Mi personaje del año: las librerías
UNA LIBRERÍA ES REFUGIO, OXÍGENO, caricia, conocimiento, alegría… es persistencia y convicción. Es, en definitiva, un lugar que nos completa.
Esta, mi última columna del año 2020, es un homenaje a las librerías de Colombia y del mundo que cerraron sus puertas como consecuencia de la pandemia y a las que sobreviven, unas con más calma que otras. Es mi expresión de respeto por los dueños de librerías y los libreros que, a lo largo de los últimos tres años y medio, han sido mi inspiración y mis maestros.
Los libros han sobrevivido a las dictaduras, a las religiones, a su respectiva censura y también a las guerras del mundo, así que sobrevivir desde las librerías a esta pandemia, más que un propósito, es un deber atado a la libertad y a la democracia. Esa supervivencia tendría que estar acompañada de ayudas planificadas, no como sucedió en España, país en el que el Ministerio de Cultura aprobó cuatro millones de euros, supuestamente para ayudarlas, y no les consultó cuáles eran y son sus necesidades.
En Colombia la pandemia produjo un cierto despertar de la Cámara Colombiana del Libro, que por fin puso sus ojos en el sector, abrió canales de ayuda para implementar plataformas digitales y creó un mecanismo de conversación entre los libreros independientes. Aunque insuficiente, ante la ausencia de políticas de Estado, aplaudo este buen comienzo. Mucho serviría fijar la mirada en las experiencias de Francia y Alemania, donde desde lo público han fijado programas culturales activos y de largo plazo que, además de abrazar a las librerías, poco a poco se han vuelto efectivos en el proceso de seducción de los ciudadanos lectores y no lectores, y en la lucha contra el monstruo llamado Amazon que nos cayó con el único fin de aplastarnos.
Queda como debate y definición hacia futuro, ojalá no lejano, el del precio único del libro al que se oponen un par de grandes distribuidoras editoriales y unos pocos negocios alejados de las virtudes de las librerías independientes. Hay que batallar por honrar toda la cadena del libro y así evitar que sigan prostituyendo los precios, práctica que distorsiona el enorme rol de este sector en la sociedad. Tenemos que trabajar para que los ciudadanos valoren el esfuerzo que hay detrás de cada persona involucrada en la elaboración de un título. Esa es otra tarea inconclusa que debería vincular solidariamente a editoriales, ilustradores, editores, correctores, autores, gobierno, escuelas y librerías.
Como dueña de Árbol de Libros y aprendiz de librera, entrego mi agradecimiento a los clientes y amigos que llegan a visitarnos en Armenia y a los que se conectan con nosotros desde veredas, municipios, capitales de Colombia y también desde ciudades fuera del país. Sin ustedes no hubiera sido posible salir adelante este año de pandemia. La librería vive gracias a su confianza, a su amor y a su lealtad. Mi promesa es y será insistir en las realidades de los territorios que carecen de librerías y en los que no es posible encontrar libros.
Larga vida, entonces, al Tintín de Tornamesa, a la colección de Pinocho de Babel, a los viejos salones de Casa Tomada, al ambiente rockero de La Valija de Fuego, a la esquina de Ábaco, la elegancia de Lerner, la voz ronca y sabia de Mauricio en Prólogo, las alturas de Luvina, la bella antigüedad de Siglo del Hombre y la bebeteca de Espantapájaros. Por espacio no puedo citar a todas las librerías, pero quedan aquí representadas en mis sentimientos de amor y admiración.
Les deseo a los lectores una temporada navideña segura y con salud.