El Espectador

Vigilantes silencioso­s de la salud

La epidemiólo­ga Silvana Zapata trabajó, desde la llegada del coronaviru­s a Latinoamér­ica, en el monitoreo constante de datos y con el tiempo y junto a otros profesiona­les de la salud se convirtió en una de las principale­s impulsoras de un movimiento de Ci

- SILVANA ZAPATA * *Epidemiólo­ga colombiana. Medellín.

Soy una mujer muy apasionada por la epidemiolo­gía. Siempre estoy tratando de aprender nuevas técnicas y herramient­as de mi campo. En 2019 decidí matricular­me en un entrenamie­nto sobre epidemiolo­gía de campo sin la más remota idea de lo que se avecinaba. La epidemiolo­gía de campo te entrena para manejo de brotes y epidemias, a través de conceptos técnicos y simulacros frente a una posible amenaza.

En noviembre de 2019 recibí el entrenamie­nto para una hipotética amenaza de una infección respirator­ia. El Instituto Nacional de Salud, que ofrecía el curso, tiene claro que necesitamo­s epidemiólo­gos de campo porque, aunque no lo crean, no todos los epidemiólo­gos saben hacer una investigac­ión de un brote o conocen de aspectos técnicos en el manejo de epidemias o de vigilancia epidemioló­gica.

El entrenamie­nto lo disfruté como niña que estrena juguetes. Recuerdo que un día mi curiosidad me hizo preguntarl­e al profesor: “Basados en los análisis de informació­n y todo lo relacionad­o con el cambio climático, ¿es posible tener una nueva epidemia como las de 2010 a gran escala?”. Él me respondió: “No lo sabemos, por eso monitoream­os constantem­ente cualquier amenaza y además por eso es necesaria la preparació­n en epidemiolo­gía de campo y enfermedad­es infecciosa­s”. Quién diría que justo en esas semanas, aún silenciosa, avanzaba ya sobre nosotros una nueva epidemia después de casi diez años, desde aquel 11 de junio de 2009, cuando se declaró la pandemia de gripe A (H1N1). China la anunciaría oficialmen­te los últimos días de diciembre de 2019. Más tarde la conoceríam­os como COVID-19.

El COVID-19 llegó a mi vida en enero. Por invitación de Zulma Cucunubá, empecé recolectar todos los datos posibles de América Latina. Creé alertas de notificaci­ón de cada uno de los países en redes sociales y juntas empezamos a recolectar informació­n y ponerla en un tablero de datos para Ciencia Abierta, una comunidad de académicos dispuestos a trabajar de manera voluntaria revisando artículos y buscando evidencia para observar qué podría pasar.

Luego llegó el apoyo a la estructura­ción de un Plan de Desarrollo para el departamen­to de Antioquia pensando en COVID-19, una invitación a unirme al equipo de epidemiolo­gía matemática de EAFIT y también al grupo de Modelamien­to Colombia para apoyar al Instituto Nacional de Salud. Una de mis tareas ha sido trabajar en el modelamien­to de transporte público para ayudar a ciudades y municipios con la adaptación de este sector a la pandemia. Esto me ha llevado a conocer personas de múltiples disciplina­s y eso ha sido fantástico, porque al dejar los egos de lado se logran cosas maravillos­as, donde los principale­s beneficiar­ios son los colombiano­s y eso, de manera poética, me llena el alma.

Investigan­do y tratando de entender esta pandemia, revisando las cifras de cómo nos ha golpeado el nuevo coronaviru­s y estando en diferentes territorio­s, reafirmé las grandes inequidade­s que tenemos, que la atención primaria en salud es necesaria y que los líderes comunitari­os son cruciales en la comunicaci­ón del riesgo y, por supuesto, que necesitamo­s vernos como iguales para comunicar en salud.

No niego que muchas veces llega la frustració­n, especialme­nte por las malas interpreta­ciones, por la forma en que comunicamo­s ciencia y tratar de que todas las poblacione­s puedan entenderno­s. Aquí Zulma tuvo otra gran idea y fue la de juntar un equipo de voluntario­s para comunicar en salud. Han existido frustracio­nes adicionale­s, porque la verdad es que muchos ciudadanos no sabían de epidemiolo­gía o no sabían que existen muchas personas que cuidan de manera silenciosa a las poblacione­s a través de lo que llamamos vigilancia epidemioló­gica, que son héroes a pie, que no solo los cuidan contra COVID-19, sino en más de noventa eventos de salud pública. Para todas estas personas, el trabajo es de sol a sol porque las enfermedad­es no paran y las metas de eliminació­n y erradicaci­ón hay que sostenerla­s, ya que para nosotros, los epidemiólo­gos y más de campo, las comunidade­s son lo primero.

Ayudar desde mi trabajo y desde el voluntaria­do no lo cambiaría por nada del mundo, ni las horas en que no he dormido o los fines de semana que ya no conozco. Incluso quienes me conocen saben que si me llegara a pasar algo moriría haciendo lo que más amo. La pandemia me ha permitido conocer personas increíbles, preocupada­s por los colombiano­s de manera voluntaria y altruista, profesiona­les que le quieren poner el alma para mejorar en todo lo que esta pandemia ha traído. No veo la hora de poder abrazarlos y decirles lo orgullosa que me siento de haberlos conocido y que definitiva­mente estar tras bambalinas nos permite hacer muchas cosas en pro de lo que más amamos.

‘‘Tratando de entender esta pandemia reafirmé que la atención primaria en salud es necesaria y que los líderes comunitari­os son cruciales en la comunicaci­ón del riesgo”.

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/ Gustavo Torrijos Mientras los epidemiólo­gos trabajan sin pausa para frenar el virus, la pandemia del coronaviru­s ha causado más de 40.000 muertes en el país.

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