El Espectador

“Tres tristes tigres”

- SANTIAGO GAMBOA

EL 2020 FUE UN PERIODO DE GRANDES tristezas y extraños sobresalto­s, de derrotas, rituales nuevos y muy limitadas alegrías. Un año en que debimos aprender a ser personas distintas, un tema muy literario. Por eso quisiera despedirme de él evocando una novela de 1967 que para mí es una de las más grandes escritas en español: Tres tristes tigres, del cubano Guillermo Cabrera Infante. A pesar de haberla leído por primera vez hace al menos 30 años, y luego releído una y otra vez por partes, siempre que llego a La Habana y recibo el golpe de viento marino del Malecón vuelvo a caer en sus páginas, en esa enloquecid­a noche habanera en la que un grupo de amigos, aspirantes a escritores, pretende hacer un viaje al fin de la noche subiendo y bajando por el Malecón para agotar el tiempo con sueños literarios; en esa que fue la primera novela escrita casi enterament­e en “cubano”, la modalidad habanera del español que incluye palabras juguetonas como “el rapao”, que es a la vez uno de los mil apodos del pene en la jerga habanera y la voz con que se pronuncia en la isla el nombre del poeta Ezra Pound. Cabrera Infante fue uno de los cultores del humor en el lenguaje. Uno de sus personajes hace una cita de André Yi, pero cuando los demás le preguntan por ese distinguid­o pensador chino, él explica que es el autor de Los monederos falsos. Entonces le precisan: “No es Yi sino Gide, compañero”. Ellos, pensando y hablando mientras que ella, la gran diva, cantaba boleros.

Por lo demás, TTT (como Cabrera Infante llamaba a su novela) es una especie de Rayuela del Caribe: la novela de la deconstruc­ción donde muchas voces irrumpen desde diferentes ángulos; la novela hablada y oída; la crónica desesperan­zada de un grupo de jóvenes que buscan un camino literario y artístico y para ello tienen un gurú al que admiran, que en Rayuela es Morelli y en TTT es Bustrofedó­n (ambos, sin duda, beben de la fuente original, que es el escritor Purswarden de El cuarteto de Alejandría, de Durrell); y además, a través de la galería de personajes, es la novela de una ciudad, o de dos en el caso de Rayuela

(París y Buenos Aires). La Habana nocturna se abre en la novela con una cita cambiada de Lewis Carroll: “Y me preguntaba cómo se vería la luz de una vela cuando está apagada”. Cabrera Infante la modifica y queda así: “Y me preguntaba cómo se vería la luz de La Habana cuando está apagada”. La noche llena de luces y bares y preguntas que sólo los cazadores nocturnos encuentran e intentan responder. Esa misma Habana a la que Cabrera Infante dedicó su segunda obra monumental y maestra, La Habana para un Infante difunto, otro juego de palabras (Pavana para un infanta difunta, de Ravel), que, como TTT, es también la historia de una pasión literaria, del erotismo que despierta la pasión por las letras y de cómo todo eso se vive en los luminosos callejones de una ciudad donde el hombre es anónimo y alguien, ebrio y solitario por la avenida, se enamora de la seductora mujer que fuma en una valla publicitar­ia.

Queda por definir el papel de Cabrera Infante en el Boom, del que formó parte a disgusto. ¿Gustoso disgusto? En una entrevista sobre el tema, cuando se lo preguntan, cita a Groucho Marx y responde: “Include me out!”. Inclúyame afuera.

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