÑO DE LA INCERTIDUMBRE, de la crisis, de la depresión. El año sin abrazos, el año de rostros tapados sin sonrisas, el año de vernos en pantallas y de quedarnos con las ganas de abrazar a los amigos en duelo. Cuando comenzó la pandemia, ante la sacudida tan grande que significaba esto que no habíamos vivido en la generación hiperconectada, algunos nos ilusionamos con la idea de que tal vez este virus nos podría ayudar a entender con claridad qué es aquello que importa, para ir dejando de lado lo superfluo. Cuando avanzan los meses y cerramos este trágico 2020, siento con decepción que la pandemia vino, nos sacudió y no entendimos nada. Vamos terminando el año con los mismos afanes y con problemas peores a los que teníamos cuando comenzamos. Muchos recibirán el año nuevo conectados a un respirador artificial y otros revivirán el dolor de haber perdido a sus seres queridos sin haber podido ni siquiera despedirse de ellos.
Y no son solo los enfermos o las víctimas que se fueron por el COVID-19. El año se cierra con la peor crisis económica que se recuerde. Fue el año del cangrejo en materia social. Si los problemas de inequidad eran muchos, la pandemia los agravó. Los ricos acumularon más y los pobres se hicieron más pobres. Buena parte de la clase media cayó en picada y muchos perdieron su sustento y la esperanza. Aquello que habíamos logrado contra las brechas económicas y sociales se perdió. Según las cifras que muestran los expertos, en el caso de Colombia nos devolvimos seis o siete años en lo que se había logrado en lucha contra la pobreza. Y en materia de empleo es más de una década lo perdido. Aun así, respondemos a los retos con las mismas fórmulas de siempre como si al hacerlo pudiéramos lograr resultados distintos.
Si hablamos de educación, aumentó la deserción y también la brecha por las dificultades de los niños y jóvenes más vulnerables para conectarse a los estudios virtuales. El abismo de género también se hizo mayor, como ya lo decía en este espacio, y a pesar de la respuesta que se logró frente a la pandemia, notamos también las carencias de un sistema de salud que se quedó corto.
A los trabajadores de la salud, a quienes tanto debemos por su sacrificio, se les debió garantizar la seguridad laboral y el pago oportuno desde siempre, más aún cuando se nos vino encima la pandemia. Sin embargo, todavía esta semana médicos residentes en Neiva se vieron obligados a salir a la calle para reclamar lo mínimo: ¡que les paguen sus sueldos! Otros reclaman tener los elementos para poder atender a los pacientes con seguridad. Esto, sin contar con la discriminación que sufrieron algunos. No entendimos nada. De una pandemia no salimos solos y de la crisis que esta nos deja como herencia tampoco.
Por supuesto que proliferan por todos los rincones los gestos de nobleza y solidaridad, pero algo no funciona en una sociedad si en medio de una tragedia los más vulnerables son los que salen peor librados. Nos quedan todavía meses de más contagios, más muertes, más pobreza. Estamos lejos de terminar la pesadilla y saldremos de ella arrastrando una carga que nos costará años superar. La pandemia tampoco logró disuadir a los violentos que siguen ahí, como el virus y sin vacuna a la vista.
Algunos expertos comienzan a preguntarse si este modelo que tenemos en el marco de una democracia liberal tiene las herramientas para responder a una catástrofe como la que vivimos este año y como las que pueden venir. Necesitamos aquí de muchas reflexiones y debate colectivo para mirar lo que se debe ajustar. Si no aprendemos después de una crisis que tocó al planeta entero, si no entendemos que nuestro destino va ligado al de los otros, estamos perdidos. No entendimos nada.