El aprendiz
—¿ES USTED GENE SEDRIC? —Eso dicen. Y tú, ¿quién eres? —¿Estoy hablando con Gene Sedric, el clarinetista? ¿Gene Sedric, en persona?
—Muchacho: me acabas de llamar por teléfono. ¿Quién esperabas que fuera, Santa Claus?
—De ninguna manera, señor Sedric. En este momento estoy a punto de considerar la existencia de Dios, que es una figura de mayor rango, pero no dejaré que ese pensamiento distraiga mis neuronas. ¿Tiene unos minutos?
—Estoy escuchando.
—Lo he visto con la banda de Conrad Janis. De hecho, no he faltado a sus presentaciones ni un solo día. Procuro sentarme lo más cerca posible del escenario para poder verlo. Y cuando lo escucho tocar... Sabe, señor Sedric, yo… He estado pensando…
—Muchacho, ¿crees que tengo todo el día?
—Ayúdeme a tocar el clarinete. (Silencio)
—¿Señor Sedric? ¿Sigue ahí? —¿Dónde vives?
—Vivo en Flatbush. Pero iré donde usted me diga, señor Sedric. A la hora que quiera, donde quiera. Dígame qué tengo que hacer.
—Los viernes por la tarde. Dos dólares por lección.
Woody Allen no tenía vergüenza. No podía albergar ese sentimiento si quería convertirse en un músico de jazz afroamericano. Era lo que más quería: ser como esos tipos de Nueva Orleans que lo obsesionaban y lo enfrentaban con sus limitaciones. ¿Cómo podía aproximarse a ese estilo? Sidney Bechet, Jimmie Noone, Louis Armstrong, Jelly Roll Morton, Gene Sedric, Johnny Dodds y George Lewis poseían un talento primitivo, de pureza inalterable. Esos tipos lo arrastraron por la noche de todos los tiempos. Cuando estuvo de vuelta en su barrio de Nueva York, era un joven judío transformado, un reptil que se asomaba por una humeante alcantarilla con una piel nueva: “Sentí que por fin me había encontrado a mí mismo. Aquello proporcionaba un placer tan intenso que decidí dedicar mi vida al jazz”.
El muchacho quería asegurarse una porción de ese intenso placer. Tomaría clases con Sedric hasta que la muerte los separara. Tenía un clarinete y un saxo soprano. Había comprado discos de todos sus ídolos, libros de jazz y un tocadiscos que lo aislaba del mundanal ruido de la ciudad. Después, ya convertido en un popular cineasta, aprovecharía las pausas en los rodajes, las madrugadas insomnes en las habitaciones de los hoteles, debajo de las sábanas –a riesgo de que los demás huéspedes exigieran la expulsión inmediata de “ese maldito clarinetista”–, las vacaciones en la costa y el silencio de las iglesias.
Pero Woody Allen lo sabe. Sabe que nunca tocará como los tipos de la noche de todos los tiempos: “Era un zopenco totalmente inocente, no comprendía que carecía de ese genio y que, a pesar de todo el entusiasmo y el amor que sentía por esa música, estaba destinado a no ser más que un músico insignificante y mediocre al que se escucharía y se toleraría gracias a su carrera cinematográfica”. Ese genio del que habla Woody Allen es un regalo de los dioses. Me pregunto cómo lo hacen. ¿Señalando a sus elegidos caprichosamente con un dedo? Es el conocimiento que los antiguos griegos llamaban gnosis. Nada de ciencia, mucho de sentimiento y casi todo de intuición. No quiero decir que los mortales que no fuimos señalados por los divinos para ejecutar una actividad con gran maestría tenemos que rendirnos ante las evidencias y conformarnos con patalear en el charquito de nuestras frustraciones. Seremos bien recibidos en la hermandad de los amateurs. Amateur es una hermosa palabra. ¿No creen? Vocablo francés que viene del latín amator: el que ama. Los que aman con real devoción jamás traicionan su credo: practicar, practicar y practicar.
que requieren de una formalización simple.
Todo lo anterior nos va llevando a un esquema en el que TODOS los que pueden poner deben poner y TODOS los que tienen que recibir deben recibir. Esto abre el camino a una universalización cedular de la declaración tanto de impuestos nacionales y territoriales pagados, como de subsidios recibidos del Estado por cada uno de los colombianos. En cada cédula se informarían todas las rentas obtenidas y los diferentes impuestos pagados, pero también los subsidios recibidos de forma unificada —por los programas sociales, subsidios eléctricos, educativos, de salud, vivienda, etc.—.
Se mostrarían, por ejemplo, los subsidios que reciben los altos magistrados en sus pensiones por haber pasado dos o tres meses en un cargo y poder ser pensionados con salario de magistrado. Se mostrarían los subsidios que una persona de altos ingresos recibe por las pensiones cuando se pensiona por Colpensiones. Se evidenciaría de una vez toda la cadena de inequidades que tiene un sistema en el que muchos ciudadanos de la Colombia profunda en pobreza extrema todavía no reciben beneficios del Estado, como también los empresarios que con negocios importantes aún siguen en la informalidad.
Esta sería la oportunidad para la GRADUALIDAD en lo que tiene que ver con negocios y empresas informales. El gran avance del régimen simple se complementaría con un régimen prestacional SIMPLE. Este debería servir para formalizar el 85 % de los trabajadores del campo hoy informales. Una prestación unificada SIMPLE debería básicamente incluir salud, pensiones y riesgos laborales. ¿Vamos a seguir cobrando vía salarios, especialmente de microempresas y trabajadores del campo, los extras para cajas de compensación, ICBF, SENA y otros cargos? No tiene sentido.
Lo otro que debería incluirse debe ser la eliminación del 4 x 1.000, sobre todo para la base mayoritaria de la población, dejándolo solo para transacciones de alto valor. Finalmente, prohibir el registro de las transacciones inmobiliarias y de vehículos con efectivo. Esta unificación y simplificación cedular tendría ahorros inmediatos al poder contrastar ingresos contra subsidios. Eliminaría duplicaciones y facilitaría, complementando con Sisbén IV, el que TODOS los colombianos que requieren ayuda la reciban.
En resumen, Colombia debe aprovechar la pandemia y la necesidad de la próxima reforma tributaria para superar la demagogia mentirosa y paralizante de ciertos movimientos de extrema, y transitar hacia una verdadera equidad tributaria y de subsidios que abarque a toda la población.