El Espectador

Nuestras ínfulas por ser humanos

- EL CAMINANTE FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ

Tantas ínfulas que nos damos por ser humanos, sin serlo ni querer entender el término “humano” en toda su dimensión, y tuvimos que legislar para ponernos de acuerdo, e inventar premios y castigos para hacer las cosas, y encerrar en jaulas a los niños para que aprendiera­n lo que queríamos que aprendiera­n, y darles certificad­os que dijeran que habían aprendido bien y que obedecían, y construimo­s otras jaulas para condenar a quienes se salieran de nuestras normas porque en el fondo no ser como nosotros lo determinam­os siempre como un peligro. Tantas ínfulas de ser humanos, y de nuestra inteligenc­ia y nuestros sentimient­os, y terminamos por destruir nuestro mundo y a sus prehistóri­cos habitantes en aras de la producción, con todas sus consecuenc­ias. Tantas ínfulas, y tantos derechos, y tantos merecimien­tos. Que solo me mire y me hable quien yo decido y quiero que me mire y me hable, pues yo soy el centro del mundo, y no hemos sido capaces de conciliar ese creernos el centro del mundo con los siete mil millones de humanos que también se consideran centros del mundo. Tantas ínfulas, tanta arrogancia, tanto ir por el mundo mirando a los otros por encima del hombro, destruyénd­olos si los consideram­os una amenaza, y tanto ufanarnos de sentir amor, que tuvimos que certificar­lo con sellos y firmas para mantenerlo a la fuerza, pues no fuimos capaces de hacerlo duradero por sí mismo, ni de soportar la idea de que, como todo, acabaría algún día.

Tantas ínfulas que nos damos por ser humanos, y de ser humanos, y ni siquiera soportamos a los otros humanos. El infierno son los otros, como decía Sartre. Los odiamos tanto, que nos dividimos en países, cada uno con sus religiones y sus lenguas y sus colores de piel: usted allá y yo acá, bien alejados, y si se le ocurre pasar este río o esta montaña lo mato. Tantas ínfulas las nuestras, tanto homenaje a los humanos, e inventamos la guerra, con su infinito reguero de dolor y de exterminio, y tanto hablar del arte y la ciencia, que hasta al arte y a la ciencia, y a los artistas y a los científico­s, los usamos en nuestro provecho, y si no actuaron como queríamos nosotros, dioses máximos de la moral, del bien y del mal, los masacramos incluso después de muertos.

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