El Espectador

Mi personaje del año: las librerías

- CLAUDIA MORALES* * Periodista. @ClaMorales­M

UNA LIBRERÍA ES REFUGIO, OXÍGENO, caricia, conocimien­to, alegría… es persistenc­ia y convicción. Es, en definitiva, un lugar que nos completa.

Esta, mi última columna del año 2020, es un homenaje a las librerías de Colombia y del mundo que cerraron sus puertas como consecuenc­ia de la pandemia y a las que sobreviven, unas con más calma que otras. Es mi expresión de respeto por los dueños de librerías y los libreros que, a lo largo de los últimos tres años y medio, han sido mi inspiració­n y mis maestros.

Los libros han sobrevivid­o a las dictaduras, a las religiones, a su respectiva censura y también a las guerras del mundo, así que sobrevivir desde las librerías a esta pandemia, más que un propósito, es un deber atado a la libertad y a la democracia. Esa superviven­cia tendría que estar acompañada de ayudas planificad­as, no como sucedió en España, país en el que el Ministerio de Cultura aprobó cuatro millones de euros, supuestame­nte para ayudarlas, y no les consultó cuáles eran y son sus necesidade­s.

En Colombia la pandemia produjo un cierto despertar de la Cámara Colombiana del Libro, que por fin puso sus ojos en el sector, abrió canales de ayuda para implementa­r plataforma­s digitales y creó un mecanismo de conversaci­ón entre los libreros independie­ntes. Aunque insuficien­te, ante la ausencia de políticas de Estado, aplaudo este buen comienzo. Mucho serviría fijar la mirada en las experienci­as de Francia y Alemania, donde desde lo público han fijado programas culturales activos y de largo plazo que, además de abrazar a las librerías, poco a poco se han vuelto efectivos en el proceso de seducción de los ciudadanos lectores y no lectores, y en la lucha contra el monstruo llamado Amazon que nos cayó con el único fin de aplastarno­s.

Queda como debate y definición hacia futuro, ojalá no lejano, el del precio único del libro al que se oponen un par de grandes distribuid­oras editoriale­s y unos pocos negocios alejados de las virtudes de las librerías independie­ntes. Hay que batallar por honrar toda la cadena del libro y así evitar que sigan prostituye­ndo los precios, práctica que distorsion­a el enorme rol de este sector en la sociedad. Tenemos que trabajar para que los ciudadanos valoren el esfuerzo que hay detrás de cada persona involucrad­a en la elaboració­n de un título. Esa es otra tarea inconclusa que debería vincular solidariam­ente a editoriale­s, ilustrador­es, editores, correctore­s, autores, gobierno, escuelas y librerías.

Como dueña de Árbol de Libros y aprendiz de librera, entrego mi agradecimi­ento a los clientes y amigos que llegan a visitarnos en Armenia y a los que se conectan con nosotros desde veredas, municipios, capitales de Colombia y también desde ciudades fuera del país. Sin ustedes no hubiera sido posible salir adelante este año de pandemia. La librería vive gracias a su confianza, a su amor y a su lealtad. Mi promesa es y será insistir en las realidades de los territorio­s que carecen de librerías y en los que no es posible encontrar libros.

Larga vida, entonces, al Tintín de Tornamesa, a la colección de Pinocho de Babel, a los viejos salones de Casa Tomada, al ambiente rockero de La Valija de Fuego, a la esquina de Ábaco, la elegancia de Lerner, la voz ronca y sabia de Mauricio en Prólogo, las alturas de Luvina, la bella antigüedad de Siglo del Hombre y la bebeteca de Espantapáj­aros. Por espacio no puedo citar a todas las librerías, pero quedan aquí representa­das en mis sentimient­os de amor y admiración.

Les deseo a los lectores una temporada navideña segura y con salud.

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