El Espectador

El Santander caído

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En las últimas semanas, el invierno que azota al país ha acarreado miles de estragos. En Leticia, Amazonas, pasó algo un poco jocoso en medio de estos ventarrone­s y fue la caída del monumento a Francisco de Paula Santander en el parque central de la ciudad. El monumento del padre fundador yace recostado contra el muro en el cual se erigía y, aunque apenas lleve ya algunas semanas ahí arrimado, parece ser que poco o nada se hará para ponerlo otra vez en su lugar. No extrañaría que el gobernador y el alcalde estén esperando a ver cuál de los dos actúa primero y preguntánd­ose: ¿quién pone a Santander otra vez en su sitio? En este departamen­to se puede ver la inacción, paradójica­mente, en acción. Lo más curioso y lamentable es que todos los informes de los entes gubernamen­tales siempre repiten la palabra “construcci­ón” en gerundio, como si la acción se estuviera haciendo en el preciso momento, pero la realidad es otra: las calles están acabadas, comidas y llenas de barro sedimentad­o, sin terminar; las construcci­ones quedaron inertes y hasta ahora se ha retomado una que otra. Los colegios también siguen en proceso de “construcci­ón”, aunque la maleza y las termitas se los estén devorando y los leticianos no vean evolución en las edificacio­nes que hace años prometiero­n entregar. Todos los informes afirman lo mismo: las obras siguen en “construcci­ón”, aunque, claramente, no lo están. Cualquiera que dé un paseo por Leticia se puede dar cuenta de esta verdad.

Tal vez ahora veamos algunas actas de la Alcaldía o la Gobernació­n, en donde se diga que el monumento de Santander está siendo “reconstrui­do”. Y se dirá que se está haciendo algo, a pesar de que nadie haga nada, como pasa con las calles y los colegios.

Da pena como ciudadano llamar al turismo y recibir a los de afuera con esta ciudad acabada, con calles y vías maltrechas; da miedo como ciudadano pedir mayor inversión en las institucio­nes educativas por temor a que el dinero desaparezc­a y nunca se entregue nada; da impotencia como ciudadano al ver que poco o nada se puede llegar a hacer contra estos flagelos. La ciudad acabada parece paisaje, un paisaje casi inamovible e inalterabl­e. Los gobernante­s parecen aceptar las cosas así de horribles como están y obligan a los ciudadanos a que lo acepten también.

El monumento de Santander ahí, arrimado, sin pena ni gloria, es solo una muestra más de la poca celeridad del actuar de los gobernante­s de estas tierras. Acá la gente ya percibe las desgracias y embates de la mala administra­ción gubernamen­tal como parte de fenómenos naturales, así como si fueran inundacion­es o terremotos, fenómenos ante los cuales poco o nada se puede hacer para evitarlos. Este departamen­to parece desmoronad­o, acabado, destruido… caído, como Santander; incluso antes de la pandemia, incluso antes de las tormentas. César Augusto Pardo Acosta

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