El Espectador

Reforma fiscal 2021

- MARC HOFSTETTER

El 2021 será particular­mente importante para las cuentas fiscales colombiana­s. El ministro de Hacienda confirmó que habrá una reforma tributaria en la primera legislatur­a. ¡La tercera en tres años de gobierno! El contexto en que abordaremo­s la discusión será complejo: la deuda como porcentaje del PIB se dobló desde 2010, el déficit fiscal alcanzará cifras inéditas este año y, el entrante, la regla fiscal está suspendida, las notas de las calificado­ras nos tienen en el último escalón con grado de inversión y perspectiv­as negativas. Un mal paso, y lo bajaremos de nuevo.

Los dilemas son gruesos. Un ajuste a la baja del gasto público como lo piden algunos frenaría la recuperaci­ón económica y, de hecho, podría generar peores indicadore­s fiscales. Lo mismo podría ocurrir con un ajuste tributario inmediato. Quedarse quieto tampoco es un camino posible. Para completar la dificultad, la reforma se tramitará con la mira puesta en el calendario electoral. Los peligros de una solución populista son enormes. ¿Qué hacer?

Por el lado del gasto, la reforma debería venir amarrada a un salto en eficiencia en la política social. En los últimos 20 años Colombia ha hecho grandes avances y aprendizaj­es en materia de trasferenc­ias monetarias directas y subsidios. La pandemia los aceleró. Pero esa expansión ha venido acompañada de una dispersión y en el caso de algunos subsidios de una muy mala focalizaci­ón.

Por el lado de los ingresos, las calificado­ras y el mercado en general necesitan saber que su senda garantiza la estabilida­d futura. Esa métrica no requiere un ajuste tributario inmediato. La reforma puede tramitarse en esa legislatur­a, pero sus efectos pueden ir tomando efecto de manera paulatina en el futuro. Eso aliviaría las preocupaci­ones del freno inmediato de la actividad de consumidor­es y empresas, y las considerac­iones electorale­s.

La reforma debe cerrar los boquetes tributario­s empresaria­les. Hemos acumulado reforma a reforma tratamient­os especiales para múltiples sectores productivo­s, minando el recaudo y empujando a los sectores no escogidos a tarifas muy altas. Sin boquetes, las tarifas generales se pueden reducir sustancial­mente y de paso cerramos el grifo a los rentistas que son un freno al desarrollo económico general. Algo similar ocurre con impuestos a los ingresos personales, en donde tanto la base como las fuentes se deben ampliar. El Gobierno ha estado estudiando la convenienc­ia de algunos impuestos verdes. Serían bienvenido­s. Asimismo, rescatar los impuestos al azúcar tendría sentido y ciertament­e hay que quitar el embeleco del día sin IVA. Todo eso no alcanza. Habrá que aumentar el cubrimient­o del IVA a más bienes y eso tendrá que venir atado al salto en la política social arriba expuesto.

Confieso poco optimismo. Duque como senador cumplió un rol protagónic­o en tumbar el impuesto a las bebidas azucaradas. Saca pecho por el día sin IVA. Uribe está en contra de extender el IVA. Ambos han sido reyes de las nuevas exenciones empresaria­les. Ojalá me equivoque, pero sospecho que dentro de un año estaremos hablando de la reforma tributaria necesaria para 2022 de cara a recuperar el grado de inversión.

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