Colombia en alerta roja
COMO ERA DE ESPERARSE, LA INDIsciplina colectiva nacional hizo de las suyas. Estamos ad portas de la mayor emergencia sanitaria que recuerde nuestro país y nos cogió con los calzones abajo.
Pareciera que no han servido de mucho los mensajes diarios del presidente en sus alocuciones de las seis de la tarde, además de las megapautas del Estado, los ríos de tinta en periódicos, revistas e impresos, las redes sociales a reventar y las horas y horas de cuñas y comerciales en la radio y la TV.
Si a lo anterior le sumamos el boca a boca permanente sobre los cuidados que hay que tener, nos hallamos con un despliegue cuyo resultado debió ser una gran concientización en toda población, pero no.
Ni el uso permanente de tapabocas, ni el lavado constante de las manos, ni el distanciamiento social han sido tenidos en cuenta como debiera ser y por eso la alerta roja general será una realidad este fin de año y a comienzos del 2021.
Me dirán que lo propio está sucediendo en los mal llamados países desarrollados, donde tampoco han servido las recomendaciones cacareadas con igual o mayor intensidad, justificando así ese proceder irresponsable con las aglomeraciones, las parrandas, las reuniones sin las más mínimas medidas de seguridad y autocuidado.
No esperemos pues la feliz Navidad cantada y entonada, dicha y repetida como loras mojadas. Sin ser apocalípticos, lo que se viene es la realidad de una tragedia anunciada y ni hablar de un próspero año que nos está vendiendo el comercio desesperado.
Aquí la única venta asegurada es la de los ataúdes —que ya hasta los alquilan—, el gas de los hornos crematorios y el hueco en los cementerios. Olvidémonos de la tal vacuna salvadora, porque con suerte la tendremos de a poquitos a mediados del año entrante. Mientras, ¿qué será de los que se contagien?
Por eso la gente, en su desesperación, está recurriendo a drogas como la ivermectina, así el Gobierno insista en descalificarla.