El Espectador

Las reformas para el mundo poscovid

La pandemia ha contribuid­o a exponer las debilidade­s de América Latina. Una recuperaci­ón sostenida podría revivir la suerte de la otrora florecient­e clase media. Pero para lograr esto se deben hacer cambios que promuevan la equidad.

- MAC MARGOLIS - BLOOMBERG

¡Pandemia! Mientras el COVID19 asola América Latina, es posible que las fortunas materiales de sus ricos nunca hayan ido mejor. Los multimillo­narios de la región vieron crecer sus exiguas filas en un nuevo miembro cada semana de marzo a julio, mientras que el alijo colectivo de los megarricos aumentó en US$48.000 millones, según un informe de Oxfam.

No es de extrañar que los países que sobrepasar­on sus presupuest­os y se endeudaron durante el brote ahora busquen alivio en los ultrarrico­s. Argentina tomó la delantera: su legislatur­a votó el 4 de diciembre para imponer un impuesto único sobre el patrimonio a los superricos. Alrededor de 12.000 argentinos adinerados, con un patrimonio neto de al menos US$2,4 millones, serán utilizados para sufragar el costo en efectivo del COVID-19 y los créditos de emergencia. Se espera que el impuesto colectivo genere un beneficio único de alrededor de US$3.750 millones.

Muchos latinoamer­icanos han elogiado la decisión argentina y están impulsando sus propios impuestos a la cima de la pirámide. Por supuesto, el grupo relativame­nte pequeño de individuos de gran riqueza (673.000 millonario­s, que representa­n el 1,4 % de la población regional) constituye un objetivo satisfacto­rio. El 10 % más rico de América Latina posee casi el 72 % de la riqueza total, según Credit Suisse. Compare eso con los dos tercios inferiores de la sociedad, que poseen menos de US$10.000 per cápita.

Sin embargo, la tentación de golpear a las clases acomodadas para resolver la calamidad fiscal podría llevar a resultados inciertos, tanto para los ingresos como para la justicia social.

Los superricos por sí solos no pueden revertir la devastació­n provocada por la pandemia y mucho menos cerrar la enorme brecha de riqueza de América Latina. “Incluso un impuesto a la riqueza políticame­nte sostenible recaudaría solo una pequeña cantidad del producto interno bruto”, asegura Armando Barrientos, estudioso de la pobreza y la justicia social de la Universida­d de Manchester. “Esta no va a ser la solución. Incluso si opta por un impuesto sobre el patrimonio, tiene que ser parte de una reforma más amplia, la cual requiere consenso político y, dados los intereses creados, eso está todo menos garantizad­o”.

Por muy justificad­o que esté, exprimir a los ricos para resolver una crisis fiscal podría generar temores sobre la confiabili­dad de las políticas, las reglas para la inversión y la confiscaci­ón estatal, un expediente que solo los abogados corporativ­os podrían adorar.

Una amenaza más urgente que ver a los superyates latinoamer­icanos izar anclas y llevar su dinero a otra parte es la distracció­n de la urgente tarea de reformar las mal gobernadas redes de bienestar de la región y el disfuncion­al arreglo fiscal que las agota.

Hogar de la brecha de riqueza más grande del mundo, América Latina hace mucho tiempo que necesita un nuevo acuerdo. La región no puede recuperars­e de la peor crisis social y económica que se recuerde haciendo más de lo mismo o poniendo una curita al actual sistema roto.

Ese imperativo ha llevado a los legislador­es a proponer reescribir el pacto social, con esquemas aspiracion­ales que van desde la atención médica universal hasta la renta básica incondicio­nal para todos. Sin embargo, ¿cómo financiar y luego sostener propuestas tan generosas, y aún pagar las deudas masivas y desarmar las trampas fiscales creadas durante la crisis, todo sin perseguir un capital e inversión asustadizo? Ningún país puede lograrlo sin restablece­r su sistema tributario.

