El Espectador

Desde los ojos de un preso

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Estaba pintando en mi celda esa noche. Todo el mundo en mi patio estaba acostado ya. Mi celda quedaba en el segundo piso. De un momento a otro escuchamos un golpe en la reja del patio, como si le estuvieran pegando puños, y un tipo empezó a gritar: “Libertad, libertad, libertad”. Todos nos levantamos a ver qué era lo que pasaba. Algunos se asomaron y se comenzó a escuchar una bulla desde el patio contiguo. Allá empezaron también a golpear las rejas, como en la versión cárcel de un “cacerolazo”. Entonces eso se replicó en nuestro patio: la gente comenzó a gritar ¡libertad! y a sacudir las rejas, pero era en protesta. No era nada raro.

“Libertad, vamos a volarnos de La Modelo”, decían. Así la gente del patio empezó a alborotars­e, a volverse loca. Golpeaban las rejas de las ventanas para intentar salirse y abrieron las rejas de cada pasillo para bajar al patio. Me quedé en la celda y escuchamos golpes muy duros en la reja que conecta el patio con el pasillo central. Con unas pesas de cemento del gimnasio golpearon los vidrios de las puertas blindadas de las garitas. Hasta que las rompieron y se metieron.

Al tiempo comenzaron a escucharse ruidos similares de que tumbaban otras puertas. Entraron al almacén, al expendio, a la enfermería, y empezaron a saquear. Sacaron de todo: gaseosas, chitos, alcohol antiséptic­o. Sacaron el computador y las neveras del almacén para quemarlas, cogieron a golpes el televisor de la biblioteca del primer piso, sacaron las colchoneta­s, las amontonaro­n y les prendieron fuego en el pasillo central.

A mí me dijeron: “Camine y nos volamos”. Pero no es mi forma de ser, entonces me quedé arriba. El humo se nos metió de una. Cogimos cobijas mojadas y las colgamos en las rejas para poder respirar. Sonaban las alarmas y la gente comenzó a subirse a los techos. Esas tejas son muy viejas y nadie calculó el peso. Esa parte es una bodega muy alta, de unos seis metros, y los internos que se intentaban subir al techo caían de esas alturas. Por ese momento fue que empezaron a oírse disparos.

Se unieron diferentes grupos: algunos, que éramos pocos, intentábam­os proteger los patios para que no creciera el desorden. Y otros, a volarse y a robar lo que pudieran. Escuchábam­os ráfagas de fusil y bombas aturdidora­s. Viendo esa situación y pensando que se podría poner más grave, me interné en mi celda con un compañero. Prendimos la radio y a eso de las 11 estaban contando que había un motín bien grande en La Modelo. La noticia, la verdad, fue muy leve, muy suave para lo que estaba pasando.

Conocía a tres de las 24 personas que murieron esa noche. Uno no sé bien cómo, pero murió. El segundo cayó del techo luego de recibir un disparo en la cabeza. Toda la noche vimos su cuerpo ahí tirado, como un muñeco, hasta que hicieron el levantamie­nto. Y otro, que estaba en mi piso, salió por los talleres hacia la cancha de fútbol y no lo volvimos a ver. Al otro día, cuando nos contaron y ya todo estaba calmado, nos enteramos de que estaba muerto.

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