El Espectador

Hubo una primera vez con Esperanza Gómez

Historia de un encuentro casual con la diva colombiana del cine para adultos antes de que se convirtier­a en una superestre­lla.

- CÉSAR MUÑOZ VARGAS

En el pueblo de Belalcázar, surocciden­te de Caldas, hay un colosal Cristo de brazos abiertos, a 45 metros de altura, que todo lo ve. Esos enormes ojos puestos arriba del alto del Oso atisban el valle del río Risaralda y su encuentro con el cañón del río Cauca, el cerro Tataza, y 12 municipios de seis departamen­tos. Ven el trasegar de los pobladores y el acontecer de las calles El Jardín y La Quiebra, ven el ir y el venir, vieron el ir de quien no volvió. Vieron los primeros días de Esperanza Gómez y los insabibles sueños con los que partió de aquella villa conservado­ra empotrada en ramales de la cordillera Occidental. Pocos lustros después, de algún modo, todos sabrían de su destino.

La observé mujer hecha, derecha y lúcida en un concierto de pierna canela, y una atmósfera con hálito de sicalipsis, la noche en que la periodista Érika Fontalvo la entrevista­ba para un programa de televisión y exploraba en sus palabras las razones que la hicieron abandonar su vida púdica para hacer pública su intimidad por cuenta del celuloide candente. La primera colombiana en aparecer en el cine porno estadounid­ense.

Esperanza Gómez acababa de debutar con su primer protagónic­o en South Beach Cruisin 3, luego de salir airosa en los cameos de los

casting que por su timidez, al principio, no le fueron fáciles. Ese papel estelar también le había valido alzarse con el premio de la revista

AVN, una especie de Premios Óscar que otorga en Las Vegas la industria del entretenim­iento para adultos.

Adultos entretenid­os, como los que participar­on en aquella entrevista: una actriz -con leves ruboreshab­lando de sus faenas amatorias, de tiesuras y muertes fálicas; una periodista curiosa por el oficio de su personaje e intrigada por los mitos, la extensión de las escenas, las eternas resistenci­as de protagonis­tas insaciable­s y de hombres priápicos, y unos camarógraf­os abstraídos -así lo revelaban los continuos planos de muslos y faldas cortas- en la exuberanci­a de las dos mujeres acaneladas. La voluptuosi­dad de Esperanza Gómez terminó siendo irresistib­le, aun para la entrevista­dora, que al final encontrarí­a la cereza cárnica que le faltaba al pastel.

***

Un par de años antes la conocí sin saber qué era ni quién era Esperanza Gómez. Sucedió en un avión. ¿Quién no ha tenido fantasías aéreas? El capitán Miguel Onofre anunciaba el buen tiempo para el despegue del vuelo Bogotá-Pereira en una tarde de domingo. La misión me la había encomendad­o Diego Arias Gaviria, El Andariego.

Se trataba de hacer un recorrido por la capital de Risaralda y sus alrededore­s, y registrar paisajes, arquitectu­ra, parques, frutas, cafetales, deportes extremos, gente, mujeres... se trataba de captar todo lo que se moviera. Y allí estaba ella, explayada en tres sillas de la barriga de un aparato que no se llenó.

La aeronave salía de la pista sur del aeropuerto El Dorado, viraba rumbo al VOR, dejaba la ciudad, pasaba encima de Soacha, se asomaba al salto de Tequendama, a Melgar, a Girardot, al río Magdalena. Las ventanilla­s parecían espejos donde se reflejaba la transparen­cia del tul piel de salmón perlado que llevaba puesto. A solaz, suspendida y suspendido­s todos en un vuelo corto que alcanzaba los 20 mil pies de altura con el nevado del Tolima debajo de los pies.

El capitán Onofre reportaba el descenso sobre Ibagué hacia El Paso en busca del VOR de Pereira. El sobrevuelo por Cartago permitía ver los campos tupidos de cafetales, y hasta la cercanía de Armenia, la ciudad vecina. Ya con el avión en la pista del aeropuerto Matecaña, el piloto daba la bienvenida a la ciudad sin puertas. A la trasnochad­ora, querendona y morena.

En las salas de embarque se oían los rumores de un Deportivo Pereira versus Millonario­s que a esa hora se jugaba. Llevaba puesta mi camiseta azul debajo del chaleco de reportero, por si se daba la oportunida­d de entrar al estadio Hernán Ramírez Villegas. Millonario­s iba perdiendo y necesitaba mínimo empatar para pasar a las finales. Con Édgar Castillo, intrépido camarógraf­o de televisión y compañero en aquella correría, recogimos el equipaje y abordamos a la rubia que pocos meses antes había sido la elegida playmate para Latinoamér­ica. Lo ignorábamo­s. La intuición nos llevó a buscarla porque su figura era muestra representa­tiva de la belleza femenina del Eje Cafetero. Aceptó sin reparos dejarse fotografia­r.

Fuimos a los jardines de la terminal aérea. Con su bluyín desteñido y su velo azafranado, jugaba con la cámara, con las flores blancas y violetas de francesino, frente a un retratista de paisajes estrenándo­se en modelos de glamur. Yo obturaba, mientras Édgar hacía un detrás de cámaras en el improvisad­o estudio que armamos en aquel vergel de plantas paraguayas de jazmín. Todo, antes de la foto del recuerdo, de la evidencia. Ni más faltaba.

Con sorpresa, con admiración, algo acoquinado, Castillo intentaba mirar hacia la lente, pero sus ojos estrábicos lo traicionab­an y se iban hacia el canalillo de la gentil modelo que transitaba en los albores de su fogosa carrera histriónic­a -me enteré por la entrevista de televisión-. Una mujer caldense, hija de un hogar católico y recatado, que esa tarde hizo gala de su amabilidad y un desparpajo que la enciende y la desborda cuando la cámara también está encendida. “Me llamo Esperanza Gómez, apunta mi teléfono por si van a estar estos días por acá haciendo fotos”.

Los funcionari­os de la Gobernació­n de Risaralda que habrían de recogernos en el aeropuerto avisaron que debían posponer el encuentro para la noche, casualment­e, frente al “Bolívar desnudo” en el centro de Pereira. Había tiempo de ir al estadio y hacer fuerza por Millonario­s, pero Esperanza Gómez preguntaba: “Bueno muchachos, tengo mi carro en el parqueader­o, ¿a dónde vamos, a dónde quieren que los lleve?”

La historia contaría que el definitivo cotejo futbolero terminó uno a uno y que clasificó Millonario­s. Que la tentación dominó a la periodista barranquil­lera cuando hizo encuerar por unos segundos a la hoy por hoy consagrada pornostar. La historia contó que la vieron toda Colombia y los ojos grandes del Cristo de concreto que tutela a Belalcázar, el Cristo vigilante también de buena parte de la región cafetera. Seguro esa tarde de un mayo estaba viendo hacia el aeropuerto y seguro, con frecuencia, cierra sus brazos y pone las manos para cubrirse la vista y fisgonear por los entresijos de los dedos cada vez que Esperanza Gómez, la persona más famosa del pueblo, entra en acción.

››Una mujer caldense, hija de un hogar católico y recatado, que esa tarde hizo gala de su amabilidad y un desparpajo que la enciende y la desborda cuando la cámara también está encendida.

 ?? / César Muñoz ?? Con su bluyín desteñido y su velo azafranado, Esperanza Gómez jugaba con la cámara, con la naturaleza de fondo.
/ César Muñoz Con su bluyín desteñido y su velo azafranado, Esperanza Gómez jugaba con la cámara, con la naturaleza de fondo.

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