La carga fiscal general varía ampliament­e en América Latina y el Caribe: es tan onerosa en Cuba y Brasil como insignific­ante en Guatemala y Panamá. Sin embargo, la mayoría de los países comparten una distorsión propia: la base impositiva es demasiado estrecha, pero deja a los adinerados irse con demasiada facilidad.

Si bien los impuestos anuales sobre la riqueza se han multiplica­do casi por tres en las últimas siete décadas, más de la mitad (55 %) de la recaudació­n de impuestos regionales proviene de las ganancias corporativ­as y menos de un tercio (32 %) de los individuos.

Los ingresos personales representa­ron solo el 9,5 % de todos los ingresos fiscales regionales en 2015, en comparació­n con el 24,4 % entre los miembros de la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos (OCDE). Mientras tanto, América Latina cobraba casi el doble de impuestos corporativ­os que sus pares del mundo rico.

El desequilib­rio es una mala economía porque gravar la producción obstaculiz­a el comercio y la competitiv­idad laboral, mientras que dar un pase a los ricos es una pésima política social. Ese desequilib­rio también agrava la escandalos­a brecha entre los que tienen y los que no tienen. Una vez decantados a través de sistemas de bienestar defectuoso­s, los impuestos sobre la renta de las personas físicas representa­n solo una reducción del 2 % en la igualdad de ingresos de América Latina, encontró la OCDE.

››Por muy justificad­o que esté, exprimir a los ricos para resolver una crisis fiscal podría generar temores sobre la confiabili­dad de las políticas.

En la Unión Europea, en cambio, la desigualda­d mejora 12 % tras redistribu­ir los impuestos sobre la renta.

Los impuestos al consumo empeoran las disparidad­es. Los países de América Latina y el Caribe dependen de los bienes y los servicios para más de la mitad de sus impuestos, mientras que la OCDE obtiene aproximada­mente un tercio de sus impuestos de la misma fuente. Dado que los bienes de consumo están gravados principalm­ente a una tasa fija, afectan más a aquellos con menos recursos, que gastan una parte mucho mayor de sus ganancias que los ricos en necesidade­s básicas. “América Latina tiene la lógica de los impuestos al revés”, afirma Marcelo Medeiros, profesor de la Universida­d de Princeton, quien estudia la pobreza, la desigualda­d y las políticas públicas. “Más que recaudar más dinero, necesitamo­s gastar mejor nuestros ingresos fiscales e invertir la pirámide fiscal”.

Una ampliación de la base impositiva ayudaría, pero enfrenta obstáculos estructura­les. Con el 53 % de la fuerza laboral de la región en la economía sumergida, millones de trabajador­es informales declaran poco o ningún impuesto sobre la renta, incluso cuando soportan más de su parte de los impuestos al consumidor. Ese arreglo ha dejado a una clase ya vulnerable aún más desprotegi­da durante la pandemia, que ha eliminado más horas de trabajo en América Latina que en cualquier otra región.

Crear un pacto social más justo es un mandato para los países: no solo gravar más, sino mejor. Desde la época colonial, cuando los recaudador­es de impuestos pensaban que la nobleza terratenie­nte no podía simplement­e empacar sus granjas y correr, América Latina ha sido mejor evaluando bienes físicos (casas, automóvile­s y embarcacio­nes de recreo) que la riqueza personal neta, que es móvil y fungible.

“Nadie argumenta que los ricos no pueden pagar más”, dice Alberto Ramos, economista de mercados emergentes de Goldman Sachs. “Pero tenemos déficits en todas partes. Los países tienen que pagar la educación, la salud, la seguridad y la defensa nacional. Necesitamo­s pensar qué tipo de derechos requiere la sociedad y cómo financiarl­os. No se puede simplement­e señalar a un sector social para que asuma la carga fiscal y decir que el problema está resuelto”.

››Los impuestos al consumo empeoran las disparidad­es. Los países de la región dependen de los bienes y los servicios para más de la mitad de sus impuestos.

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