Sobre una columna
En su columna “Centro y extremos”, lo que Mauricio García llama centro político se asimila, en los términos de la filosofía política, al concepto de republicanismo. Entonces puede encontrarse una contradicción: o el autor confunde centro con republicanismo, o el autor quiere soslayar las distinciones bajo una categoría infundada como “centro” para no aparecer como un conservador en principios.
Ahora bien, debemos caracterizar el centro en los tres ejes que pretende el autor. Para el centro, la pareja libertad-igualdad se ha visto, según García, como un intento de conciliar “la mayor libertad posible con la mayor igualdad posible”. Sin embargo, la redistribución de la riqueza y del ingreso no es símbolo de igualdad, pero sí lo es en términos de la negación de la libertad en la medida que las coextensivas restricciones del mercado al acceso de recursos definen la capacidad de elegir; por lo tanto, su lógica de la igualdad no sería más que la redistribución de funciones y posiciones dentro de un “mercado”, lo cual puede ser no más que la división del trabajo social, allende la lógica policial que se instituye en la segundad dicotomía que mediatiza el autor. Este intento de segunda pareja de valores refiere a la autonomía individual y al control estatal de dicha autonomía, que, sobra decir, es relativa. Y no necesariamente tiene que ver con el acceso a derechos, que se ven restringidos por la negación del acceso a recursos, sino con la constitución de la esfera privada. Este punto es importante, pues la esfera privada no refiere a la propiedad privada, sino a la conciencia de elección, la cual es determinada más por sus restricciones y la intrusión del mercado en la vida íntima.
¿Cómo elegir, sin acceso a recursos, entre opciones limitadas por un mercado que hace de la decisión algo contingente y circunstancial? Al parecer el autor reconstituye la opción de elección, la libertad y la economía de mercado sin tener en cuenta la protección de recursos.
Ahora diferenciemos entre izquierda, centro y derecha, como lo hace García. Al parecer el autor no logró comprender los tres fantasmas que atañen al ser humano, como un ser que no siempre actúa con moderación, que responde a sus instintos, a su inconsciente y a las relaciones de producción. Tampoco tiene en cuenta, al parecer por su conservadurismo, que el apego a normas legales injustas es inmoral y la sociedad kantiana del imperativo categórico de la máxima universal tampoco existe; por ende, el autor desestimaría el orden constituyente que puede configurar la movilización social.
Aplica así para el autor lo que Bruce Ackerman denominó como fundacionalismo de derechos, donde priman la moderación y el apego a las normas, así sean injustas, como la entelequia de la mano invisible en un mercado autorregulado, ante lo cual apelaría a una democracia dualista. Vale la pena recordar que las normas sin movimiento social son normas ciegas, y un movimiento social sin normas son protestas vacías. Pero el tal centro no se inclina por el estado real de las cosas en cuanto a la constitución de lo social, se basa en el deber ser como un ideal objetivo que se constituye por la norma. El verdadero debate no es de extremos, es aprender a nombrar las cosas sin eufemismos.