La nociva decadencia de la socialdemocracia española
EN 1977 GARCÍA MÁRQUEZ, ANTONIO Caballero y Enrique Santos Calderón le hicieron una entrevista al socialista español Felipe González que sorprendió a muchos. El futuro presidente español no se mostró como un revolucionario exaltado, sino como un defensor de la democracia. Dijo que era una barbaridad comparar el régimen colombiano con las dictaduras del Cono Sur, y se mostró solidario con las guerrillas, sí, pero sólo con las que operaban en países dictatoriales y cuyo propósito era “liquidar regímenes que impiden el ritmo democrático”. La impresión que les dejó González a los periodistas quedaba resumida en el título de la entrevista, “Un socialista serio”, y en la entradilla que antecedía el cruce de preguntas y respuestas: “A la izquierda le convendría estudiarlo”.
Algunos sectores de la izquierda colombiana, y en general latinoamericana, les vino muy bien el ejemplo de González. No sé si hay estudios que hablen de la influencia que tuvo el Partido Socialista Español en América Latina, pero al menos en mi casa fue evidente la manera en que calmó los bríos revolucionarios de mi padre. González demostraba que se podía ser de izquierda y democrático, toda una novedad en una década en la que los jóvenes saltaban fácilmente de los grupos de estudio marxista a la militancia, siempre con la tentación revolucionaria en el horizonte.
Hoy, sin embargo, de repetirse la misma entrevista con el actual jefe del socialismo español, Pedro Sánchez, la sorpresa sería más bien negativa. Porque mientras González se dejó la piel para llevar a la izquierda al campo institucional, Sánchez está haciendo justo lo contrario. Está desinstitucionalizando a la izquierda, asociándola a dos corrientes políticas que no encajan bien con el orden constitucional de una democracia moderna: el populismo, que infiltra el sistema para vaciarlo desde dentro, y el nacionalismo, que siempre privilegia al paisano sobre el extranjero y que, en el caso español, ha derivado en desigualdad y muerte.
Lo peor es que esto mismo lo decía el propio Sánchez hace unos meses. El PSOE no pacta con populistas ni con los nacionalistas.
Pero ante la posibilidad de gobernar, la coherencia quedó en segundo plano. Y esto nos lleva a lo verdaderamente grave del asunto. La escandalosa forma en que el PSOE se ha vaciado de ideas. Arrastrado por la moda de los spin doctors y de las estrategias comunicativas, Sánchez ha caído en la desvergüenza del ingenio: todo lo resuelve con frasecitas sagaces y con etiquetas. Él se ha pedido la de progresista, de manera que no importa con quien pacte o qué tanto se contradiga, lo suyo siempre será progreso. Es la degradación absoluta del lenguaje. Una neolengua en donde los conceptos pierden su significado y se convierten en mero instrumento de propaganda.
El muralista José Clemente Orozco recordaba muy bien cómo era eso: “Se empieza por declarar a gritos que son reaccionarios, burgueses decrépitos y quintacolumnistas todos aquellos a quienes no les gusten nuestras pinturas”, justo lo que hace Sánchez. A quien no le gusta su obra, le cuelga la etiqueta de ultraderechista. Y su obra, me temo, ha sido meter a la izquierda en la caverna de la mitología patriotera y cobijar a populistas que dicen amar al pueblo, pero que en realidad aman el poder.
A ellos mismos con poder.