Lo que dejamos atrás
en apariencia tan sólidos que algunos de ellos llegan a gerentes de banco, presidentes de gremio y en el peor, o debería decir el mejor, de los casos a ministros de Hacienda.
Se escudan en el ánimo, la confianza y otras variopintas emociones, como si empresarios e inversionistas no tuvieran uso de razón o no conocieran los indicadores mejor que ninguno, o como si fuese más importante la apariencia que la cruda realidad.
Confundir predicciones sustentadas con presagios o datos con buenas intenciones no hará un mejor país. Los ciudadanos solo requieren información lo menos tratada posible, despojada de fatalismos y de utopías o esperanzas infundadas, pero, sobre todo, libre de fanatismos.
NOS HA CORRESPONDIDO VIVIR una coyuntura mundial de confusión política y desorden económico y social agravados por los efectos devastadores de la pandemia del COVID-19, que golpea con particular fuerza a los países pobres y atrasados. En medio de este panorama es estimulante tener acceso a las páginas de El Espectador para participar en las discusiones de interés general, llamar la atención sobre asuntos claves del acontecer nacional e internacional y servir de vehículo para presentar argumentos que contribuyan a la formación de la opinión pública.
Por fortuna ya no vivimos bajo la constitución de Núñez y su famoso artículo K, que facultó al gobierno de su tiempo para “prevenir y reprimir los abusos de la prensa”, ni tampoco bajo la tristemente célebre Ley de 1888 bautizada por Fidel Cano como la ‘Ley de los caballos’, que facilitó la aplicación de ese propósito, traducido en la persecución contra quienes ejercían la que para el Regenerador era una ‘libertad peligrosa’. Pero el lobo feroz de la censura muestra ocasionalmente sus orejas y las amenazas contra la libertad de expresión no han desaparecido. Simplemente, han asumido otras formas.
Vienen al caso las advertencias sobre esas nuevas amenazas hechas en sus recientes y ampliamente divulgadas memorias por el periodista británico Lionel Barber, quien dirigió durante los últimos 15 años al prestigioso Financial Times. Ya no son solamente las que provienen de los poderes políticos y económicos, de las multinacionales y los gigantes financieros, sino también de las nuevas fuerzas que encuentran expresión en las redes sociales, como los movimientos populistas y ultranacionalistas que se valen de la desinformación para generar el caos.
La buena noticia es que pronto dejaremos atrás al principal promotor de esa pesadilla. Con la próxima salida de Donald Trump será posible enfrentar mejor el desorden que él causó con decisiones tan arbitrarias y desacertadas como las de retirar a Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud, del acuerdo nuclear con Irán y del Acuerdo de París sobre el cambio climático, además de declarar la guerra comercial a China, hostilizar a sus aliados europeos y maltratar a sus vecinos latinoamericanos.
La presidencia de Trump pasará a la historia como la peor en los 245 años de vida de la Unión Americana, no solo por acción sino también por omisión, en la que pecó en campos claves, como el de la pandemia del COVID-19. Es irónico que su negativa a reconocer oportunamente la gravedad de la enfermedad y a instar a sus seguidores a usar tapabocas y evitar las multitudes contribuyó a que esta afectara con más fuerza a los estados montañosos y rurales que votaron por él, como las Dakotas, Iowa, Nebraska y Wyoming.
No menos nefastas fueron su hostilidad hacia la prensa libre y su inclinación a difundir fake news. Por fortuna para la libertad de expresión, los medios independientes de Estados Unidos libraron una lucha sin tregua en favor de ese derecho, esencial para la supervivencia de la democracia. Como reza el aforismo, no esperaron a que cesara la tormenta y aprendieron a bailar bajo la lluvia.
Con la salida del estrambótico personaje que, increíblemente, ha detentado por cuatro años el mayor poder mundial, no solo Estados Unidos sino todo el planeta se quitará un peso de encima. Por esto es un alivio decirle, junto con los millones de estadounidenses que lo derrotaron: “Good bye, Mr. Trump”.