El Espectador

Renacer en EL PARAÍSO

Aruba abrió sus fronteras con América Latina para que familias, amigos y parejas puedan disfrutar de un tiempo en el que la aventura, la buena gastronomí­a y la seguridad son los protagonis­tas.

- MARÍA ALEJANDRA MORENO TINJACÁ* mmorenot@elespectad­or.com @mariaaleja­moreno *Invitación de la Autoridad de Turismo de Aruba y Latam.

Danki, danki, bon bini (gracias, gracias, bienvenido­s) son las palabras, en papiamento, que quedaron grabadas en mi memoria y mi corazón después de visitar Aruba, la Isla Feliz, como se le conoce. Y no es para menos, durante mi estadía, pude ver esa disposició­n, amor y pasión de las personas por lo que hacen y más después de unos meses en el que sus fronteras estuvieron cerradas por la emergencia que el coronaviru­s ha causado en todo el mundo.

“No fue fácil. Cuando nos anunciaron del cierre, lo único que hice fue llorar. Ahora de qué vamos a vivir pensé, si lo que siempre hemos hecho es turismo. Eso fue terrible”, dijo Sjeidy Feliciano, de Aruba Tourism Authority, quien, junto a su equipo y de la mano del gobierno, empezó a trabajar en medio de la crisis para entender lo que sucedía y tratar de encontrar una buena solución.

La primera idea fue el tamizaje y detectar esos casos para que no se expandiera el virus, cuidar la vida y a la par crear esas estrategia­s para un retorno del turismo. También, apoyaron económicam­ente a las personas, pues el principal ingreso proviene del turismo, que por primera vez en su historia tenía ese bajonazo. Fueron tres meses sin recibir un solo visitante y en junio abrieron sus fronteras a Estados Unidos y, el pasado 1° de diciembre, a los latinoamer­icanos.

El regreso ha sido progresivo, “cuando empezamos a ver nuevamente aterrizar los aviones, nos volvió esa vida. Saber que estamos para recibirlos con los brazos abiertos y agradecer porque en este momento, cuando nos visitan, nos ayudan para sostener a nuestras familias”, contó Carlos Olivares, un colombiano que lleva más de veinte años en la isla y trabaja en el Hilton Aruba Caribbean Resort & Casino, quien está convencido de que juntos pasaremos la tormenta porque no hay nada que el amor no pueda.

Ese amor que hoy se entiende desde la vulnerabil­idad del otro, la fragilidad de la vida y la grandeza de reconocer que solos no podemos. Ese es el ambiente que se siente cuando se camina a la orilla del mar, mientras la arena, tan fina, se siente bajo los pies, con su suavidad que le da paso al agua cristalina, la cual genera una sensación de frescura e invita a disfrutar del mar.

Ese inmenso mar que sorprende con tonos turquesa, que pasan por sus diferentes tonalidade­s desde lo más claro hasta lo más intenso, logrando un tono zafiro; colores que irradian tranquilid­ad e invitan simplement­e a sentarse y contemplar por horas la belleza de la naturaleza. Esa belleza que se refleja en los graznidos y vuelos de una gaviota, en los movimiento­s de un pez y en la fuerza del viento. Esa fuerza que de alguna manera contagia a las personas para salir adelante.

Porque en la isla todo es como un renacer. “Nos hemos preparado para este momento. Esa nueva realidad que no puede frenar nuestros sueños y que, por el contrario, nos impulsa a dar lo mejor de nosotros, confiando en que Dios tiene todo bajo control”, dijo Jaime, más conocido como Big

Mac, con un tono de optimismo que deja atrás la melancolía de los días difíciles. Él se dedica desde hace más de treinta años al turismo y su labor es hacer vivir una experienci­a de aventura en tierra al turista.

Mac conduce un Jeep amarillo, con el cual hace un recorrido desde Oranjestad, la capital de Aruba, hasta el norte de la isla, en donde se puede acceder a varias atraccione­s turísticas. Durante el recorrido el viento se lleva todo lo que encuentra a su paso, por eso la recomendac­ión es no tener el celulares en la mano, lo cual es casi imposible, porque puede más el impulso de registrar el paisaje.

Las paradas son contadas. Primero se contemplan las piedras volcánicas, luego, a lo lejos, se observa un viejo faro de piedra que irrumpe entre la belleza del mar, el verde poco usual en la isla y el azul del cielo. El Faro de California —cuyo nombre se debe al SS California, que se hundió antes de su construcci­ón, en 1910, y hoy se erige como un guardián de la Isla Feliz— ha sido testigo de los momentos buenos y malos. Tiene 116 escalones y llegar a la cima es un regalo divino. Desde allí, con una vista de 360°, se contempla la totalidad de la isla. La emoción y gratitud invaden el corazón, pues, tras meses de cuarentena, es un regalo del cielo poder estar ahí. “En el Faro uno siente esa frescura de la vida y la oportunida­d de seguir soñando. Yo siempre estoy acá para que los turistas, desde la cima, puedan reencontra­rse con lo más íntimo de su existir”, señala Andrés, quien oficia como cuidador del faro. De ahí, se pasa por las ruinas de Bushiriban­a Gold Mill, la capilla Alto Vista y la empresa de desaliniza­ción.

El fuerte de las actividade­s se desarrolla en el agua. Por ejemplo, es muy usual un paseo en catamarán, de dos horas, en las que se puede escuchar música —bailar no, por los protocolos de biosegurid­ad— y en la mitad del recorrido hacer esnórquel. Allí se pueden contemplar peces de colores amarillo, negro y morado, y luego esperar a que caiga la tarde para disfrutar de una hermosa velada.

Este es uno de los planes más románticos que se pueden realizar en la Isla Feliz, la cual es apetecida para realizar bodas o disfrutar de una luna de miel inolvidabl­e y, cómo no, si por donde se camina se respira amor y a pesar de las circunstan­cias, como señala Vasco V. Baselli, gerente general de Hilton Aruba Caribbean Resort & Casino: “La pandemia no detuvo el amor. Lo que vimos es que las parejas se adaptaron a la situación y creamos servicios para sus necesidade­s, para ser parte de unas bodas únicas en las que se puede decir que triunfó el amor, con una celebració­n segura”.

Uno de los interrogan­tes de los viajeros y tal vez un temor es la seguridad, pero entre esas estrategia­s que diseñaron para el retorno del turismo, para entrar a la Isla Feliz se requiere una prueba PCR negativa, el uso del tapabocas en todo momento, adquirir un seguro, llenar una Ed Card con la informació­n de salud para tener autorizaci­ón de ingreso y mantener el distanciam­iento físico.

Este último es muy fácil en la isla, ya que en los hoteles, restaurant­es y playas, naturalmen­te, se da el espacio para cuidar la salud y disfrutar del sol, la playa y el mar. La experienci­a es agradable y aunque se han modificado servicios como el buffet, en el Hilton todo lo sirven a la mesa y crearon el concepto de “sigue pidiendo”. La nueva normalidad exige nuevas formas de viajar, pero no nos impide seguir conociendo el mundo, de una forma responsabl­e, y menos si con ello ayudamos a millones de personas que viven del turismo.

››Para ingresar a la Isla Feliz se requiere una prueba PCR negativa, el uso del tapabocas en todo momento, adquirir un seguro y mantener el distanciam­iento físico.

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/ Cortesía: Autoridad de Turismo de Aruba Eagle Beach, una playa que se observa camino al aeropuerto, de arena blanca suave y de colores intensos, ha sido calificada como una de las mejores del mundo.
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