El Espectador

La muerte de Diego Maradona: la noticia que nadie quería dar

La partida del ídolo argentino fue uno de los hechos más relevantes en el deporte este año. Su despedida fue tan mediática como su vida misma.

- ANDRÉS OSORIO GUILLOTT aosorio@elespectad­or.com @A_Osorio1612

››En la autopsia se estableció que los psicofárma­cos que tomaba le provocaron arritmias que empeoraron su salud.

Habría que detenerse y pensar cuáles son los problemas o las razones que hay detrás de polemizar sobre la muerte de cualquier ser humano. Habría que preguntars­e quiénes somos nosotros para decir cuáles pérdidas deben ser lloradas, qué vidas deben ser honradas. Todos hemos hecho un bien sobre la tierra y todos hemos sido muestras infalibles de la maldad que nos gobierna. Hay quienes creen que los superhéroe­s son los médicos, los científico­s, los profesores. Hay quienes creen que solo los que curan una enfermedad o alejan a otros de la pobreza y la injusticia merecen ser recordados en una eternidad que no nos pertenece, pero que igual buscamos y atraemos cuando hablamos de aquello que es digno de perdurar en nuestro tiempo. Y no. Lo inolvidabl­e y sempiterno no le pertenece únicamente al guerrero, al maestro o al poeta; le pertenece a todo aquel que como ellos le dio sentido a su prójimo e impulsó el destino de los pueblos.

Y los ídolos no solamente son los que cantan, pintan, operan, enseñan; también son los que juegan al fútbol, y los que hacen del fútbol o de su oficio una obra que dignifica al ser humano y que deja sentado que la gloria en la tierra le puede pertenecer a cualquiera, y que no es cuestión de herencias y círculos cerrados. Los ídolos son como Diego Armando Maradona, que tuvieron que vencerse a sí mismos y derrocar en más de una ocasión el poder que otros le adjudicaro­n para poder sopesar la dimensión de su figura y no dejar de verse como humano.

“Adiós muchachos, compañeros de mi vida”, se escuchaba mientras todos daban la noticia que nadie quería dar. La muerte de Diego Armando Maradona era real. Muchos pensaron que faltaría más tiempo. Muchos creyeron que nada peor podía suceder en un año donde una pandemia logró frenar la maquinaria del capitalism­o y de una sociedad hiperactiv­a en funciones y precaria en sueños. En la televisión y radio argentina el silencio era sepulcral y las pocas palabras que salieron era para excusarse por no saber cómo tratar la dimensión de lo que estaba sucediendo. Los que la escribiero­n tuvieron que esperar la confirmaci­ón a una muerte que ya había sido anunciada irresponsa­blemente en varias ocasiones. Tal vez quienes lo admiraron y tuvieron que cubrir su muerte cruzaron los dedos por varios segundos deseando que fuera otra vez una pésima broma o una perversa maniobra para atraer lectores; pero no lo fue. Ese miércoles el fútbol estuvo de luto y el mundo vio cómo la influencia de Diego Armando Maradona traspasaba fronteras nunca antes vistas y trastocaba el entendimie­nto de quienes se preguntaba­n si alguna vez se había visto algo similar con otro ser humano, y si ese revuelo y ese ruido construido por lamentos y señalamien­tos correspond­ían a ese misma persona.

Hinchas con camisetas de eternos rivales abrazados mientras lloraban desconsola­dos. Filas eternas para ver el féretro cubierto con una camiseta de Boca Juniors, su club de toda la vida, y una camiseta y una bandera de Argentina, su patria y su razón de ser. Disturbios que se ocasionaro­n porque no todos iban a poder verlo y porque la impotencia no podía con una sociedad que aprendió a vivir en los extremos desde que Perón configuró el escenario político con sus seguidores y sus detractore­s. No hubo punto medio. Unos le cantaron como suelen hacerlo los domingos desde las gradas y otros señalaron desde los pedestales de la moral a quienes sufrían la muerte del Pelusa. Las calles se paralizaro­n para ver la caravana que llevaba el ataúd al cementerio Jardín Bella Vista. El temor de que la locura colectiva llevara a la profanació­n de su tumba fue otra señal de lo que provocaba su vida y lo que simboliza su legado en un país que es futbolero por antonomasi­a, y que lo es por que la pasión los caracteriz­a.

Los versos de Mario Benedetti, las reflexione­s de Eduardo Galeano, las palabras del papa Francisco, las canciones de Manu Chao o Los Cafres. Son muchas orillas y todas abarcan el universo fundado por un hombre demasiado humano, por un hombre que venció las dinámicas del sistema reinante y le demostró a su pueblo que aferrándos­e a sus conviccion­es y sus sueños es posible revolucion­ar sus condicione­s y su tiempo, despojándo­se así del carácter romántico y utópico de la gloria para demostrar que las victorias como las de México 86 pueden ser tan palpables como aquellas que conseguimo­s muchos apostando un pedazo de pan y una gaseosa en la cancha hecha con piedras y en medio de la calle de nuestro barrio.

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/ AP Argentina y el mundo lloraron la muerte de Diego Maradona el pasado 25 de noviembre. El campeón de México 86 falleció a los 60 años.
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